Los años de internet deberían contarse con otro sistema de medición temporal. En esta época marcada por la aceleración y el vértigo, nuestro nuevo medioambiente parece moverse a otra velocidad. Lo olvidamos, pero la World Wide Web –imaginada en un principio como una autopista, luego como un océano por navegar y después como una nube a la cual elevar nuestras plegarias– tiene tan solo 11.315 días. O, lo que es lo mismo, 31 años. Toda una vida y casi nada a la vez.
Recordar sus primeros pasos, en aquella era oscura y confusa de los 90, no dista mucho de pensar en aquellos hombres y mujeres anónimos que contemplaban el mundo aterrados desde las cavernas hace 30 o 40.000 años.
Olvidamos aquel chirrido ensordecedor, pero lleno de alegría del módem con el que abríamos la puerta e ingresábamos a un paraíso digital de posibilidades infinitas. O las velocidades de carreta. Todos los mayores de 35 recordamos ese antes y después, la vida –el colegio, las relaciones, el ocio, el tedio– sin internet ni celulares. Al igual que el momento en que fuimos absorbidos.
Los historiadores del futuro tendrán grandes problemas para reconstruir y comprender esas primeras incursiones. Incluso las de esta era. A diferencia de las cartas o libros de papel en los que circularon las grandes ideas del siglo XIX, por ejemplo, gran parte de los datos digitales de los últimos 30 años terminarán perdiéndose. La web se desvanece como pasos en la arena. Los mails, los chats, los tuits, los likes de Instagram, los mensajes de WhatsApp y demás formas que adopta la comunicación instantánea son consumidos por el olvido.
Y, con ellos, las nociones clave que moldearon esta época. Nuestros descendientes lejanos desconocerán que hubo un momento en que el anonimato era una virtud. "Vos podés ser quien quieras ser" operaba, implícitamente, como eslogan del ciberespacio. Por entonces, podíamos ingresar en salas de chat –que conocíamos como mIRC– llenas de extraños y reinventarnos. Construirnos una vida de fantasía en la que éramos exitosos, hermosos, felices. El anonimato no era aún visto como el escudo en el que se esconde el troll o el depredador sexual o el estafador online. El anonimato era la expresión digital máxima de la privacidad y libertad.
Todo eso, sin embargo, cambió. Hoy ocurre lo contrario: con selfies, IG lives, videos en YouTube nos sobreexponemos. Información personal se entrega incluso sin ser solicitada. Anunciantes rastrean sus hábitos de consumo online. Con ayuda de compañías proveedoras de internet, saben qué vemos, qué compramos, con quién hablamos, cuándo. Entregamos voluntariamente nuestras fotos a empresas como FaceApp. Los gobiernos nos vigilan. Y a muchos no les importa: nunca fue más fácil acceder a registros financieros, historial web y de llamadas ajenos. Vivimos en lo que el especialista en ciberseguridad Peter Swire llama la "era dorada de la vigilancia".
Hoy el anonimato es culturalmente mal visto. Despierta sospecha. Se lo asocia al crimen, al acoso, al peligro. Nos han despojado de un derecho y fue todo tan abrupto que no nos hemos dado cuenta.
Que un grupo de activistas haya tomado esta condición perdida como nombre y bandera de guerra para hacer temblar el mundo con sus revelaciones habla de esta mutación digital. Sin estructura ni liderazgos sólidos, Anonymous es el primer gran movimiento hijo de internet que se ha vuelto popular, identificable, temido y celebrado al mismo tiempo. Un colectivo de hacktivistas que se hizo conocido por sus cruzadas contra la cienciología, los dictadores, las corporaciones y la censura en la red y que fue un jugador clave en las batallas sobre WikiLeaks, la Primavera Árabe y Occupy Wall Street.
Anonymous es el primer gran movimiento hijo de internet que se ha vuelto popular
Tras las máscaras del conspirador inglés Guy Fawkes –aquel que en el siglo XVI intentó sin éxito hacer volar el Parlamento con explosivos y luego fue inmortalizado en la película V de Vendetta–, este grupo polimorfo, que oficialmente nació en 2003, fue uno de los primeros que expuso con claridad que internet era un campo de batalla. Su cruzada fue restituir las libertades arrebatadas, dentro y fuera de la red, con hackeos coordinados y exposición de secretos.
Con el tiempo, varios de sus miembros fueron arrestados. Anonymous mutó y adoptó el silencio. "Muchos gobiernos querían vincular a Anonymous con el terrorismo, pero creo que su mensaje no caló entre la opinión pública", indica la antropóloga puertorriqueña Gabriella Coleman, autora de Hoaxer, Whistleblower, Spy: The Many Faces of Anonymous. "Entre los dos extremos, superhéroes o criminales, hay de todo, pero la mayoría los ve como activistas, y para muchos jóvenes son una fuente de inspiración".
Las protestas por el asesinato de George Floyd a comienzos de junio en Estados Unidos sirvieron como escenario para su regreso. En especial, con un mensaje dirigido al Departamento de Policía de Minneapolis en el que se prometía "exponer al mundo sus crímenes".
Pero eso fue solo el comienzo. Habían hackeado –otra vez– nuestra atención. Le siguieron denuncias de una supuesta red de pedofilia y una lista de famosos que habrían sabido de esta red y por eso fueron "asesinados" (desde Lady Di a Kurt Cobain). Sin evidencias sólidas.
A medida que crecía esta bola de nieve, también se volvieron más grandes las dudas. Históricamente, este grupo no ha usado ni Twitter ni Facebook para comunicarse. Además, cualquiera podría haber explotado la imagen y marca de Anonymous.
"Anonymous es un síntoma", dice Coleman. "Se ve exacerbada por el descontento social y la incertidumbre. Habrá un Anonymous no solo en 2020, sino en 2090 y no tendrá nada que ver con el Anonymous original".