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Una epidemia de lesiones de rodilla aqueja al fútbol femenino
Al Mundial que se está disputando en Australia y Nueva Zelanda le faltan algunas de las estrellas más importantes por las lesiones de ligamento cruzado anterior
- 14 minutos de lectura'
La tercera vez que sucedió, la reacción de Megan Rapinoe ante una lesión de rodilla que podría poner fin a su carrera no fue más allá de poner los ojos en blanco. Se había roto el ligamento cruzado anterior (LCA). Podía recitar de memoria el cronograma de recuperación. Podía ver con claridad plena el periodo de nueve a 12 meses que tenía por delante.
La cirugía, la ardua rehabilitación, las agotadoras semanas en el gimnasio, los ansiosos primeros pasos sobre el césped, el lento camino de regreso a la jugadora que solía ser. Cuando consideró todo esto en 2015, sintió algo más cercano a la exasperación que a la desolación. “Pensé: ‘No tengo tiempo para esto’”, recordó Megan.
La primera vez había sido distinta. Se había roto el LCA de la rodilla izquierda a los 21 años, cuando era una estrella revelación en su segundo año en la Universidad de Portland. En aquel entonces, sintió lo que ella describió como “el miedo”: la preocupación de que todo pudiera haber acabado antes de empezar.
Un año después, le había vuelto a pasar: el mismo ligamento, la misma rodilla, el mismo arduo camino de regreso. Sin embargo, eso no le impidió hacer todo lo que había soñado. Se hizo profesional. Formó parte de un equipo de estrellas. Representó a su país. Ganó una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Se mudó a Francia. Jugó dos mundiales. Ganó uno de ellos.
Y, luego, durante una sesión de entrenamiento en Hawaii en diciembre de 2015, meses después de su cumpleaños 30, volvió a ocurrir. Esta vez fue la rodilla derecha y su reacción fue distinta. “Cambió para mí a medida que fui teniendo más edad”, admitió. “Aquella fue como un gesto de exasperación. Es una molestia. Sé lo que me va a costar regresar’. Pero, en general, creo que existe ese miedo. ¿Va a ser esto el final? ¿Voy a poder recuperarme de esto? ¿Me va a doler para siempre?”.
Durante más o menos el último año, ese temor —y las dudas que produce— ha recorrido el fútbol femenino como una maldición. A veces, ha dado la impresión de que el deporte está bajo el yugo de una epidemia de lesiones del LCA, una tan generalizada que en un momento mandó a la banca a una cuarta parte de las candidatas al Balón de Oro del año pasado.
Alexia Putellas, la mediocampista española ganadora de ese premio y elegida por consenso como la mejor jugadora de su generación, se ha recuperado a tiempo para engalanar la Copa del Mundo, el evento más importante del deporte. Sin embargo, muchas otras estrellas no irán. En cambio, pasarán el verano en casa, curándose de sus lesiones, maldiciendo su suerte.
La lista es larga. Catarina Macario, la delantera estadounidense, se desgarró el LCA de la rodilla izquierda el año pasado y no pudo recuperar su buena condición física a tiempo. No estará presente en Australia y Nueva Zelanda. Tampoco estarán dos de las estrellas de la selección inglesa que espera destronar a Estados Unidos: la capitana del equipo, Leah Williamson, y su goleadora más productiva, Beth Mead, fueron víctimas de lesiones del LCA esta temporada.
Canadá, campeón olímpico, perdió a Janine Beckie. Francia no ha podido convocar a Marie-Antoinette Katoto ni a Delphine Cascarino. Los Países Bajos, selección finalista en 2019, no cuenta con la delantera Vivianne Miedema.
Pero estos son solo los nombres famosos, las caras conocidas, las ausencias notables. El problema se ha vuelto tan grave que, en ocasiones, ha aumentado las tensiones entre las selecciones nacionales y los clubes que emplean a las jugadoras de cuyas plantillas son extraídas. Al menos un entrenador europeo de alto perfil ha sugerido que se les está pidiendo demasiado a las atletas.
La propia Miedema señaló que, tan solo esta temporada, casi 60 jugadoras de las cinco grandes ligas europeas se habían roto el LCA. “Es ridículo”, afirmó a inicios de este año. “Se debe hacer algo”.
