A 2300 kilómetros de Buenos Aires, y a pocas horas de la entrada al Estrecho de Magallanes, en los días de calor esta playa es visitada por turistas locales y de todo el mundo
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MONTE LEÓN, Santa Cruz.– “Es un paisaje similar a Islandia”, describe Carlos Opitz, jefe de Guardaparques del Parque Nacional Monte León, acerca de su costa y de sus playas con acantilados, roquerías, islas y pequeñas bahías, geoformas que el mar y el viento han modelado produciendo hechizantes formas que parecen haber sido esculpidas por gigantes.
A 2300 kilómetros de Buenos Aires, en los días de calor –de más de 30 grados en este verano– al sur del paralelo sur 50 la playa austral es visitada por locales y turistas de todo el mundo. “Es fascinante”, agrega Opitz. Un viejo hotel fantasma completa la desterrada postal.
“Es renovadora”, confiesa Ana Fernández, acerca de la experiencia de nadar en las aguas de una playa que está a pocas horas de la entrada al Estrecho de Magallanes, donde el mundo inicia su último deseo terrestre.
Nacida en Chaco, tiene 27 años y desde los 11 vive en Río Gallegos, a 200 kilómetros de Monte León. Cuando la marea baja, deja al descubierto piletas naturales con agua templada, en el fondo se dejan ver estrellas de mar, lapas, anémonas, pequeños camarones, bivalvos, algas y una exquisita biodiversidad de seres vivos. ¿Una playa en el fin del continente? “El viento austral te seca”, agrega Fernández. El viento, sempiterno compañero, capea las olas y seduce la vista.
“Es una playa para desconectarse y volver a valorar lo esencial”, afirma Fernández. Fue la playa de toda su infancia, y juventud. “Era venir y pasar el día, son lugares antiguos con muchas historias”, cuenta.
Paraíso para los viajeros y aventureros, esta costa es beneficiada por su situación geográfica. Son lugares donde pocos llegan. Paraísos perdidos que han sido visitados por los primeros navegantes que, con herramientas escasas, e inmensas cualidades intuitivas han singlado estas costas cuando eran habitadas por tehuelches. En todos estos siglos, nada ha cambiado. Lo que vieron ellos, nos está dado ver a nosotros con igual pureza, al borde de lo sacro.
“Un sentimiento de inmensidad”, describe Fernández sobre lo que siente cuando camina por esta playa. “Quedamos pequeños delante de este mar, y la conexión con él es inmediata”, subraya.
“Es nuestra playa”, resume mientras recoge paramelas (brillantes y doradas florecillas amarillas aromáticas) para darle aroma patagónico a su mate. Vecinos de Piedra Buena (a 35 km) y de Puerto Santa Cruz (a 50), y de Río Gallegos se congregan en esta playa donde viven más de 300 especies de peces, y es común ver toninas overas, delfines y en determinada época del año, ballenas francas. Lobos marinos y el simpático pingüino de Magallanes.
Vientos bramadores, noches diáfanas
La buena noticia es que esta tierra prístina tiene un flamante camping que permite un autoexilio del mundo moderno y refugiarse en esta intimidad de vientos bramadores y noches de profunda diafanidad. “Me quedé encandilada por el mar”, confiesa Martina Sasso, fundadora de la Fundación Por el Mar (PEM), quienes trabajan en el territorio para proteger los bosques sumergidos de macroalgas que habitan bajo el mar. Ellos hicieron espacios de acampe con protección contra el viento, un salón para cocinar, reparo y contemplación.
“Solitario, melancólico, no pude dejar de ver este mar”, cuenta Sasso. Viene del mundo de la comunicación y Monte León la encantó. “Estas playas a las que nadie va te dan la posibilidad de sentirte de vuelta niña, y estar descubriendo todas las mañanas algo distinto”, sostiene. Para llegar hasta la costa hay que salir de la ruta 3 y cruzar por un camino enjuto que penetra el corazón de la estepa. Mata negra, coirones y algunos arbustos achaparrados es la única vegetación, curiosos y dueños de casa, los zorros colorados, tropillas de guanacos con sus chulengos (crías) caminan despreocupados. Para llegar al paraíso, primero se debe conocer la curtida esteparia. El viaje es atávico.
