Fue una de las variedades más preciadas durante siglos, pero luego cayó en desgracia; hoy, renace con fuerza en nuestro país
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Son tres las M con las que se identifica a la Argentina en el exterior: Maradona, Messi y Malbec. Pero la de nuestra variedad insignia es sin lugar a dudas la más extensa de todas esas historias. En su trama se mezclan reyes y reinas, zares y emperatrices, e incluso un ilustre presidente argentino. A través de los siglos y de los continentes, esta variedad protagoniza momentos de auge y de decadencia que se suceden hasta que, a finales del milenio pasado, un puñado de viticultores y bodegueros descubre que en la Argentina el Malbec se expresa como en ningún otro lugar del mundo.
“El Malbec tiene un sabor muy particular, que es distinto a cualquier otra cosa: una exhuberancia de violetas que ningún otro vino tiene, la que sumada a una facilidad de tomar, gracias a lo que llamamos tanino dulce, lo hizo muy reconocido”, opina Alejandro Vigil, enólogo de Catena Zapata y creador de El Enemigo Wines. “El Malbec triunfa en el exterior porque es amable y seductor; puede dar lugar tanto a vinos simples y fáciles de beber, como a vinos de una gran complejidad y potencial de guarda”, agrega Marcelo Belmonte, director de enología de Grupo Peñaflor.
Así, el Día Mundial del Malbec –próximo 17 de abril– rinde homenaje a esta cepa que logró poner a la Argentina en el mapa global del vino, despertando la envidia de grandes naciones productoras, que hoy también hacen Malbec. La fecha elegida para la celebración hace referencia a la creación de la Quinta Normal de Mendoza, con la que Sarmiento buscó modernizar la vitivinicultura argentina. En su ambicioso plan, la incorporación de las “variedades francesas” como el Malbec era una de las herramientas de mejora.
Y no se equivocó: hoy el Malbec representa el 24,9% de toda la superficie plantada con vides en el país, cuya exportación genera ingresos por más de 410 millones de dólares al año. Pero la historia del Malbec empieza mucho, mucho antes de Sarmiento, en las tierras del entonces extenso Imperio Romano.
Favorito de poetas y reyes
La cuna del Malbec es Cahors, en Francia, donde a esta variedad se la conoce como Côt Noir o Auxerrois. Los estudios de ADN sugieren que es un cruce entre las uvas Magdeleine Noire y Prunelard ocurrido a orillas del río Lot. Situada hoy a 570 kilómetros al sur de París, Cahors formó parte del Imperio Romano, que llevó allí sus vides alrededor del año 150. Autores clásicos como Virgilio y Horacio elogiaron en sus obras al vino de Cahors, que mantuvo su prestigio aun después de la caída del imperio, ya en la Edad Media.
Quien dio un significativo impulso al vino de Cahors y al Malbec fue Leonor de Aquitania, quien llegó a ser reina de dos reinos (y madre del legendario Ricardo Corazón de León). Pero no lo hizo en sus primeras nupcias con Luis VII, que la convirtieron en reina consorte de Francia, sino tras su separación. Al contraer nuevamente matrimonio en 1152, esta vez con el duque de Normandía –que dos años más tarde sería coronado Enrique II de Inglaterra–, la unión entre el ducado francés que Leonor representaba y el reino de Inglaterra dio lugar a la creación de una serie de vínculos comerciales que, en lo que respecta al Malbec, permitieron que el vino de Cahors desembarcara en las islas británicas, donde comenzó a gestarse una bien merecida fama. A tal punto que desbancó rápidamente al vino inglés, ya que en aquel entonces Inglaterra era un gran productor.
Esa buena reputación siguió en ascenso por unos cuantos siglos. Las cosechas 1308/1309, por ejemplo, marcaron incluso récords de exportación para la época, con nada menos que 850.000 hectolitros que viajaron por mar desde el puerto francés de La Rochelle a las islas británicas. La llegada al trono de Enrique III, en 1312, acentúa la fama de este vino pues el monarca lo apoda “vino oscuro de Cahors”, elogiando su gran concentración de color.