No obstante, determinar con precisión qué se debe hacer es más complicado de lo que uno quisiera.
Falta de conocimiento
Por supuesto que las jugadoras que están soportando esas largas semanas de recuperación tienen miedo, pero no es el único tipo de miedo. En particular en Europa, en los últimos 12 meses, la escala dramática del problema —la cantidad de futbolistas que han quedado fulminadas a causa de desgarros del LCA— ha detonado un contagio psicológico.
Varias federaciones nacionales, así como las oficinas locales de FIFPro, el sindicato mundial de futbolistas, informaron sobre consultas hechas por jugadoras en activo —quienes habían visto a compañeras de equipo, oponentes o amigas condenadas a pasar meses en la banca— en busca de consuelo, alivio o incluso información básica.
“Las jugadoras piden que se investigue”, afirmó Alex Culvin, directora de estrategia e investigación en el fútbol femenino de FIFPro. “Hemos recibido muchos comentarios de jugadoras que afirman no sentirse seguras. Ya lo vimos la temporada pasada: a veces, las futbolistas no se barrían como siempre porque les preocupaba lesionarse”.
Según Culvin, el problema es que no hay suficiente investigación para darles respuestas claras a las jugadoras. La UEFA, el órgano rector del fútbol europeo, ha realizado un estudio de vigilancia de lesiones en el fútbol varonil durante más de dos décadas. El equivalente femenino solo lleva cinco años. “Esa falta de conocimiento genera miedo”, aseguró Culvin.
Es un hecho demostrado que las mujeres corren más riesgo de sufrir una lesión del LCA que los hombres. Sin embargo, no está claro cuánto más. Martin Hagglund, profesor de fisioterapia de la Universidad de Linköping en Suecia, determina que el riesgo es “dos o tres veces mayor, con base en una revisión sistemática de estudios”. Culvin tiene una estimación un poco más alta: según algunos estudios, señaló, el riesgo para las mujeres podría ser “seis o siete” veces mayor que para los hombres. “Hay un rango real”, comentó.
La cuestión de las posibles razones de esto es todavía más controvertida. Tradicionalmente, la mayor parte de la investigación se ha enfocado en la biología. “Hay diferencias anatómicas evidentes” entre las rodillas de los hombres y las mujeres, afirmó Hagglund. De hecho, no solo en las rodillas, sino en toda la pierna. Algunos estudios han sugerido que el LCA de las mujeres es más pequeño. Hay diferencias en las caderas, la pelvis, la ingeniería del pie.
También, cada vez más, hay un conjunto de pruebas que sugiere que existe un vínculo entre las fluctuaciones hormonales y la susceptibilidad a las lesiones en general, y a las lesiones del LCA en particular. El Chelsea, uno de los clubes más importantes en la Women’s Super League de Inglaterra, ahora adapta las cargas de entrenamiento de las jugadoras en fases específicas del ciclo menstrual en un intento por mitigar el impacto.
Sin embargo, como señaló un artículo publicado en British Journal of Sports Medicine en septiembre de 2021, el instinto de enfocarse exclusivamente en explicaciones fisiológicas está muy arraigado y sirve para reforzar el estereotipo misógino de que “la participación de las mujeres en el deporte es peligrosa debido principalmente a la biología femenina”.
En opinión de Hagglund, también se corre el riesgo de hacerse de la vista gorda ante un sinfín de otros problemas que pueden haber contribuido a privar al Mundial de tantas de sus estrellas este mes. “El enfocarse en las diferencias anatómicas significa que hemos dejado de lado las otras partes, los factores externos”, aseveró Hagglund. Y resulta que aquellos son los que podrían abordarse, de modo factible.
La lesión como métrica de valor
Quizás sea natural que para las propias jugadoras, la causa de la numerosa cantidad de desgarros del LCA sea evidente. “No paramos de sumar partidos en todas partes”, dijo Miedema, una de las cuatro jugadoras del Arsenal que han sufrido la lesión esta temporada. “En lugar de 30 juegos por temporada, ahora jugamos 60. Pero no tenemos el tiempo ni la inversión necesarios para mantener a las jugadoras en forma”.
