Elecciones 2023 | “Todavía no pongas los ravioles”: el inusual derrotero de un ciudadano que tardó dos horas y media en votar

“Apuren”, gritaba una mujer de unos 50 años. “Si esto sigue así, se va pudrir todo”, reflexionaba, con bronca, un joven de alrededor de 30.

Ese era el clima que se vivía en la puerta de la Universidad de Palermo, en Mario Bravo 1050, uno de los lugares habilitados para votar, esta mañana, alrededor de las 11.30. Algo que recién muchos de los que estábamos allí pudimos hacer dos horas y media después.

Y al llegar al lugar ya se lo podía presumir: afuera de la institución, en una mañana fría, había seis colas de alrededor de 50 personas cada una; una por cada mesa de votación.

A medida que los nuevos votantes llegaban, tomaban sus teléfonos celulares para recalcular los planes del mediodía y de la tarde. “No pongas los ravioles, tengo como 30 personas adelante”, decía una mujer que acompañaba a su padre. Una chica de unos 20 también reprogramaba la cita con su novio. “Te llamo, porque estoy aburrida y esto va para largo”, le decía.

Cerca de las 13, los ánimos de los potenciales votantes empezaron a encenderse. Primero, una mujer comenzó a aplaudir como para que con esa acción todo el proceso se acelerara. Sin embargo, ninguno la siguió. Ante el fracaso de su convocatoria, se quejó y no lo hizo contra ninguna autoridad de la Ciudad, a cargo de la organización de las elecciones, sino contra el oficial de la Policía porteña, que era el responsable de habilitar el ingreso. “Flaco, dale, hacé entrar”, le gritó, apostada contra la puerta de un auto estacionado.

El oficial, un joven de unos 30 años, permitía el ingreso de hasta cinco personas por mesa, según la orden que recibía desde adentro. A medida que salían los votantes, entraba el resto: “De la [mesa] 913, que entren cinco”.

Tres grandes problemas

Como ya todo parecía que no daba más y quizás, ante el tono creciente de las quejas, un oficial salió para dar explicaciones. “Hasta hace un rato veníamos más o menos bien”, describió y debió escuchar algunas risas que afloraron de las filas. Sin embargo, expuso, había tres grandes problemas que demoraron la elección.

En primer lugar, el gran faltazo de varias autoridades de mesa que provocó que los primeros votantes que llegaron debieron reemplazarlos, pero sin la necesaria capacitación. “Aprenden sobre la marcha”, planteó.

En segundo orden, había dos mesas que estaban a la espera de personal de la Defensoría del Pueblo de la ciudad por problemas con las boletas. “Estamos esperando a la jueza, también”, indicó. Y en tercer lugar, la descompensación de un fiscal de mesa. “Viene una ambulancia”, señaló.

Las explicaciones no terminaron de contentar del todo a quienes esperaban, pero, al menos, distendieron un poco el clima.

Al ingresar a la universidad, llegaba una segunda decepción: había que hacer otra fila, una por mesa, para subir al primer piso, donde estaban los cuartos oscuros. A medida que los votantes bajaban, un hombre, al pie de la escalera, preguntaba: “¿En qué mesa votó?”. En función de la respuesta, se escuchaba el llamado para subir.

Una vez arriba, venía una última sorpresa: otra fila, de unas 10 personas, que podía implicar una espera de media hora. Ya en el cuarto oscuro, al menos, en ese lugar de votación, no había quejas por el funcionamiento de las máquinas, pero sí el registro de cada votante y la elección en sí misma tardaba, al menos, unos tres minutos.

Una vez afuera, se podía ver que todo iba a ser aún peor: las filas eran mucho más extensas que hacía dos horas y media. Y también se agigantaba el malestar de quienes esperaban. Las expresiones no eran tan relajadas como las que las que se ven todos los mediodías de domingo en Palermo. Este, quedó en claro, no fue uno más.

Guerra de números. El arma de doble filo de Milei en el duelo con los gobernadores

Cayó cuatro lugares en el ránking mundial. Según un índice de The Economist, la democracia en la Argentina se deterioró en un año

Quién es quién. Los perfiles de los legisladores del nuevo Congreso, que deberán tratar la ley ómnibus