Sin embargo, en 1337, el estallido de la Guerra de los Cien Años marca un retroceso para el Malbec, ya que la acciones bélicas interfieren con la producción de vino de Cahors. Habrá que esperar al siglo XV para el retorno de buenas condiciones para su elaboración.
Un buen año es 1531. El Malbec da un salto al hacerse un lugar destacado en la corte del rey de Francia. Sucede que Francisco I hace caso a los elogios del poeta Clément Marot –oriundo de Cahors–, y ordena plantar una viña con vides provenientes de esa región en el castillo y en el palacio de Fontainebleau. Entonces, el Malbec pasó a ser conocido como “plante du roi” (planta del rey), y nada mejor que el prestigio que emana de un monarca para hacer que se hable bien de algo.
Gracias a la reputación ganada en las coronas europeas, en los siglos XVII y XVIII el vino de Cahors sigue su expansión y conquista nuevos mercados: Alemania, Holanda, América del Norte e incluso Rusia, donde es adoptado por la iglesia ortodoxa rusa para la celebración de la Santa Misa. Allí, uno de sus grandes defensores fue nada menos que el zar Pedro El Grande, que aseguraba que el vino de Cahors le había curado una úlcera de estómago.
Agradecido, ordenó plantar Malbec en Crimea, proceso que fue continuado por su sucesora, Catalina La Grande, quien ordenó traer cepas de Cahors para dar forma a un gran viñedo conformado por miles de vides francesas, que años más tarde, ya entrado el siglo XIX, quedó bajo la tutela del príncipe Mijaíl Vorontsov. Este sofisticado miembro de la realeza rusa (educado en Londres, hablaba siete idiomas) levanta una bodega en la que produce el vino bajo el nombre Kahor, que habría de adquirir una duradera popularidad. Tal es así que, un siglo más tarde, el célebre ajedrecista Anatoly Karpov solía contar que su padre bebía Kahor para calmar sus nervios.
La peste
El Malbec llega al siglo XIX con todo para ganar, pues buena parte del mundo entonces conocido está rendido a sus pies. Sin embargo, son los mismos franceses los que dan inicio a la decadencia del “vino oscuro de Cahors”. Los productores de la vecina Burdeos –hoy meca de los grandes cortes tintos, con châteaux célebres como Lafite o Latour– le cierran el paso al mercado británico, mientras que el vino barato de Languedoc, en el sudeste de Francia, comienza a minar su presencia en el mercado interno, gracias a una ágil distribución a través del ferrocarril.
Por otro lado, los viticultores franceses empiezan a prestarle más atención a otras variedades, como el Cabernet Sauvignon, en detrimento del Malbec. La fama construida durante siglos se desvanece rápidamente
Aun así, no son cuestiones comerciales ni de preferencias las que le dan la estocada final al Malbec de Cahors. A partir de 1863, los viñedos franceses son devastados por la plaga de la filoxera, un diminuto pulgón que destruye las raíces de las vides. A Cahors, la filoxera llega en 1877 y arrasa las 40.000 hectáreas en las que se cultivaba el Malbec. “A partir de esa devastadora experiencia, los viticultores galos perdieron sus últimos lazos con el Malbec”, escribió el historiador mendocino Pablo Lacoste en su Historia del Malbec.
Pero mientras la peste hacía estragos en los viñedos franceses, vides de Malbec comenzaban a aquerenciarse del otro lado del Atlántico. Aquí es donde entra en escena Sarmiento, claro que no en su faceta de educador, sino como promotor de la modernización de la agricultura.
La “uva francesa”
Quizás la parte menos conocida de la historia del Malbec es que no llega primero a la Argentina, sino a Chile, lo que ocurre en la década de 1840. “En el marco de la apertura política y cultural generada a partir de la independencia, la clase dirigente chilena comenzó a mirar hacia Francia con creciente interés y ambiciones de superación –escribió Lacoste–. En este contexto, uno de los aspectos que se procuró incorporar fue la vitivinicultura francesa, incluyendo sus cepas y sus técnicas de elaboración del vino”.