Kristie Mewis, mediocampista estadounidense, sostuvo que la “intensidad” con la que ahora se juega el fútbol femenino había agravado ese efecto. No es solo el hecho de que haya más juegos, dijo. Es que son exponencialmente más rápidos, más físicos y más exigentes que nunca. “A medida que el juego crece, se ha vuelto más competitivo”, afirmó. “Tal vez el estrés tiene algo que ver con eso”.
Rapinoe respaldaría ambas ideas —”La carga y la intensidad son diferentes”, dijo— y agregó que si bien el fútbol femenino se ha profesionalizado en el campo a una velocidad vertiginosa, no siempre ha igualado ese ritmo fuera de la cancha.
“Generalmente no usamos vuelos chárter; no volamos en avión privado”, dijo. “No tenemos los recursos. Entonces, en cuanto a la recuperación, se te pide que produzcas una carga más grande que nunca, pero con menos recursos de los que en realidad necesitas para ello”.
Para Hagglund, ese es solo el comienzo de una larga lista de posibles factores estructurales y culturales que podrían estar en juego. “El fútbol femenino no tiene el mismo apoyo organizativo que el masculino”, afirmó. Eso aplica no solo a los viajes, sino también a la cantidad y la calidad de los miembros del personal médico, fisioterapeutas y nutricionistas.
Del mismo modo, las jugadoras jóvenes, hasta hace relativamente poco tiempo, no tenían los beneficios del mismo tipo de entrenamiento especializado de fuerza y acondicionamiento que es común en las academias de varones. Los equipos femeninos tienen lo que Hagglund denominó plantillas “competitivas” más pequeñas: dependen mucho de un puñado de jugadoras de alto perfil, que no pueden darse el lujo de descansar. “Eso significa que están más expuestas a la congestión de partidos, que haya menos rotación, y que sean más propensas a jugar con una lesión”, dijo.
Y luego están los problemas del entorno. Los equipos femeninos no juegan en el mismo césped perfectamente cuidado que los mejores equipos masculinos. “En Escandinavia, sin duda, todavía es bastante común que los equipos jueguen en césped artificial”, dijo. Las jugadoras deben hacerlo, a menudo, con zapatos diseñados con los pies de los hombres en mente, en lugar de los de las mujeres.
Por difusos que sean todos esos problemas, todos se reducen a lo mismo, según Culvin. “Es una cuestión de valor”, dijo. “¿Qué valor le damos a una atleta? Las jugadoras pueden que sean profesionales, pero las condiciones que las rodean no siempre son adecuadas para atletas profesionales. No habrá equidad en el lugar de trabajo hasta que las valoremos adecuadamente en todos los componentes: los campos, los estadios, el personal de apoyo que las rodea”.
La medida adecuada
Laura Youngson siempre se sorprende, incluso en la actualidad, de la cantidad de jugadoras con las que se encuentra que se han convencido a sí mismas de que el calzado de fútbol está diseñado para ser incómodo. “Esa es la percepción”, señaló. “Se supone que se sientan así y que las mujeres, en particular, deben simplemente aguantarse. En realidad, no están diseñados para ser así”.
Aún así, esa percepción está muy generalizada. A principios de este año, un estudio meticuloso realizado por la Asociación de Clubes Europeos y la Universidad St. Mary en Londres, reveló que el 82 por ciento de las jugadoras de élite experimentaron “dolor o incomodidad” por el calzado que usaban mientras jugaban.
La razón de eso es simple. A diferencia de, por ejemplo, la disciplina deportiva de correr, donde las principales marcas de calzado se dieron cuenta hace mucho tiempo de que las mujeres y los hombres necesitaban –y comprarían– diferentes tipos de zapatillas, las versiones de fútbol que se venden a las mujeres, en gran medida, no están en realidad diseñadas para ellas. El constante principio del mercado ha sido, como dijo Youngson, “que las mujeres son solo hombres pequeños”.
