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Jugar en otro mundo
Lejos de las estridencias y los millones del mercado europeo, muchos futbolistas argentinos llevan su talento a Asia; aquí, sus historias de vida.
Por Federico Cornali
LA NACION
El futbolero viejo –y no tanto– sabe de qué se trata. Se paran los torneos, se abren los libros de pases y los teléfonos arden. Representantes en funciones, futbolistas con ansias de asegurarse el futuro, entrenadores con urgencias y dirigentes con deudas, buscando dinero fresco. Clubes de una Europa sumida en la crisis marcan el ritmo del mercado. A todos nos llega, más o menos, lo mismo. El Niño Torres pasa al Chelsea en 58 millones de euros y por acá se acaba el culebrón Erviti. Todos conocemos lo que sucede. Pero hay otra realidad, con otro mercado, que, aunque parezca un cuento lejano, no lo es.
Lejos, muy lejos de todo el ruido, en una pieza oscura de un hotel y con un servicio de Internet poco confiable, en medio de la noche, Luciano Theiler, un argentino que juega en Bangladesh, está a punto de ir a descansar pensando en la práctica del día siguiente con su Muktijoddha Sangsad KC. "Acá no existen los robos, la gente deja sus cosas afuera y nadie toca nada." Pero claro, los temores pasan por otro lado. Sigue Theiler: "Un día me olvidé el bolso en el lobby y subí a buscar algo a la habitación. Cuando volví, me encontré con gente rezando. Yo agarré el bolso y todos se asustaron. Pensaron que era una bomba".
Como este defensor cordobés, que en su pasado firmó con clubes de Islas Maldivas, Siria, Líbano e Indonesia, son muchos los argentinos que no saltan a Europa, sino que más bien van caminando lento, callados, sin que los medios lo noten ni la gente les saque fotos en Ezeiza cuando parten rumbo a destinos asiáticos. Los únicos flashes los ponen las cámaras de sus padres, y hasta sus esposas e hijos, que ya no saben cuándo los volverán a ver.
Indonesia, Myanmar, Malasia, Bangladesh, India, Siria, Líbano y hasta Vietnam son destinos que los futbolistas de nuestro país eligen cuando por acá no abundan los buenos contratos y la soga ahorca. "Todos los que vinimos acá lo hicimos porque no tenemos otra opción. Ninguno viene de River o Boca, pero la queremos seguir peleando", dice Leonardo Felicia, un cordobés de 25 años que es enganche del PSIR, un club de segunda división de la ciudad de Rembang, Indonesia. Durante la conversación vía Skype con La Nación Mateo, su hijo de tres años, no para de llorar, correr y gritar. "Habla cruzado, un poco en castellano, otro en indonesio", relata Leonardo. Claro, el pequeño nació allá y tiene casi el mismo tiempo de vida que su padre en este archipiélago. No conoce a sus abuelos ni a sus tíos, excepto por el contacto desde la webcam o el teléfono.
Felicia, que jugó en Instituto, Belgrano y Racing (C), recuerda lo dura que fue la llegada a su nuevo y extraño hogar. Con su esposa, Vanesa, embarazada de cuatro meses, en una terminal desierta, en medio de la noche e intentando que las lágrimas no lo vencieran. "Estaba en una ciudad donde no había nada, sólo monos en la calle. Me fue a buscar un agente FIFA, que empezó a representarme y me llevó a arreglar contrato con el club. Sin embargo, descubrí que ahí no había hospitales ni médicos, ¡mi mujer estaba embarazada! No quise firmar, a pesar de que me amenazaron de muerte y me quisieron golpear. El mismo agente me llevó a jugar a Yakarta, la capital. Firmé. Al tiempo, fuimos a jugar el clásico contra el club al que rechacé. Mi manager, un tipo jodido, había dicho a los medios que yo no había firmado porque la ciudad me parecía horrible. Me fueron a buscar al hotel, me tiraron botellas durante todo el partido y también me quisieron pegar a la salida", cuenta Leonardo, riendo de a ratos, lamentándose otras veces.
