El nombre de la rosa: un rodaje complejo, un actor ególatra y un adolescente que conoció el amor en el set
Un italiano, un francés y un escocés se encuentran en un set de filmación. Podría ser el principio de un mal chiste, o también la génesis de uno de los proyectos más ambiciosos que ofreció el cine europeo de los 80. Una odisea que revitalizó carreras en terapia intensiva, como también hizo tambalear apellidos hasta entonces prestigiosos. Todo eso y más fue El nombre de la rosa, una película que trasladó el cine de detectives a la Edad Media a partir de un libro que era muchas cosas, menos cinematográfico.
La novela Il nome della rosa, del piamontés Umberto Eco se editó en 1980, y llamó enseguida la atención de lectores y críticos por mezclar en algo más de 600 páginas una trama policial de inequívocas referencias al Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle con la Italia del siglo XIV, de mirada aguda sobre la religión y la ciencia. El autor explicaba la conexión de la historia con el presente en una entrevista de 1986, durante el rodaje del film: "La Edad Media que yo describí era una época de total transición, en tecnología, política y sociedad. Surgieron nuevos pueblos, nuevas razas y nuevos idiomas, así que también fue una época de mucha inseguridad. Y yo creo que nuestra sociedad contemporánea, llámese posmoderna o posindustrial, se encuentra en un período de transición muy similar, otra época de incertidumbre".
Jean-Jaques Annaud era admirador de la obra de Eco, y compró su libro apenas salió. No había terminado de leerlo cuando entendió que tenía que ser su próximo proyecto cinematográfico. Con 36 años y apenas cuatro como realizador, el francés ostentaba el pergamino de que su ópera prima -Blanco y negro en color (1976)- había ganado el Oscar a la Mejor Película Extranjera, delineando un estilo que consolidó con la notable La guerra del fuego (1981). Pasaron cinco años de promesas, negociaciones de palabra, escritura y reescritura de guión y preproducción. Hasta que en 1985 se anunció oficialmente que la adaptación de El nombre de la rosa se haría realidad.
Mi nombre es Baskerville, fray William de Baskerville
Para mediados de la década del 80, Sean Connery ya estaba completamente alejado de James Bond, y de la fama que el personaje le había dado. Su última película oficial como 007 había sido Los diamantes son eternos (1971), repitiendo luego rol -y bisoñé- en la bastarda Nunca digas nunca jamás (1983).
Mientras Roger Moore resignificaba (para mal) al agente secreto, Connery se hundía en papeles menores. De esta época son Los bandidos del tiempo (1981), Cuba (1979), o El gran robo al tren (1978). Connery veía cómo se le cerraban las puertas una atrás de otra, y por eso entendió que la película de Annaud podía ser un vehículo para ayudarlo a recuperar, sino la popularidad, por lo menos el prestigio.
El director aceptó amablemente tomarle una prueba a Sean, claro que después de probar a Michael Caine, Albert Finney, Richard Harris, Ian McKellen, Roy Scheider, Jack Nicholson, Paul Newman, Marlon Brando, Donald Sutherland, Max von Sydow, Yves Montand, Vittorio Gassman, Frederic Forrest y Robert de Niro, y por un motivo u otro no cerrar con ninguno. El que estuvo más cerca fue De Niro, pero sus cuestionamientos al guion y el capricho de tener un duelo de espadas con el villano al final del film, hicieron que el francés perdiera todas las ganas de contratarlo. "¿Qué le hace un casting más a un director?", habrá pensado Jean-Jacques antes de llamar al jubilado 007, y después de escucharlo leer las primeras páginas de la historia supo que tenía a su protagonista.
El actor escocés omitió su menguante estrellato a la hora de contar por qué quiso ser parte del proyecto: "Este film es una combinación de muchas cosas que me gustan en el cine. Narra una época de la que la gente en general sabe muy poco, habla sobre el conflicto dentro de la iglesia, de un hombre joven que viaja con uno mayor y aprende de él, también hay un aspecto educativo. Y además es una historia de detectives".
Annaud estaba feliz de finalmente haber encontrado a su fray William de Baskerville, pero aparentemente era el único. A Umberto Eco no le gustó nada la elección (un karma en la vida del intérprete, puesto que a Ian Fleming siempre le pareció un terrible error que fuera elegido para ser James Bond), la Columbia Pictures que iba a financiar parte de la película retiró su apoyo al conocer la decisión; y su antagonista, el actor de carácter F. Murray Abraham, se quejaba a viva voz de que él había ganado un Oscar (por Amadeus, en 1984) y Connery no. Annaud más tarde contaría que fue muy difícil trabajar con Abraham porque era "un egomaníaco".
Si Connery era una suerte de Sherlock Holmes, necesitaba un Watson. Annaud lo encontró en Christian Slater, por entonces un adolescente de 15 años sin experiencia cinematográfica, que venía de dos papeles tan intrascendentes como las películas en las que los había hecho. Su Adso von Melk lo lanzó a la fama por la jugada escena sexual que tuvo que recrear con la actriz Valentina Vargas, cinco años mayor que él.
Slater se enamoró de Valentina apenas la conoció. Ella fue la primera de tres elegidas para el casting, pero luego de conocerla, el actor adolescente le pidió a su madre que le dijera a Annaud que suspendiera la prueba con las otras dos. Tenía que ser Valentina, y solo Valentina.