Lo primero que asombra es el azul del mar, y después una efigie que recuerda a la cultura egipcia. La ensoñación obliga a fijar la mirada en esa inmensa geoforma que millones de años han diseñado, es el icónico Monte León, las patas de este felino pétreo terminan en el agua. Bajo el mar la vida efervesce. PEM nació para proteger los bosques sumergidos de macroalgas. Sasso dedica su vida a proteger lo que nadie ve. “Eso me conectó con el mar, nadie tiene acceso a ver lo que hay bajo el agua”, afirma. En Monte León trabaja en conjunto con el Parque Nacional y las comunidades vecinas para que puedan hacer lo que llama “turismo azul”.
“No hay nada más amplio y grande que el mar”, dice Sasso. Con la construcción del camping permiten que esa conexión con el mundo marino sea accesible. Es de uno libre y gratuito. En los diferentes senderos, como el que lleva a la Cabeza del León y a la pingüinera se pueden ver manchones verduzcos en el mar, son los bosques sumergidos. ¿Por qué son importantes? Son refugio, zonas de cría y áreas de desove de gran cantidad de organismos como las centollas, calamar, pulpos y los tiburones australes. “Me nació darle voz al mar”, resume Sasso su activismo.
“Es el nuevo paraíso patagónico”, dice el Juan Manuel Borquez, intendente de Puerto Santa Cruz, sobre la playa y la costa de Monte León. Los 5000 habitantes de la localidad austral durante el verano tienen fuertes lazos con este entorno. “Los turistas quedan maravillados”, afirma. En la desembocadura del río Santa Cruz con el mar Argentino, el pueblo tiene sobrados pergaminos en su pasado, allí fondeó Magallanes cuando buscaba el cruce con el Océano Pacífico, también Darwin visitó esta costa cuando hacía la navegación alrededor del mundo con el “Beagle”, debió arreglar aquí su quilla. Antoine Saint Exupery tuvo una parada en el aeródromo cuando trabajaba para la Compagnie Générale Aéropostale, uniendo Buenos Aires con la Patagonia.
El Parque Nacional Monte León es el primero costero del país. Tiene 62.000 hectáreas de tierra y 30 kilómetros de costa protegida, existen gestiones para anexar territorio marino para proteger el tesoro de biodiversidad que esconden estas aguas aplomadas. En 1895 se inicia la ganadería ovina en estas tierras. La estancia Monte León llegó a tener 40.000 cabezas, en un principio perteneció a The Southern Patagonia Sheep Farming, de capitales ingleses. En 1920 pasa a la familia Braun, quienes suman la extracción de guano y la caza de lobos marinos.
En 2001 The Patagonia Land Trust y la Fundación Vida Silvestre (quienes habían adquirido las tierras), las donaron a la Administración de Parques Nacionales, el Congreso de la Nación en 2004 sancionó la Ley para la creación del Parque Nacional Monte León.
“Hemos tenido problemas con la hostería abandonada”, dice Opitz. “El hotel fantasma”, como se popularizó en redes. La entrada al parque está en las instalaciones de la vieja estancia. El casco fue hospedaje hasta la pandemia, pero cerró aunque no se dio de baja en los portales de reserva. Señorial y aristocrático, se yergue en soledad en la estepa. “Llegan algunos turistas con la reservación hecha pero se encuentran que está abandonado”, explica el Guardaparque. Recientemente han logrado suspender la publicación.
“El camping en la playa es hermoso, te levantás con el ruido de las olas, el aroma a mar y todo el cielo para vos”, describe Fernández, quien se sumó al equipo de PEM. “Esta playa es un lugar para aprender”, agrega. En los acantilados existen sitios de inmenso valor paleontológico y arqueológico. Extensas, fastas y deslumbrantes, la ausencia de seres humanos las vuelve idílicas. Aún no están contaminadas. “Caminar acá es como hacerlo en un parque de diversiones con miles de seres vivos que quedan en las restingas, me enamoré de este mar”, resume Sasso.
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