Reseña: Un hijo extranjero, de Eduardo Berti
Hace algunos años Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) publicó Un padre extranjero (2016), libro en el que contaba la historia de su progenitor, que nació y se crió en Rumania, pasó por Francia y llegó a la Argentina mientras estallaba la Segunda Guerra Mundial. En el camino, aprovechó –como descubriría Berti con sorpresa– no solo para bajarse la edad, sino también para cambiarse el apellido y la religión.
Un hijo extranjero es una addenda, en cierto modo obligada. Tras la salida de aquel libro, un amigo le hizo llegar el legajo que el padre presentó en 1952 para pedir la nacionalidad argentina. Ahí figuran muchos datos faltantes: el nombre del barco en que llegó o, regalo inesperado, la exacta dirección de la casa natal rumana, en Galati.
El volumen narra entonces el viaje que Berti emprende para visitar esa ciudad y ver si es posible dar con aquella casa. La prosa es grácil y económica. En busca de las huellas de ese padre de origen judío (algo de lo que nunca habló) que debió escapar por el antisemitismo de entreguerras, el relato se sumerge, a partir de breves estampas de viaje, en algo más que una simple pesquisa familiar. El hijo es ahora extranjero en ese país y esa lengua de la que el padre huyó. Un hijo extranjero es un retrato también de otra cultura, de los que lo ayudan, de alguno de sus escritores. Con muchas fotos que reflejan el recorrido, este emocionante cuaderno de bitácora no contiene ninguna del padre, como tampoco revela su nombre verdadero. Una manera sutil de homenajear los misterios de la identidad, la ancestral pero también la propia.
Un hijo extranjero
Por Eduardo Berti
Híbrida
122 páginas, $ 4800
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