Durante mucho tiempo, como todo el mundo, Youngson se limitó a aceptar que sus zapatillas de fútbol nunca parecían quedarle del todo bien. Entonces, después de organizar un partido de beneficencia en el monte Kilimanjaro en 2017, se dio cuenta de que no era la única. Incluso las jugadoras profesionales en el viaje tenían la misma queja. Youngson vio una oportunidad —tanto comercial como moral— de corregir esa situación.
Desde entonces, la empresa que fundó, Ida Sports, ha realizado investigaciones exhaustivas para fabricar los primeros zapatos de fútbol personalizados para mujeres. Descubrieron que las mujeres tendían a tener talones más angostos, zonas punteras más anchas y arcos más altos que los hombres. (También es más probable que sus pies cambien en comparación con los hombres, sobre todo durante y después del embarazo). Esto significa que “interactúan de manera distinta con el suelo”, algo que Ida Sports ha intentado remediar rediseñando la suela de los zapatos que fabrica.
También hay evidencias suficientes que sugieren que la forma y la estructura de los pies de las mujeres pueden hacerlas más susceptibles a las lesiones, tanto crónicas como agudas, incluidas las roturas del LCA. Youngson no afirma tener una solución milagrosa para la epidemia de las lesiones de rodilla ni cree que unos zapatos que les queden mejor vaya a acabar con el problema por sí solo.
“Pero sin duda hay una oportunidad de seguir investigando”, aseguró. “Se está haciendo un gran trabajo en el estudio de las hormonas, el comportamiento y otras cosas. Sabemos de botines y de superficies. Sin duda podríamos dar algunas recomendaciones. La pregunta sería: ¿cómo mantener a más jugadoras sobre el terreno de juego? Aunque sea una ganancia del 1 por ciento, vale la pena”.
Al igual que Rapinoe, la ex jugadora de la selección inglesa Claire Rafferty sufrió tres lesiones del LCA en su carrera. Al igual que Rapinoe, su reacción cambió con el tiempo. Después de la primera, en la rodilla izquierda, se sintió “invencible”, como si se hubiera quitado pronto de encima la mala suerte. Tenía solo 16 años. Asumió que sería un trayecto tranquilo a partir de ahí.
Rafferty no sabía en ese entonces que el mayor factor de riesgo individual para tener una lesión del LCA es haber sufrido una. Las investigaciones sugieren que el 40 por ciento de los jugadores que se han desgarrado un ligamento cruzado lo volverán a hacer —en cualquiera de las rodillas— dentro de los siguientes cinco años. La probabilidad es más cercana, en otras palabras, a la de lanzar una moneda al aire que a la de tirar los dados.
Rafferty lo aprendió por las malas. En 2011 se desgarró el LCA en su rodilla derecha. En ese momento, recuerda haber estado “en estado de shock”. Hizo lo que pudo para mitigar el riesgo. A pesar de sus ruegos, su entrenadora en el Chelsea, Emma Hayes, se negó regularmente a permitirle jugar en superficies artificiales. Dos años más tarde, Rafferty se rompió el LCA en su rodilla derecha de nuevo.
“Nadie pensaba que podías recuperarte de tres desgarros del LCA en aquel entonces”, afirmó. Rafferty lo hizo. Físicamente, al menos. Mentalmente, las cicatrices no sanaron. “No estaba tranquila”, contó. “Pensaba que cada juego podría ser el último. Estaba jugando con mucho miedo. Tenía demasiada ansiedad. No podía jugar como antes”.
“Recuerdo haber escuchado a la gente preguntar: ‘¿Qué le pasó a Claire Rafferty?’. Quería decirles que no podía correr correctamente porque tenía mucho miedo. No disfrutaba jugar al fútbol. Empecé a resentirlo”.
Ese miedo, el que sintieron las jugadoras que se perdieron la Copa del Mundo de este año, el que comparten todas las que en la actualidad se sienten inseguras en el campo, la había abrumado e inhibido. Rafferty supo lo que tenía que hacer. Mucho antes de lo que debió haber durado su carrera, se retiró. Tenía 30 años. Para el fútbol femenino, el riesgo real de su epidemia de desgarros del LCA, la que tiene sus raíces en la falta de conocimientos y la histórica carencia de cuidados, es que Rafferty no será la última.
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