Puerto Libertad, a la vera del río Paraná, es un pueblo que está a media hora de Puerto Iguazú; un paraje para disfrutar del silencio y de la gastronomía argentina y paraguaya
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PUERTO LIBERTAD, Misiones.- La tierra colorada es intensa y las hojas de los árboles son inmensas, la vida tiene mucho espacio para desarrollarse y la selva abraza en embrujos y belleza a este pequeño pueblo a orillas del majestuoso río Paraná, y frente a la costa paraguaya. Está a media hora de Puerto Iguazú y del destino estrella: las Cataratas. Sin embargo, aquí crece el silencio y la calma. “Es la capital de la tranquilidad”, dice Celia Cuba, mientras licúa mangos y asa un mbeyu en su bar Utama.
“Queríamos escapar a la muchedumbre de las Cataratas”, dice Patricia Fornillo, violinista de la Orquesta Filarmónica del Teatro Colón, de visita en el pueblo. Puerto Libertad no perdió su dinámica de la vida “a la misionera”, como le llaman aquí a hacer todo sin prisa y con una sonrisa. El calor es penetrante, a las 6 el termómetro abraza los 32°C, los mbarigüis –pequeños insectos voladores que pican– amenazan a los visitantes y obvian a los locales. “Sabemos a la hora en la que salen”, dice Cristián Duarte, que nació aquí.
En las verdulerías se ofrecen frutas tropicales, guayaba, papaya, mango, cocos, maracuyá, jaboticaba, pitanga, cítricos, ananá y algunas que llegan de Brasil. Todas son grandes, carnosas, jugosas y de colores puros. En la plaza hay puestos que venden chipa caburé, que se asa a las brasas en un palo de escoba. En Misiones muy fácilmente se reconoce al foráneo. “Los de afuera le agregan el acento, para nosotros es femenino y sin acento, la chipa”, explica Duarte. La chipa es el maná, se consume a toda hora y en todo lugar. La influencia guaraní es más fuerte que la brasileña.
Chipa en guaraní significa masa y todo lo que quepa dentro de ella, es válido, así en las casas se hacen chipa guazú, soó, mboca o pirá. Cada familia tiene su receta y es secreta. El mbeyu es una variante asada similar a una tortilla, pero en este caso delgada y porosa. “Vivimos muy tranquilos”, reafirma Duarte. En las veredas, hacia la tarde, los vecinos sacan sus reposeras para tomar “el fresco” y los jóvenes se juntan a tomar “tere” (tereré). Puerto Libertad es la joya oculta de Misiones.
Orígenes
Tiene una historia muy interesante, cambió de nombre tres veces. Nació como Puerto Bemberg, la familia fue la impulsora de la industria yerbatera y cambió el paradigma de las condiciones laborales: a los empleados les daba casa para fomentar el arraigo y desalentar el estilo de vida nómade del trabajador golondrina. Construyó una escuela y una iglesia. Fue una industria modelo. Con el peronismo, se expropiaron las tierras y se rebautizó como 17 de octubre, luego Puerto Evita y durante la Revolución Libertadora, recibió el nombre que quedó hasta la actualidad, Puerto Libertad.
“Hay brujas en el pueblo”, señala Duarte. El folclore guaraní otorga a la selva una vida propia de entidades benévolas y malignas. También los “maestros” umbandas tienen centros espirituales y programas de radio, en ambas orillas se oyen y ofrecen “amarres”, “macumbas” y hasta un perfume “Abrecaminos” que asegura el éxito en las finanzas personales y en el amor. “Se oyen muchas historias de aparecidos”, dice Duarte. El Pombero, el Yasy Yateré, el Kurupí y el Yaguarú, quien protege la selva, son algunos de los personajes míticos que viven en los espacios verdes. “Todas esas creencias son parte de nuestra cultura”, describe.
“No puede ser que Misiones sea solo las Cataratas”, dice Juan Manuel Zorraquín, a cargo de la Posada Puerto Bemberg, un lodge con una historia importante: aquí nació la industria yerbatera argentina. Hoy está dentro de una reserva natural privada de 300 hectáreas, con arroyos de aguas cristalinas y acceso al salto Yasí (luna, en guaraní), escondido y virgen, por aquí también se llega por agua a las Cataratas. “Somos el lado B de esa maravilla mundial”, agrega Zorraquín. La posada resume el espíritu de Puerto Libertad, inmersa en la selva, sus habitaciones tienen contacto directo con la espesa vegetación. También es el portal de ingreso al secreto mejor guardado de esta costa: el Pristine Iguazú.
