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Jacinto Herrera: "No tengo miedo, me preparé para esto"
El jockey peruano esperó seis años para volver tras un grave accidente; aunque falten oportunidades, lo disfruta en EE.UU.
Gane o pierda, la sonrisa prolongada es la mejor radiografía de su felicidad. Brillan más esos furiosos dientes blancos entre la piel morena que suma más color bajo el sol de Hallandale, al norte de Miami. Es el lugar en el mundo para Jacinto Herrera, que volvió a ganar tras nueve meses, antes del final de la temporada veraniega de Gulfstream Park, y pronto sumó otro éxito en Calder, otro hipódromo norteamericano, unos kilómetros al Oeste. El jockey peruano, que fue ídolo en nuestro país y al que en los Estados Unidos consideran "una leyenda", siente que aún tiene tiempo para disfrutar de su pasión, aunque no sobren las posibilidades. Justo él, cuyo nombre fue sinónimo de éxito en su Lima natal y en Buenos Aires, donde compitió desde 1990 hasta que un grave accidente lo dejó fuera de carrera por seis años en 2008.
"Correr poco te golpea más que no ganar, aunque eres consciente de todo. No estoy en mi país, se murió mi agente al mes y medio de llegar aquí en 2014, tuve un desgarro, luego me tiró una yegua y me fracturé una mano. Sólo ahora llevo un año seguido activo. Me encantaría tener más opciones, pero no hay. Tengo que conformarme. No me busco otro trabajo porque hago lo que me apasiona. Por todo el esfuerzo que hice para volver, porque me lo propuse, no digo que me sentí como un chico otra vez, pero fue emocionante. Todavía lo disfruto", describe Herrera, a los 45 años. Está flaco, más de lo que se lo veía por San Isidro o Palermo. Puede dar 54 kilos en un turf en el que se compite más liviano que en América del Sur.
Aquel 30 de julio de 2008, Herrera llevó la peor parte en una múltiple rodada en San Isidro: doble fractura de vértebra y lesiones en el hueso sacro; una hemorragia y agua acumulada en un pulmón; se le practicó una cauterización en una arteria. Casi sesenta días internado. Tuvo que guardar la fusta. Palermo le organizó una despedida cuando ya estaba afianzado como cuidador de La Quebrada, la cabaña que lo contrató en 1990 para correr y para la que además entrenó caballos tras la caída y hasta su nueva mudanza. Una leve renguera es hoy la única huella.
"La cuida era circunstancial; puede que vuelva a hacerlo más adelante. Sabía que era el motor para volver, mi terapia para recuperarme y mantenerme cerca de los caballos. A dos años de la rodada, el seguro me dio de baja, y todo se hizo más complicado, porque quería galopar, mantenerme activo, y en San Isidro no me dejaban. Tenía que presentar una carta, que pasara por el directorio, que me pagara un seguro, que esto, que lo otro... Muy difícil. Los médicos me dijeron que tenía que esperar cinco años, y cuando pasó ese tiempo comencé a prepararme; quería darme el gusto de competir en Estados Unidos. Había estado de paseo en Miami en 1998 y me encontré con Juan Rizo, un amigo; yo en Lima le corría a su padre, y en aquellas vacaciones le monté uno. Cuando volví lo vine a ver; él me abrió las puertas", repasa Jacinto. No la tuvo ni la tiene sencilla. No puede dormirse en los laureles.
"Acá no te perdonan, nadie está esperando que te recuperes. Te rompés el lomo, no te tratan bien y todo es un negocio. Así es el sueño americano; el que está acá y lo vive se da cuenta. No me lo imaginaba, pero acá sos uno más. Puede venir Pablo o Ricardinho y todos saben bien quiénes son, qué cartel traen; no es suficiente. Te quieren ver, que demuestres", detalla, con el castellano neutro intacto. Buscó grandes ejemplos: Pablo, uruguayo, es Falero, el jinete con más éxitos en la historia argentina, y Ricardinho, brasileño, es el más ganador del mundo en actividad.
"Los entrenadores saben quién soy. Me dan algún caballito, pero no manejan las montas, sino los agentes, que tienen el mercado tapado; no llegas a los favoritos. Me manejo solo; ya no tengo 30 años. Se busca juventud", describe, sereno. El trato siempre había sido directo para él.
Santiago, el menor de sus cuatro hijos, tiene 8 años. No lo había visto correr. "Me pedía que volviera, que aunque sea corriera una vez, y un poco también regresé por él", confiesa. "Podría haber elegido Perú, pero tenía ganas de darme el gusto acá. Si me dejaran correría en Buenos Aires. Acá tengo seguridad, tranquilidad, pero nadie regala nada. Se trabaja duro. Cuanto más galopás, más cobrás. Son 15 dólares por caballo, y eso no te asegura correrlos, pero suma, estás en lo que te gusta. Y como vivir en Miami es caro, yo galopo y corro."
El contexto casi le pasa factura en 2015. "Como no tenía muchas posibilidades, pensé en dedicarme sólo a galopar. Lo hablé con unos primos y con [el jockey] Gustavo Larrosa, que están en West Virginia, y me dijeron que fuera para allá; me veían ganas y físicamente bien para seguir. Me fui con Mary [su compañera] y los chicos, pero a la semana ellos se volvieron. Era duro. Como si la familia estuviera en Buenos Aires y yo, en Entre Ríos. Terminaba de galopar a las 9 y el día no se pasaba nunca, no encontraba cómo llenarlo. Hay carreras de miércoles a sábado. ¿Y después? Me quedaba por horas solo en una habitación. En tres meses gané casi 20 carreras, pero no me adapté al lugar y a estar lejos. No me fue mal, pero tenía que viajar mucho para ver a la familia: dos horas de auto hasta el aeropuerto, esperar que saliera el avión, un vuelo de dos horas y media... Lo hice cada 15 días. Hasta que me volví a Miami, y arranqué otra vez con Rizo."
Y la sonrisa sigue firme, en otra etapa. "Cuando fui de Lima a Buenos Aires tenía otra cabeza; de joven te llevás el mundo por delante. Ahora necesité dos años, madurar que los dos hijos más grandes no vinieran, y al llegar el día me di cuenta de que faltaba aún más preparación mental. Necesité ritmo y estado; me convencí de que me quedan algunos años más. No tengo miedo, me preparé para esto."
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