Exiliado en Chile e inspirado en la Escuela Normal de París, Sarmiento crea la Quinta Normal de Santiago, que funciona como una estación experimental agrícola para la introducción de variedades de vid europeas. Su idea no es otra que adaptarlas al terruño americano para mejorar y modernizar la producción de vino.
De regreso en la Argentina, Sarmiento replica esta experiencia en Mendoza, donde promueve la creación de la Quinta Normal de Mendoza, que queda en manos de otro exiliado: el francés Michel Aimé Pouget. Egresado de la Sociedad de Horticultura de París, Pouget había huído de Francia tras el golpe de estado de Napoleón III, para radicarse en Chile, donde dirigió la Quinta Normal de Santiago.
A Mendoza, Pouget llega en 1853 con “una gran carga de plantas y semillas que incluía cepas de varios tipos, como por ejemplo Cabernet Sauvignon y Pinot Noir. Una de ellas era la uva Malbec”, consigna William Beezley, profesor de la Universidad de Arizona, en su artículo La senda del Malbec: la cepa emblemática de Argentina.
Apodada la “uva francesa”, el Malbec es adoptado por los viticultores cuyanos y se adapta rápidamente a sus terruños. A principios del siglo XX, ya es la principal variedad plantada en los viñedos mendocinos. Su punto más alto en términos de superficie quedó registrado en el censo de viñedos de 1962: de las 259.800 hectáreas cultivadas para elaborar vino en la Argentina, 58.577 eran de Malbec.
Una vez más, en su extensa historia de vida, sobreviene un período de decandencia: el Malbec acompaña al retroceso que, por diversos motivos, experimentó el vino argentino en las últimas décadas del siglo XX. Así, el número de hectáreas plantadas con Malbec se redujo notoriamente entre mediados de los 60 y mediados de los 90; es en 1995 que alcanza su menor superficie registrada: 9.746 hectáreas. Esto es resultado de la caída del consumo de vino per cápita que atraviesa la Argentina desde 1970 (cuando su consumo era de 91.8 litros por persona por año, mientras que en 2023 fue de 16,7 litros), pero también de las modas, que por momentos favorecieron al vino blanco o a otras variedades tintas.
“Yo recuerdo perfectamente que al principio el Malbec era de exportación y nosotros tomábamos Cabernet Sauvignon”, dice Vigil, e introduce una pieza clave en el renacimiento del Malbec: el ojo entrenado de los consultores internacionales.
De Argentina al mundo
Los 90 representan un período de modernización para el vino argentino, pero también de revoluciones. Bodegueros como Nicolás Catena Zapata, en Mendoza, o Arnaldo Etchart, en Salta, contrataron a destacados consultores enólogicos –los llamados flying winemakers–, como el italiano Attilio Pagli, el francés Michel Rolland o el norteamericano Paul Hobbs, con el objetivo de incorporar la mirada de expertos internacionales para hacer vinos capaces de competir en el mundo. Y de manera inesperada, todos coincidieron en que el Malbec era un distinto y que debía ser el protagonista del nuevo panorama del vino argentino.
“Los flying winemakers que vinieron a la Argentina tenían ya cierto prestigio en el mundo, y comenzaron a transmitir hacia afuera que existía esta variedad y que se podían hacer grandes vinos con ella”, relata Vigil. Eso fue posible, completa Belmonte, “gracias a un puñado de productores que en vez de reemplazar al Malbec por otras variedades de moda, decidieron preservar esas poco más de 9000 hectáreas de su mínimo histórico, las que permitieron que hoy el Malbec argentino sea lo que es”.
Un ejemplo de esos viñedos sobrevivientes es el que Terrazas de los Andes posee en Las Compuertas, Luján de Cuyo, que en 5 años se convertirá en centenario. “Comencé a trabajar en la bodega el año 2007, impresionado por la preservación del patrimonio del viñedo de Las Compuertas -recuerda Lucas Löwi, Director General de Terrazas de los Andes-. Este terruño de suelos franco-arenosos y gran amplitud térmica permite que las vides están completamente adaptadas a él, equilibradas con su entorno y han demostrado extraordinaria resiliencia para adaptarse a los cambios climáticos. El Malbec que proviene de este viñedo, que al día de hoy ofrece una producción homogénea y de gran calidad, es un valioso patrimonio cultural e histórico”.