Fuera del mercado común del fútbol, Indonesia parece ser la plaza a la que más recurren los argentinos. Entre primera y segunda división hay casi veinte, y todos llegan recomendados por alguien que ya estuvo allí. Firman contratos de no más de un año y perciben un salario promedio de cuatro mil dólares. Sin embargo, se gana mucho más por los bonus de acuerdo con los partidos ganados y el rendimiento. No existen las cláusulas de rescisión, y los clubes expulsan a los extranjeros cuando no marcan la diferencia.
En segunda división es casi imposible ganar de visitante, los árbitros están comprados y hasta es común el soborno a los futbolistas del equipo rival, que suelen cometer penales groseros y se hacen goles en contra insólitos. "En los tres años que llevo aquí, nunca pude ganar de visitante, y hay un equipo de Papúa (Nueva Guinea) que jamás perdió de local, pero nunca pudo salir campeón", dice Leonardo Felicia, con aires de resignación. La gente suele llenar los estadios, la entrada sale menos de un dólar y un sueldo promedio no supera los 40. La política domina al fútbol, algo que no es noticia para nadie.
Al noroeste de Indonesia, en Vietnam, un rosarino intenta dejar atrás el ruido de las mil y una motos que transitan por el centro de Hanoi, la ciudad capital, para atender su teléfono. Matías Recio, otro trotamundos que estuvo jugando profesionalmente en México, Costa Rica, Bolivia e Indonesia, tiene 31 años y es delantero del T&T, donde juega junto a otro argentino, Gonzalo Marronkle, quien formó pareja de ataque con Cristian Fabbiani en Lanús y también integró el seleccionado argentino Sub 17. Ambos fueron campeones de la última V-League (torneo vietnamita).
"Estaba en Indonesia y me ofrecieron venir a Vietnam, yo pensé que para jugar aquí iba a necesitar casco y un chaleco antibalas. Uno tiene la idea formada hacia este país, por las películas yankees y los documentales. Pero eso fue hace 35 años. Hoy acá no existen los robos, y hay lugares paradisíacos, que jamás pensé conocer", dijo Recio.
Entre primera y segunda división hay en Vietnam ocho argentinos. La mayoría de ellos llegó por contactos con Mauricio Giganti, un pampeano que logró prestigio y renombre en aquel país como jugador y técnico. Hoy cumple funciones como representante y los dirigentes de los clubes confían mucho en los futbolistas que él acerca. De todas maneras, en Vietnam nadie juega por nombre o trayectoria. "Si viene Messi, se tiene que probar. Hay pasos a seguir, como presentar un DVD al club y realizar varias pruebas. Se entrena en doble turno y se paga bien. Eso sí, si no rendís, te vas", comentó Recio.
Los sueldos allí están casi en los cinco mil dólares, en promedio, y, al igual que en Indonesia, se paga muy bien el partido ganado. Además, a veces cobran premios, que los mismos simpatizantes se ofrecen a pagar. "Cada vez que hago un gol y tengo un buen partido, los hinchas hacen una colecta de guita y me la ofrecen", cuenta Gonzalo Marronkle, que es uno de los jugadores más destacados del torneo y próximamente jugará la Champions League asiática.
Probablemente, y de manera válida, se piense en Messi, Zanetti o Higuaín cuando se habla de profesionalismo. Pero si el profesionalismo se trata de algo más que de dinero, y se ponen en la balanza otras cosas como el desarraigo familiar, vivir en tierras desconocidas e ir a entrenar cada mañana sin saber cuánto y cómo se cobrará, no caben dudas de que el sueño de cada uno de los argentinos que protagonizan estas historias es un buen ejemplo. Todo eso, sí, y un claro sentimiento de amor puro hacia el fútbol. Cuentos lejanos, que pueden ya no parecerlo tanto.
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