Está en todos lados. En el free Shop del aeropuerto, en las tiendas del Museo de Bellas Artes y en el Museo de Historia de Budapest. Se lo ve en los locales que rodean la Gran Sinagoga y también en ambas orillas del río Danubio, unidas por el Puente de las Cadenas y sus leones guardianes.
Allí, en cada rincón de una de las capitales más hermosas de Europa, el cubo mágico se las ingenió para permanecer como emblema nacional. Inventado por el arquitecto Erno Rubik en 1974, este colorido rompecabezas tridimensional es el orgullo de Hungría.
De hecho, es quizás lo único que conocen de este pequeño y marginal país las hordas de turistas que en los últimos años han inundado los famosos baños termales de la capital, su Parlamento neogótico y el Memento Park, hogar final de las derrocadas estatuas de Lenin y de Marx.
Solo hay que poner un pie en esta ciudad castigada por los saqueos de los mongoles, vaciada por la peste y el nazismo, y oprimida después por el comunismo, para comprender que ya la conocemos. Al menos a través de las pantallas: las calles de Budapest han sido set de rodaje de gran variedad de películas y series como Evita, Underworld, Transporter 3, Doctor Stranger, Terminator: Dark Fate, Blade Runner 2049 y The Alienist.
El "boom" que atraviesa la ciudad, sin embargo, cubre todo lo que sucede debajo de la superficie. Gobernado por un primer ministro de extrema derecha –Viktor Orbán, un Trump-Bolsonaro de Europa del Este–, Hungría vive un clima de opresión constante.
A este líder demagogo que encabeza una cruzada cristiana no le bastó con alterar en 2011 la Constitución húngara en su beneficio (y, por ejemplo, incluir en la ley fundamental la prohibición del matrimonio entre personas del mismo sexo). Más tarde, impuso su voluntad en los medios de comunicación, en la Educación, en el Banco Central y en los Tribunales.
Y, en un nuevo paso para controlar todos los ámbitos de la vida local, en julio de 2019, Orbán logró que el Parlamento votara a favor de la reestructuración del sector científico para darle al Gobierno control total.
No se trató de una jugada meramente burocrática. Esta reestructuración de los 40 institutos de la Academia Húngara de Ciencia implica que los 150 grupos y alrededor de 3000 científicos húngaros no son más libres de elegir sus temas de investigación.
Alrededor de 3000 científicos húngaros no son más libres de elegir sus temas de investigación.
Miles de húngaros salieron a la calles para protestar contra las intensas presiones políticas que impone a la ciencia y demás atropellos del gobierno ultraderechista de Orbán, que ya va por su tercer mandato consecutivo.
"La libertad de la ciencia en Hungría y en Europa está en peligro", me dijo preocupado el matemático László Lovász, presidente de la Academia de Ciencias húngara, durante el World Science Forum celebrado a principios de diciembre pasado en Budapest.
Tiene razones para estarlo: el Gobierno ahora decide qué se investiga y qué no a través de la asignación de fondos públicos. Por ejemplo, ha estado financiando a institutos para que respalden su agenda nacionalista y antiinmigrante: el Instituto de Investigación de Migraciones –creado en 2015– ha publicado varios análisis que documentan las desventajas de la inmigración y de recibir refugiados.
Los críticos de Orbán ven detrás de estas maniobras intentos de promover ideas pseudocientíficas que exacerban el nacionalismo y la xenofobia así como la intención de imponer sus ideas "alternativas" y reescribir la historia local, para limpiar la memoria de la nación. Por ejemplo, minimizar el papel de Hungría en la deportación de 437.000 judíos a los campos de exterminio nazis, luego de que los alemanes invadieran el país en 1944.
Orbán usa el miedo xenófobo y homofóbico y el odio populista para justificar sus acciones antidemocráticas. Demoniza los derechos de las mujeres y los activistas ambientales. En 2018, prohibió los estudios de género en las universidades.
Todos estos ataques ya han provocado que miles de jóvenes decidan huir de este pequeño país de 9 millones de habitantes que desde el corazón de Europa expone una peligrosa tendencia capaz de volverse algún día global.