“Nuestro objetivo es el encuentro con uno mismo, pero también ayudar al desarrollo del pueblo”, dice Héctor “Bebe” Badino, presidente de la Fundación Pristine, es una red de alojamientos que tienen en común el estar aislados y en contacto estrecho con la naturaleza. Tienen domos en las Salinas Grandes en Jujuy y en El Calafate. Su proyecto en Puerto Libertad es más amplio que el de ofrecer hospedaje en la selva y a orillas del Paraná, en completa austeridad de miradas y con pocas huellas humanas que interrumpan el exuberante y armónico barullo selvático. “Abrimos una escuela donde dictamos la tecnicatura en gestión hotelera”, cuenta. En tres años los alumnos reciben esta formación y la fundación los apadrina.
Es la única escuela de este tipo en Puerto Libertad. Los egresados hacen pasantías pagas en la cadena de la fundación y en la Posada Puerto Bemberg. Con certificaciones de casas de altos estudios nacionales, la institución es una de las pocas chances de los jóvenes para insertarse en el mundo laboral en un campo, el turístico, que en Misiones es una verdadera industria. “El 75% de las empleados son del pueblo”, afirma Badino para referirse al staff de Pristine. Abrió en septiembre de 2023 y el impacto que tuvo en la pequeña localidad fue inmediato. “Estamos abriendo la inscripción para este año y ya tenemos 20 interesados”, afirma Badino.
Siguiendo una calle de lajas coloradas, escoltada por güembés, palmeras pindó y plantaciones de árboles y ya dentro de la reserva Bemberg, un camino penetra por el corazón de la selva. La intervención es mínima. Pristine está diseñado para personas que quieren alejarse del mundo. “Buscamos valorizar la vida, la cultura local y un regreso a nosotros mismos”, confiesa Badino. Seis “vilas” (especie de chozas lujosas con techos de paja) montadas sobre un deck ofician como penínsulas en altura que penetran la selva. Tienen todas las comodidades. Cada una es una pequeña isla de humanidad inmersa en la abrumadora exuberancia.
Una Main House (casa principal) es el punto de encuentro, allí caben los 20 pasajeros que, como máximo, moran este pequeño mundo de soledad y belleza. “Vine para estar sola y sentir el sonido del agua y las aves”, afirma Fornillo. Más de la mitad de su vida la ha dedicado a la música y en sus máximas exigencias. “El sonido de la ciudad se ha vuelto insoportable, necesitamos silencio y naturaleza”, sostiene. Eligió Pristine para volver a sentirlos “Es un lugar muy íntimo, estás en la selva”, dice Lidia Branda, su madre que la acompaña.
Un lugar rico
“Son las voces de los hermanos paraguayos”, dice Duarte. Desde la escalinata de una antigua capilla se ven luces en la costa del frente. Es el pueblo Irala, del vecino país. El río Paraná une ambas naciones y hermana las culturas, su cauce es aplomado y lento, aunque es constante. La profundidad del río aquí es de 90 metros. Es tal la ausencia de sonidos artificiales que es posible oír diálogos enteros del pueblo guaraní. “Compartimos una cultura común”, describe Duarte, quien trabajo en Pristine. “No fue necesario irme del pueblo, amo mi tierra”, dice.
La gastronomía es el mejor lenguaje para materializar esa unión de culturas. “Nos aferramos al producto local”, señala Carla Cañete, a cargo de la pastelería en Pristine y como gran parte de sus compañeros, oriunda de Puerto Libertad. Creció entre guayabos y palmeras. “Libertad es un lugar rico”, resume. Señala tres frutas que están dentro del menú: el mango, la guayaba (hace un postre frío con tres texturas de esta icónica fruta tropical) y la yaca, un fruto milenario que se asemeja a la imagen que se les da a los huevos de dragón en las películas, de figura ovalada, pesada, grande y con una piel similar a la de un animal prehistórico, puntiaguda. “Tiene los mismos nutrientes que la carne”, dice Lucas Gómez, maitre.
La mencionada yaca, la mandioca chiriry, el borí borí, el reviro, el dorado, pacú y el ceviche de surubí, los ñoquis de mandioca, la infaltable chipa y los grandes ventanales que muestran el Paraná y la enigmática selva son atractivos aquí. “Nos gusta nuestra tierra colorada y el calor”, dice Cañete. En broma señala la imposibilidad de mantener limpias las zapatillas blancas. “Tenemos mucha libertad en el pueblo, nos conocemos todos”, afirma. Sostiene que la escuela hotel es una gran oportunidad para los jóvenes.
“Es la Nueva Iguazú”, dice Badino cuando quiere hallar una palabra para describir Puerto Libertad y este germinal destino que se muestra como disruptivo, frente a una de las maravillas del mundo, visitada por miles de turistas de todo el mundo, con hoteles colapsados y restaurantes a sala llena. Habla de una evolución de los viajeros. “Buscan lugares alejados, descubrir la naturaleza, vivirla en privacidad”, señala. “Estamos muy cerca de todo, pero a la vez lejos”, resume Duarte.
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