Después del Malbec, más Malbec
Así, el nuevo milenio vio al Malbec crecer a gran escala en superficie –en estos casi 30 años saltó de las 9746 hectáreas de 1995 a las 46.941 de 2023–, pero también en diversidad. Hoy la “uva francesa” está presente en 15 provincias, y cada una de ellas produce un Malbec distinto. ¿Dos ejemplos? Norte y sur.
“La combinación de los diversos factores climáticos y geográficos que impactan en los Valles Calchaqués, como la altitud (1700 a 3000 metros sobre el nivel del mar), el sol, la amplitud térmica entre día y noche y las escasas lluvias, dan lugar a un Malbec con muchísima concentración, gran intensidad y profundidad de color, muy expresivo aromáticamente y con gran fuerza de boca”, describe Alejandro Pepa, gerente de Enología de Bodega El Esteco, en Salta.
“En San Patricio del Chañar –cuenta Juliana del Aguila Eurnekian, presidente de la neuquina Bodega Del Fin Del Mundo–, tenemos vientos constantes que hacen que la piel de la uva sea más gruesa y tengamos una mayor concentración. El Malbec de la región se caracteriza por aroma, concentración y sabor en boca, pero respetando la frescura y la parte bebible que son características de San Patricio del Chañar”.
Hacia el interior de estas y otras regiones productoras, el Malbec hoy atraviesa un proceso de búsqueda de microterroirs que expresan distintas versiones de esta variedad. Por eso, a la habitual pregunta de qué hay después del Malbec en el vino argentino, la mayoría coincide: ¡más Malbec! Pero ya no mendocino ni de Luján de Cuyo, por ejemplo, sino con la identidad de una microrregión, de una finca o, incluso, de una parcela.
La demostrada capacidad del Malbec de ser “transparente” al terruño -esto es, de traducir en aromas, sabores y texturas el lugar- es la que motoriza hoy la búsqueda de combinaciones de suelo y clima singulares, capaces de alumbrar nuevas expresiones del Malbec. “En Valle Azul [Río Negro], al pie de la barda, encontramos un suelo con un contenido de minerales único, que nos llevó a llamar a la bodega Ribera del Cuarzo, y del que obtenemos un Malbec de una gran frescura y una identidad que no encontramos en otros lugares”, comenta Felipe Menéndez, propietario junto a Adrianna Catena de la bodega y del viñedo tan particular, cuyo contenido de cuarzo hace que brille a la luz del sol.
Pero además de ser “transparente al terruño”, el Malbec es una variedad de una gran plasticidad que se adapta a la producción de distintos tipos de vinos. “Es una varietal que nos ha permitido a los enólogos poder crear, poder imaginarse vinos de distintos estilos, jugar con distintos tipos de vinificaciones -destaca Silvio Alberto, enólogo de Bodegas Bianchi, que produce Malbec en San Rafael y en Valle de Uco, Mendoza-. Y esa plasticidad que tiene te permite innovar y elegir distintas herramientas para hacer diversos tipos de vinos. Una variedad amable, sensible, que logra hacer vinos potentes hasta vinos elegantes y vinos frescos, frutados, para todos los días”.
Malbec del mundo
Al mismo tiempo, el éxito internacional ha llevado a muchos países productores de vino a tratar de subirse a la ola del Malbec. Así, hoy se produce en Chile, Estados Unidos, e incluso en Francia, donde ya no se llama Côt –como es hoy su denominación en Cahors– , sino que se lo etiqueta directamente como Malbec.
“Creo que el hecho de que se haga esta variedad en otros países nos ayuda a que se conozca aún más –opina Vigil–. Nosotros, en definitiva, tenemos las 50.000 hectáreas de Malbec, damos el volumen general, y que más gente lo conozca y lo pruebe nos va a dar más posibilidades de que podamos vender nuestro Malbec argentino en el mundo”.