Vivir con pánico. A los payasos, las tormentas o las ratas: un atlas de las fobias universales
Un catálogo de miedos porque, como está probado, no hay nada más humano que algo nos asuste
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La hipopotomonstrosesquipedaliofobia es el miedo irracional a las palabras largas. ¡Qué ironía! Apareció por primera vez en la Introducción a la psicología de los doctores Dennis Coon y John O. Mitterer publicada en 1980 y bautizó la tara del que teme con pavor el trabalenguas o el furcio. Aunque cada persona sea un mundo, el miedo no es singular sino universal: tememos las mismas cosas, sean las tormentas (brontofobia), los payasos (coulrofobia) o los copos de algodón (bambacofobia).
Por eso, la aparición del Atlas de las fobias y las manías, de la escritora londinense Kate Summerscale, tiene un gran valor como taxonomía de los miedos pero aún más como catálogo de la emoción humana porque a todos, sin excepción, nos asusta algo.
Yo confieso: me dan bastante miedo los murciélagos, pero tampoco diría que sufro una fobia (quiroptofobia, sé que existe). Según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, para que un miedo común se transforme en una fobia debe ser excesivo, irracional, persistente y debe provocar que la persona evite el objeto temido al punto de que eso interfiera con su vida normal (me las arreglo con poner mosquiteros en las ventanas y no desarmar jamás los portarrollos de las persianas).
Para los científicos evolucionistas, casi todas las fobias son atávicas y adaptativas: si el pánico a las alturas (acrofobia) viene de fábrica en nuestro cerebro para evitar que caigamos al vacío o el terror a las ratas (musofobia) está en el inconsciente colectivo porque nos protege de las enfermedades que transmiten, no hay nada más humano que vivir con miedo. Carentes de razón, los animales tienen miedo pero no fobias: reaccionan por instinto porque no piensan, a diferencia de los humanos que rumiamos ideas constantemente, sobre todo aquellas que nos preocupan o nos asustan. No nos une el amor sino el espanto.
“A veces es más sencillo sentir un terror concreto que comprenderlo”, escribe Summerscale, que se remonta al siglo XVIII para documentar el nacimiento de la fobia moderna: fue el médico Benjamin Rush, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, el pionero en ubicar la fobia (que viene del dios griego Fobos, patrono del pánico) y la manía (que significa locura, también en griego) dentro de los trastornos mentales y no como dolencias físicas.
“Definiré la fobia como el miedo a un mal imaginario o un miedo real llevado al exceso”, dijo entonces y describió dieciocho fobias, entre ellas, a los fantasmas, los médicos y las ratas. En el Atlas de las fobias y las manías se catalogan noventa y nueve obsesiones, algunas exclusivas de esta época, como la gerascofobia, que es la aversión irracional al paso del tiempo y el envejecimiento, o la nomofobia, que es la inquietud extrema de una persona desprovista de su teléfono celular. Son miedos que el viejo Rush ni siquiera podría haber imaginado aunque hay otros que son clásicos imperecederos, como la casafobia, que afecta a aquellos hombres que tienen la manía de hacer una parada en el bar a la salida del trabajo.
Lo opuesto del miedo no es el valor: es la libertad. Si es imposible vivir sin miedo, porque sería equivalente a vivir sin pensar, la herramienta más poderosa contra el pánico es el humor: funciona al derecho o al revés, a no ser que padezca aibofobia, un incontrolable miedo a los palíndromos.
ABC
A. La fobia es uno de los trastornos de ansiedad más frecuentes: es más común entre niños que entre adultos y entre mujeres más que entre hombres.
B. Según un estudio publicado en The Lancet Psychiatry, el 7,2 por ciento de las personas desarrolla alguna fobia durante el transcurso de su vida.
C. Uno de los primeros estudios fue realizado por el psicólogo estadounidense Granville Stanley Hall en 1914, que documentó 132 tipos de fobias.
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