Los profesionales de la memoria buscan preservar artefactos para dar testimonio de cómo un pequeño virus alteró nuestras vidas para siempre.
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Al mismo tiempo que la Organización Mundial de la Salud declaraba el brote del nuevo coronavirus como una pandemia en marzo de 2020 y despegaban los proyectos que eventualmente conducirían a las vacunas, otra carrera daba inicio.
En silencio y alejados de la atención pública, curadores, archivistas, historiadores de todo el mundo emprendían una lucha con el tiempo. Con la mente puesta en las generaciones futuras, comenzaron a acaparar. No cualquier cosa, sino aquellos objetos que dentro de 50, 100, 1000 años ayuden a contar qué fue la pandemia de covid-19 y cómo los habitantes del siglo XXI la enfrentamos y adaptamos nuestras vidas ante ella.
En las últimas dos décadas, los museos del mundo han llevado a cabo iniciativas similares de recolectar materiales de importancia cultural inmediatamente después de eventos históricos.
El equipo curatorial del Science Museum de Londres movió cielo y tierra para conseguir el vial que contenía la vacuna administrada a Margaret Keenan, de 90 años, la primera persona en el mundo en recibir el suero de Pfizer/BioNTech luego de su autorización, el 8 de diciembre de 2020.
El Museum of Chinese in America, en cambio, se ha centrado en salvaguardar referencias visuales de los ataques racistas relacionados con la pandemia. El Museo de Londres y el Museo de los Sueños de la Western University en Canadá, por su parte, recopilan registros oníricos. El proyecto Guardians of Sleep busca documentar cómo la crisis sanitaria alteró la forma en que dormimos y soñamos y cómo lidiamos con el estrés extremo. “Recopilamos sueños como historias orales en primera persona con el objetivo de brindar una narrativa más emocional y personal de este tiempo para las generaciones futuras”, indica la curadora digital Foteini Aravani.
Esta tendencia, en realidad, no es nueva. En las últimas dos décadas, los museos de todo el mundo han llevado a cabo iniciativas similares de recolectar materiales de importancia cultural inmediatamente después de eventos históricos. El fin es documentar las consecuencias de grandes sucesos, desde desastres naturales como el huracán Katrina hasta movimientos sociales como las protestas de Black Lives Matter.
La pregunta que guía estos proyectos es la misma: cómo estos eventos se convertirán en parte de la memoria histórica. La New York Historical Society lanzó el programa History Responds inmediatamente después de los ataques del 11 de septiembre de 2001.
Eventualmente, no habrá un museo del covid-19, sino muchos. Cada uno se centrará en los efectos provocados por un pequeño, pero peligroso virus que sacudió a la comunidad local. El Museo de Viena, por ejemplo, almacena los objetos en su depósito. Las curadoras Martina Nußbaumer y Anna Jungmayr guardan estos artefactos para la posteridad a partir de criterios como “¿tiene el objeto una referencia concreta a Viena?” o “¿cuenta una historia representativa y socialmente relevante sobre la pandemia?”.
“Nuestra vida cotidiana será parte de la historia. Nos gustaría recolectar tantos artículos como sea posible antes de que se desechen”, dice el curador Makoto Mochida, del Museo Histórico de Urahoro, en Hokkaido, Japón. “Cuando miremos hacia atrás en esta era en el futuro, esos materiales nos ayudarán a examinarla objetivamente”.
"Cuando miremos hacia atrás en esta era en el futuro, esos materiales nos ayudarán a examinarla objetivamente."
Makoto Mochida, curador del Museo Histórico de Urahoro - Japón
Estos esfuerzos buscan ser una dosis de refuerzo contra el olvido: los desastres naturales y las epidemias ocurren más seguido de lo que se cree, pero la gente los tiende a olvidar pronto. La pandemia de gripe de 1918 golpeó tan rápido y fuerte que dejó pocos artefactos. “En el siglo XX, las personas estaban bastante avergonzadas por la enfermedad, solo las colecciones médico-históricas registran testigos contemporáneos”, dice Rita Wagner del Museo de la Ciudad de Colonia, quien aún no ha decidido qué objetos son históricamente significativos. Solo sabe que quiere recolectar tantos como sea posible.
Incluso los mensajes de las redes sociales. “Va a ser difícil saber qué conservar”, asegura la historiadora Jane Boyd. “No envidio a los futuros historiadores, que dentro de 100 años tendrán que resolver todo esto”.
Cada objeto preservado será para los habitantes del siglo XXII en adelante una postal de nuestra época: máscaras, frascos de alcohol en gel, guantes, termómetros, hisopos, capturas de pantalla de cumpleaños por zoom, respiradores, certificados de vacunación, carteles de cuarentena, diarios personales, test de diagnóstico. Hasta videos de conspiración, fake news y grabaciones de conductoras tomando dióxido de cloro en TV, testimonios de la irresponsabilidad y de la estupidez propia de nuestros días.