Desde que supo lo ocurrido con su familiar, Cambria Harris emprendió un largo camino en búsqueda de justicia
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Después de siete meses sin saber de su madre, Cambria Harris se enteró de que un asesino en serie la había matado. No solo eso. Había arrojado su cuerpo en un vertedero de su ciudad, Winnipeg, en Canadá, y ahora estaba debajo de toneladas de basura.
La madre de Cambria Harris no era la única víctima. El asesino también mató a otras tres mujeres indígenas: Marcedes Myron, Rebecca Contois y Buffalo Woman (nombre que le dio la comunidad al desconocerse su identidad).
La Policía de Winnipeg le dijo a Cambria Harris que sería imposible buscar el cuerpo de su madre en el vertedero, pero recientemente el gobierno le comunicó que es posible.
El proceso duraría unos tres años y costaría 184 millones de dólares canadienses, por lo que el gobierno federal está decidiendo si emprender o no la búsqueda, algo que Cambria ni siquiera puede imaginarse que no suceda.
La Asociación de Mujeres Nativas de Canadá contó los nombres de más de 4000 mujeres indígenas que creen que fueron asesinadas en 30 años.
En 2019, una investigación pública encargada por el gobierno canadiense concluyó que estas mujeres fueron víctimas de un genocidio canadiense que había sido impulsado por acciones e inacciones estatales arraigadas en el colonialismo y las ideologías coloniales. Cambria Harris cuenta a continuación la historia de su madre.
El 1 de diciembre de 2022 recibí una llamada. Era del Servicio de Policía de Winnipeg. Me llevaron a un edificio y, al entrar, toda mi familia estaba allí. Mis hermanas, mis tías, mis tíos, mis primos y las personas que estuvieron preguntándose por ella y que la habían buscado. También estaban el jefe de mi reserva, detectives de homicidios e integrantes de la unidad de homicidios.
La alarma había sonado en mi cabeza en mayo, cuando fuimos a los refugios y centros de tratamiento y no la habían visto en dos meses.
Morgan Harris, una mujer indígena, vulnerable, sin hogar, madre soltera -mi madre- había desaparecido.
En el despacho policial nos sentaron a todos y nos contaron que, a través de pruebas forenses, habían logrado determinar que había sido asesinada. Me mostraron fotos de un vertedero y era como que me estuvieran diciendo “mira, tu mamá está debajo de una montaña de basura y no vas a poder hacer nada. Te vamos a mirar a los ojos y te diremos que no la vamos a buscar”.
Mi nombre es Cambria Harris y mi nombre espiritual es Mujer Gorrión Voladora del Oeste. Nací y crecí en Winnipeg, pero a la vez soy parte de la nación originaria de la Larga Llanura (Long Plain First Nation), de donde es mi familia.
Quince meses después de que yo naciera llegó mi hermana Kira, y un par de años más tarde vinieron mi hermana Janelle y mi hermano Seth.
En mis primeros años la vida era buena. No había día en que mi casa estuviera vacía y siempre estaba rodeada de tías, tíos y todos mis primos que vivían en la cuadra. No hubo un día en que la gente no sonriera o se riera en mi casa.
Pero, un fin de semana, cuando tenía 6 años, llegué a casa y estaba rodeada de policías. Probablemente, allanaron mi casa o intentaron arrestar a mi madre por algo, y ese fue el día en que los Servicios para Niños y Familias me llevaron. Fue traumático.
Me dijeron que me iba a quedar a dormir en un refugio por mucho tiempo. Y sí, terminó siendo mi realidad hasta que cumplí 18. Cambria Harris detrás de la reja que circunvala el terreno donde se ubica el vertedero donde está enterrada su madre en Winnipeg, Canadá.
Mis tatarabuelos, miembros de la nación originaria de la Larga Llanura, tuvieron que escapar de la reserva debido a las insuficientes raciones de alimentos proporcionadas por el denominado agente indio, un funcionario que era designado por el gobierno de Canadá en las áreas reservadas para las naciones originarias.
Se afincaron al margen de una carretera hasta que una construcción los desplazó y terminaron literalmente viviendo en un vertedero. Mi abuela Rose fue víctima y sobreviviente de un internado. Por eso, mi abuela fue víctima de la adicción.
Mi madre también consumía pastillas para el dolor. Le habían recetado estos medicamentos años antes y se los seguían dando para no dejar que se derrumbara. Hay un trauma intergeneracional que se transmitió de padres a hijos.
Yo tendría unos 11 o 12 años cuando mi madre perdió su corazón, que eran sus hijos, su hogar, se perdió a sí misma y terminó en la calle luchando con una enfermedad mental.
Desde que tengo memoria, entraba y salía de tratamientos y refugios para personas sin hogar. Pero, luego la devolvían a las calles sin recursos para mantenerse a flote. Te devuelven a los tiburones y esperan que estés bien.
Mi madre no aparecía. Revisamos debajo de los puentes, donde había campamentos improvisados de casas en las que nadie debería tener que vivir, entramos en los bares a los que nadie debería tener que ir, en las casas más aterradoras, en edificios abandonados donde la violencia de las pandillas continúa.
Pero, ninguno de esos lugares turbios asustó a mi familia, así que continuamos buscando, golpeando puertas donde pudiéramos. En mayo nos enteramos del asesinato de Rebecca Contois, cuyo cuerpo fue hallado en otro vertedero.
Era muy inquietante e impactante saber que el asesino en serie podía haber estado merodeando por las calles. Me preocupaba que mi madre pudiera haber sido una de sus víctimas. Los meses pasaron sin pistas ni nada. Hasta diciembre, cuando tuvimos las noticias de la policía.
Gran parte de mi dolor es que no tengo sus restos. Me dicen que mi madre está muerta, pero ¿dónde está? Aunque haya sido asesinada, tiene que ser recuperada, y también Marcedes Myran, porque este vertedero es esencialmente una tumba sin nombre.
He ido al vertedero y he hecho ceremonias. Ha sido difícil estar encima de donde supuestamente está mi mamá. Y no puedes hacer nada. No puedes ponerte a buscar. Me fastidia.
Quedé embarazada en mi último año de secundaria. Fue realmente aterrador. Mi madre me dio a luz a los 18 años y esa fue la edad en que quedé embarazada. Estaba realmente preocupada por cómo podría ser mi futuro debido a lo que había pasado con mis hermanos. Crecí con ese miedo inculcado en mí de que me iban a quitar a mi hija por quedar embarazada en la adolescencia.
Estoy consiguiendo romper esos ciclos de trauma que injustamente han pasado de generación en generación. Y mi mayor victoria será asegurarme de que mi hija nunca tenga que pasar por lo que yo pasé.
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