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El 'huracán Simeone' empuja los límites y ya es leyenda en Atlético de Madrid
"Está claro que a mí no me conforma nada. Nada me conforma", me cuenta Diego Simeone. Martilla en realidad. No es sobreactuación, es el secreto del éxito a la vista de todos. En la estonia ciudad de Tallin, casi frente a Helsinki y con el mar Báltico de por medio, un periodista le pregunta: ¿Liga o Champions esta temporada? "Valencia" es la escueta respuesta. Valencia será el próximo lunes el rival en la primera fecha del torneo español. Nada de sueños que distraigan de la realidad, en su Atlético de Madrid la pereza conduce al destierro. Acaba de convertirse en el entrenador más ganador en la historia del club. Acaba de quitarle a Real Madrid la imbatibilidad en finales internacionales que lucía en el siglo XXI. Disfruta claro, hasta bailotea con su pequeña hija Francesca en medio de la cancha. Pero disfruta a su manera, enseguida se aísla de cualquier sensación que lo haga sentir cómodo.
Pero este partido no era uno más. Nunca lo iba a confesar públicamente, pero prefería que Real Madrid le ganase la última Champions a Liverpool. Nada de repentina simpatía merengue, solo era para encontrárselo meses más tarde en la definición de la Supercopa europea que reuniría a los reyes del continente. Se fascinaba con la idea de que pudiese haber algo reparador en ese cruce. Intervencionista hasta en las emociones, en los últimos días insistió sobre la necesidad de abrir la temporada con un título. Para Simeone nunca hay excusas. En las prácticas, si un jugador se ata los cordones o se acomoda la vincha, se irrita. Los kilos de más a lo largo de una trayectoria daña las rodillas y acorta la carrera. Y se irrita. Ese es el espíritu. "Necesitábamos este título", se le escapó ayer.
Las Champions que perdió jamás volverán, pero este título cayó como un pequeño consuelo. Otra vez un alargue, pero esta vez resultó de ensueño tras un duelo electrizante. Porque a los 49 segundos ganaba Atlético por un gol de Diego Costa que aprovechó un mal cierre de Varane; Real lo revirtió con tantos de Benzema y Sergio Ramos, de penal, por una mano de Juanfran… que había fallado un penal clave en la definición de la Champions 2016. Pero lo empató Costa porque Marcelo dejó viva una pelota sobre su banda. Y con el acierto en las sustituciones, el primer tiempo extra se volvió de fantasía: Varane la perdió ante Thomas y la cesión concluyó en una espectacular volea de Saúl. Enseguida, Carvajal, pese a la ventaja, perdió ante Diego Costa y la acción terminó en el tanto de Koke. Se selló el 4 a 2 con complicidades merengues en todos los goles. El ciclo de Julen Lopetegui –Zidane nunca había sufrido cuatro goles– no podía comenzar peor. El primer día después de Cristiano Ronaldo fue negro: Real Madrid había ganado 12 de las 15 finales que disputó con el portugués. "Las finales no las elegimos, están para ganarlas", repite Simeone. Desentendido del tsunami en la vereda de enfrente.
Simeone convence. Prepara al equipo para ambos roles: para mandar con firmeza, y para socavar la autoridad cuando es mandado. En este segundo rol se mueve a sus anchas. Cuando el rival se cree el dominio, Atlético es más Atlético que nunca. Espera el momento justo para atacar, replegarse y tender una nueva emboscada. Cree en sus estrategias y conoce la selva. Está aprendido, por eso Simeone puede estar enjaulado en un palco (arrastra fechas de suspensión) y Germán Burgos, junto con Nelson Vivas, ser su voz junto a la línea. Ahora invierte millones Aleti, y muchos, pero los subordina a un proyecto. Llegó el francés Thomas Lemar por US$ 70 millones como figura desde Monaco y ayer mismo interpretó la idea: talento, si, pero antes inmolación.
Que Atlético esté donde está, es mérito de Simeone más que de ningún otro. La historia le va a guardar un sitio privilegiado en este club a su medida, desbordante de pasión. Desde ayer es el entrenador más ganador de su historia, con siete títulos –en seis años y ocho meses–, uno más que el venerado Luis Aragonés. Simeone ha conseguido este milagro, entre otras razones, porque tiene tanto amor por el fútbol como por el triunfo. Adora las dificultades, por eso cuando sorpresivamente el ignoto Qarabang lo eliminó en la primera rueda de la Champions pasada antes de la Navidad de 2017, se trazó el desafió de volver a ganar pese a la desconfianza. ¿Alguien dudó? Inmejorable escenario para él.
Real Madrid le ganó dos veces la final de la Champions, vale repetirlo. La segunda, en Milán, la peor derrota de su vida. Pero a Real también le ganó el partido decisivo en tres competencias diferentes: la Copa del Rey, la Supercopa española y ahora la Supercopa europea. Real no caía en una final internacional desde 2000, desde la Intercontinental contra Boca. Los merengues llevaban enlazadas 13 conquistas consecutivas. Con Simeone, los últimos 27 clásicos se repartieron de manera exacta: 9 victorias, 9 empates y 9 derrotas. Los 27 derbis anteriores a Simeone registran 17 triunfos merengues, 8 empates y apenas dos éxitos colchoneros.
Simeone nunca se escapó de la escuela porque prefería la adrenalina de afrontar un examen sin haber estudiado lo suficiente. No cae en tentaciones porque desconfía de los caminos despejados. Ante la duda, siempre, pero siempre, lo que cueste más. Le agrada vivir en su caparazón desde que recuperó la gimnasia de cambiar pañales. Tiene 48 años. Es muy perceptivo y no intuitivo, puede discutir durante horas sobre las diferencias.
Tiene cábalas, aunque prefiere camuflarlas como rutinas cotidianas. Una camisa blanca le remite a Real Madrid, por eso está casi prohibida en su vestuario. Entonces viste de azul petróleo o negro. Eso sí, con el traje que abre la temporada, también la cierra. La ropa interior siempre es del mismo color. Sabe que nada de esto influye en el juego ni en el resultado, pero no descuida los detalles. Cuando está concentrado con el plantel, cada día empieza igual: se levanta y sale a correr sin desayudar; luego se baña y de inmediato llama por teléfono a Carla, su mujer. Si está por volar, antes toma un café. Nunca en vuelo. Y los zapatos, esos zapatos con las suelas gastadas. Otra cábala del hombre que detesta la indiferencia y se empeña en acorralar al azar para hacerle entender quién manda.
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