Este enamoramiento de Slater facilitó la escena de sexo entre los personajes (clave en el film), y fue aprovechado por el realizador, que nunca le explicó a Christian lo que iba a suceder mientras que a Vargas le pidió que se "deje llevar". La espontaneidad, producto de la efervescencia del adolescente, permitió que la primera toma en rodarse fuera la que finalmente quedó en la película.
Recrear la Edad Media hasta el más mínimo detalle
La novela El nombre de la rosa tenía una gran cantidad de enfoques, pero lo que más le interesaba a sus responsables de llevarla a la pantalla era el desafío de ambientar una historia en el medioevo. "Hacemos la película porque nos interesa mucho todo el aspecto medieval, no como marco de una historia sino como el tema principal", explicaba el productor Bernd Eichinger. "La Edad Media para nosotros es la protagonista. Fue la verdadera razón para hacer El nombre de la rosa e invertir en ella. Vivir en esa época, recrearla en la pantalla fue muy difícil, pero desde el principio fue nuestro objetivo"
En la misma línea Jean-Jeaques Annaud explicaba a qué límite había llegado tal preocupación: "Todos hemos visto películas para televisión sobre la Edad Media donde a los actores les ponían pelucas, le enrulaban un poco las puntas y listo. Mis monjes son diferentes, todos tuvieron que tener tonsura y dejarse la barba. Hice que les removieran las coronas de los dientes y las muelas. Y el maquillaje fue muy detallado, un trabajo enorme. Llegué a ese extremo para poder mostrar algo totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados, es cierto que quiero que mis monjes se vean reales, pero sobre todo diferentes, y por lo tanto más convincentes".
Otro desafío fue la construcción de los decorados, tanto en Italia como en Alemania, las dos locaciones seleccionadas, como así también el diseño de producción. A pesar de lo detallado que resultaba ser el libro de Eco, hubo mucha investigación previa para que ninguno de los elementos que se vieran en pantalla fueran errados o anacrónicos. Para ello contaron con la colaboración del historiador Jacques Le Goff: "Autenticidad, es la palabra que mejor define a esta película. Tanto los personajes como las situaciones deberían convencer a la audiencia. Para que un film sea creíble, los personajes, el vestuario, la ambientación, los decorados deben verse como en esa época. Esa era la idea básica de Annaud y siempre me pareció muy buena".
A la complejidad en la puesta en escena se sumaron una serie de accidentes que casi terminan en tragedia. Del primero fue víctima Sean Connery, a quien se le prendió la túnica que tenía puesta durante la escena del incendio. Lo salvó Annaud, saltando sobre él y haciéndolo rodar por el suelo.
El otro episodio tuvo como protagonista al veterano actor Feodor Chaliapin Jr., quien interpretaba al monje ciego Jorge de Burgos (un homenaje a Jorge Luis Borges), cuando una viga cayó sobre él tirándolo al suelo y lastimándole la cabeza. Cuando el director corrió en su ayuda, desde el piso el actor le dijo: "Tengo 81 años y voy a morir pronto. ¿Salió bien la toma?". Ambas escenas se pueden ver en la película.
El videojuego y la serie de televisión
El nombre de la rosa se estrenó en Estados Unidos el 24 de septiembre de 1986 (tres meses antes que en Argentina), y fue prolijamente olvidada por la Academia, que no la tuvo en cuenta en sus premios del año siguiente. Aun cuando Jean-Jacques Annaud había hecho una serie de concesiones para potenciar su exhibición, como hacerla hablada en inglés, eliminar complejidades teológicas y filosóficas que estaban en el texto original, y hasta cambiar el final -bastante más oscuro en la novela- por uno acorde al establishment cinematográfico. Sobre este punto, el director explicó: "Creo que el concepto del mundo de Umberto es bastante más negativo que el mío. Allí es donde nos diferenciamos. Yo creo en la fuerza de la emoción, de la pasión, sin duda Eco cree mucho menos en ello, aunque también sea un apasionado. Nuestros orígenes son muy diferentes, él es un científico y yo me lanzo al drama humano, esa es mi especialidad".
El nombre de la rosa tuvo una gran repercusión de público al momento de su estreno europeo, especialmente en Francia e Italia. No sucedió lo mismo en el continente americano donde, en comparación, su recepción fue bastante más tibia. Esto dio por tierra el deseo de Annaud de hacerse un nombre en el cine norteamericano, e incluso hizo tambalear su carrera.
Sin embargo, la potencia de sus imágenes y de su materia prima llevó a sostenerla a lo largo del tiempo, y a convertirla en un film de culto con varias ramificaciones. En 1987 se lanzó en España un videojuego llamado La abadía del crimen (título de trabajo elegido por Umberto Eco durante la escritura del libro) que estaba basado en sus personajes y en la historia. Tuvo una remake en 2016, ambos juegos llegaron a nuestro país, aunque fueron privativos de pequeños círculos de gamers.
En 2019, tres años después de la muerte del autor, se estrenó una serie para televisión y plataformas de ocho capítulos producida por la RAI. En ella se recrean los hechos narrados tanto en el libro como en la película, con el protagónico a cargo de John Turturro, y Rupert Everett como su enemigo Bernardo Gui.
A cuarenta años de su publicación, y a treinta y cinco del rodaje de su primera adaptación, El nombre de la rosa persiste en el recuerdo y el interés cinéfilo. Y aunque en su momento no fue todo lo valorada que hubiera merecido, el espectador se encargó de mantenerla vigente hasta el presente; y no como un mal chiste, sino como una gran película.
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