A los 88 años, murió la escritora y académica Alicia Jurado
Doctora en ciencias naturales por la UBA, activa participante del legendario Grupo Sur, miembro de la Academia Argentina de Letras -desde 1980, cuando ocupó el sillón "Juan Bautista Alberdi" y sucedió así a su gran amiga Victoria Ocampo-, traductora, colaboradora de los más importantes diarios de la Argentina, Alicia Jurado -había nacido en 1922 y falleció anteayer a los 88 años- perteneció por derecho propio a esa brillante generación de escritores argentinos que constituyeron el núcleo principal y generador constante de obras de calidad de la literatura argentina del siglo XX, del cual Jorge Luis Borges es el ejemplo máximo.
No es fácil resumir una trayectoria larga y tan rica, por la variedad de ámbitos de la cultura que le interesaron y de los que participó, además de haber sido una viajera incansable, de lo cual también dejó testimonio en sus escritos.
Aunque empezó a publicar a los 30 años (su primer artículo, "La mujer argentina ante la libertad", fue una colaboración que apareció en este diario, cuando Eduardo Mallea era el director del Suplemento Literario), su obra fue abundante y abarcó varios géneros. En ella hay novelas, como La cárcel y los hierros (1961, Faja de Honor de la SADE), En soledad vivía (1967, Primer Premio Municipal de la ciudad de Buenos Aires), El cuarto mandamiento (1974) o Los hechiceros de la tribu (1980); los libros de cuentos Leguas de polvo y sueño (1965) o Los rostros del engaño (1968); ensayos, como el magistral Genio y figura de Jorge Luis Borges (para la colección de Eudeba, 1964 y 1981, y uno de los más importantes textos biográficos sobre el escritor), Vida y obra de W. H. Hudson (1971, Segundo Premio Nacional Juan Bautista Alberdi y Primer Premio Municipal de Ensayo), El escocés errante. R. B. Cunninghame Graham (1978, Primer Premio Nacional de Ensayo y Crítica Literaria), o ¿Qué es el budismo? (1991, en el que colaboró con Jorge Luis Borges), y sus tres libros de memorias - Descubrimiento del mundo, 1922-1952 (1989), El mundo de la palabra, 1952-1972 (1990) y Las despedidas, 1972-1992 (1992)-, prácticamente sus últimos textos, con los cuales dio testimonio, de una manera muy personal y con pasajes de un profundo lirismo, de su mundo y del mundo que conoció, en el cual algunos de sus amigos más queridos eran escritores: Borges, Victoria Ocampo, Olga Orozco, Oliverio Girondo, Bioy Casares, con los cuales compartió gustos, aficiones y también posiciones políticas.
La joven graduada en Ciencias Naturales supo muy pronto que su verdadero camino era la escritura y a ella le dedicó su vida. Pero su actividad no se limitó a escribir, también participó activamente de otros aspectos de la vida literaria: en 1959-1960 fue secretaria de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE); en 1975, presidió el Centro Argentino del PEN Club Internacional, como vicepresidenta, y, ese mismo año, recibió el Premio Alberdi-Sarmiento, instituido por el diario La Prensa y discernido por el Instituto Popular de Conferencias, y en 1986 formó parte del Fondo Nacional de las Artes.
Con la misma pasión con que se comprometió con el oficio de escribir, defendió la democracia en su patria, la Argentina, cuando consideró que estaba en riesgo, durante la primera y segunda presidencia de Juan Domingo Perón, y dio fe siempre de su espíritu republicano en colaboraciones periodísticas y apariciones públicas, porque -decía- entre los deberes del escritor y del periodista hay obligaciones inmediatas; por ejemplo, explicarle a la población "la historia verdadera de aquellos ídolos en que no sólo los pies fueron de barro" y porque "la gran tragedia argentina es el olvido" y, algo peor que eso, "la modificación del pasado".
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