Reseña: Cobra, de Severo Sarduy
El cubano Severo Sarduy (Camagüey 1937-París, 1993) fue una de esas luminarias literarias que, tras su temprana muerte, entró en un limbo demasiado duradero. Resulta inexplicable si se piensa en su estética, que entonces era modernísima y hoy resulta profundamente contemporánea. Son muchos los que escriben en su senda, quizá sin saberlo, aunque pocos alcanzan su nivel.
Anclado en París, el neobarroco Sarduy escribía en la estela del Boom, sabiendo que lo suyo era otra cosa: en Cobra (1972), se permite una jocosa intromisión en que le recomienda al lector que abandone la novela y se vaya a leer las de los otros latinoamericanos, “que son mucho más claras”.
La boutade es precisa: Cobra es una novela de lenguaje, en que las palabras chisporrotean al son del travestismo de su historia. “La escritura es el arte de descomponer un orden y componer un desorden”, se lee, y la premisa es llevada aquí a su extremo. ¿La historia alrededor de la que gira? Detrás de esas capas verbales de pura transgresión, hay un travesti, la mayor belleza del Teatro Lírico de las Muñecas, un burdel. Tiene un inconveniente que la trauma: el tamaño de sus pies, notoriamente masculinos.
En su búsqueda para reducirlos y lograr su metamorfosis definitiva, iniciará un periplo, una rueda de sufrimiento y dolor que la acerca a los ciclos budistas. Un ejemplo de su estilo: “La jiribilla se escabullía por el pelambre, bajo tirabuzones amelcochados y moños dobles, entre armaduras de trenzas concéntricas y cadenetas anodinas”. Sarduy era un virtuoso. También un visionario que merece más y nuevos lectores.
Cobra
Por Severo Sarduy
Cuneta
210 páginas, $ 6700