Muti: Rituales mortales tiene un argumento trillado y con baches que Morgan Freeman transita con oficio
La película de George Gallo tiene referencias obvias e intenta provocar impacto con imágenes de violencia explícita y un final sorpresivo. Freeman interpreta con aplomo a un académico que colabora con un investigador policial.
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Muti: rituales mortales (The Ritual Killer/2023). Dirección: George Gallo. Guion: Bob Bowersox, Jennifer Lemmon, Francesco Cinquemani, Luca Giliberto. Fotografía: Andrzej Sekula. Edición: Yvan Gauthier. Elenco: Morgan Freeman, Cole Hauser, Vernon Davis, Peter Stomare, Julie Lott. Duración: 92 minutos. Calificación: apta para mayores de 16 años. Nuestra opinión: regular.
Hubo un momento en el que las películas sobre asesinos seriales, y sus perversas motivaciones y psicologías, claro, fueron un insumo importante de la producción de Hollywood. La época de El silencio de los inocentes (1991), de Jonathan Demme, y Se7en (1995), de David Fincher, dos casos virtuosos de una tendencia que también llegó más tarde a las series (Mentes criminales, cuyas ¡15 temporadas! se pueden encontrar hoy en Amazon Prime) e incluso tiene su eco notorio en la actualidad, con el furor de las miniseries documentales con esa temática de la era de las plataformas de streaming.
Muti: Rituales mortales vuelve sobre el tema con el condimento en la trama de la aparición de un sangriento ritual africano que parece estar detrás de una serie de crímenes investigados por un policía de Mississippi (Cole Hauser) atormentado por la muerte de su hija. Quien lo ayuda es el personaje de Morgan Freeman, experimentado actor que tiene una larga relación profesional con el director George Gallo: con él ha trabajado mucho en los últimos cinco años, siempre en películas discretas.
Freeman, un profesional siempre solvente, sobre todo en papeles dramáticos, es esta vez un antropólogo que, igual que el detective William Somerset que encarnó en Sev7n, maneja información detallada sobre tradiciones religiosas, dato crucial para un argumento que también toma prestadas algunas ideas de The Believers (1987), de John Schlesinger. Su temperamento mesurado y analítico contrasta con el del policía con el que colabora, interpretado al borde de la sobreactuación por Hauser.
La historia también tiene una pata en Roma, pero es una decisión que parece más empujada por las exigencias de la coproducción italiana que por necesidades estrictas de un guion que, además, no se caracteriza por las sutilezas: la charla de los protagonistas sobre mutilaciones y asesinatos durante una comida es un ejemplo contundente, tan explícita como la colección de imágenes destinadas a impresionar que acumula.
Con 85 años, un Oscar (por Million Dollar Baby), dos Globos de Oro (uno por Conduciendo a Miss Daisy y el otro por su trayectoria) y una carrera realmente extraordinaria, Freeman también sabe cómo reutilizar algún matiz de los personajes que interpretó en películas como Besos que matan (2001) y Telaraña (1997). Pero su oficio no alcanza para mejorar demasiado una película trillada y errática que reserva un final sorpresivo como último recurso para cerrar un relato plagado de tropezones. La idea de filmarla fue sobre todo de él. Al menos eso le dijo el director George Gallo a Screen Rant en un arrebato de honestidad brutal: “Después de leer el guion, hablé con Morgan para decirle que no quería hacerlo, pero él me convenció y ahí decidí hacer algo del estilo del cine de William Friedkin, algo entre Contacto en Francia (1971) y Carga maldita (1977)”, declaró. Y hay que decir que ese intento falló.
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