Reseña: El crepúsculo del mundo, de Werner Herzog
En los años noventa del siglo pasado, el cineasta alemán Werner Herzog (Múnich, 1942) viajó a Japón para dirigir la puesta de una ópera del compositor Shigeaki Saeguza. Una de esas noches le avisan que el emperador quiere recibirlo en una visita privada, pero cuando quiere darse cuenta –dada la investidura, una duda se toma por rechazo– ya había rehusado sin darse cuenta la invitación. ¿A quién le gustaría conocer entonces?, le preguntaron. A Hiroo Onoda, dijo sin titubear.
Tal vez no haya personaje más digno de Herzog que ese soldado japonés, famoso por haber permanecido durante décadas en la selva filipina sin saber que la Segunda Guerra Mundial había finalizado. El cineasta se reunió muchas veces con él, y de allí surge El crepúsculo del mundo. Es una novela, pero basada en el relato y las percepciones que el soldado, entregado durante tanto tiempo a una guerra ficticia, le transmitió.
La estructura se atiene al género. Hecha de capítulos breves y fechados, comienza en 1974, con el hallazgo de Onoda, y luego se remonta a 1945, a los finales de la guerra cuando el soldado con otro compañero quedan rezagados. Hay algo onírico en esa inmersión en la naturaleza que rodea a los extraviados. Un rápido paso por 1954, donde se suma otro sargento (los dos compañeros morirán antes de que lo encuentren a Onoda), desemboca en los años setenta, ya cerca de la fecha clave. Dado el estilo cinematográfico de Herzog, el lector esperaría una épica barroca, pero el estilo del alemán es sintético. Busca capturar una experiencia inédita sin dejar de ser leal a lo que escuchó.
El crepúsculo del mundo
Por Werner Herzog
Blackie Books. Trad.: Marina Bornas
182 páginas, $ 8999