Empezó a los siete años, tiene 84 y es el rey del millonario negocio de las achuras


Con 84 años, el ritmo cansino de los pasos de José María Navarro muestra que hace un tiempo levantó el pie del acelerador. Dejó en manos de sus hijos el inmenso negocio de las achuras.
Todo comenzó a sus siete años con la muerte de su padre. Corría el año 40 y en Ciudadela, su madre atendía una pequeña carnicería, unida por un zaguán a la casa familiar. Por la mañana cursaba primero inferior y por la tarde ayudaba a su madre con el reparto de la carne.
En un canastito ponía la carne, recorría las calles de tierra del barrio y repartía los pedidos a los vecinos, una suerte de delivery a domicilio. En esos pequeños trayectos, sumaba nuevos clientes a la carnicería.
Finalizada la secundaria, tenía intenciones de seguir alguna carrera. Pero al ver a su mamá en esas mañanas de invierno levantarse para trabajar, decidió dejar el estudio de lado. "Me daba vergüenza que se quede trabajando ella para que yo pueda estudiar, era injusto yo ya era grande y debía ayudarla", contó a LA NACION el empresario, con 66 años en el negocio.
Con 18 años, se puso al hombro la cuestión de las compras en Liniers. Allí vio en el reparto de la mercadería un negocio en puerta. Se compró un carro y un caballo para hacer esos primeros envíos: a la vez que acarreaba la carne para su comercio sumaba un pequeño reparto: se compraba "completos" (así se dice a las achuras en la jerga) para él y para otras carnicerías de la zona.
Con el tiempo se compró un Ford A, para luego con sacrificio pasar a un 350, donde llegó a enganchar hasta cuatro acoplados al chasis. Alquiló una carnicería en Lomas del Mirador, que abría solo por la mañana porque a la tarde iba a buscar la mercadería a los mataderos.
Luego agregó un mercado en Mataderos sobre la General Paz, con un negocio de carne y achuras y años después un puesto en el Mercado Central.
Pero un día el despacho de carne llegó a su fin y el reparto de achuras pasaría a ser exclusivo. Comenzó a comprar, ya como mayorista, "matanzas enteras"de los frigoríficos para luego a repartir a los minoristas, entre ellos restaurantes y parrillas importantes de la ciudad.
Más allá de lo comercial, enseguida estableció una relación con los compradores,que generó una lealtad fuerte para con él. "Muchas veces Alberto Samid me quiso sacar la clientela, incluso ofreciendo mercadería más barata de lo que yo vendía. Pero mi gente no hacía caso y me seguía comprando a mí. Samid siempre decía que nunca me pudo sacar un cliente", señaló entre risas.
Su jornada era de lunes a sábado a mediodía, arrancaba a las seis de mañana y concluía cerca de las 10 de la noche. En los primeros años, era él mismo quien conducía el camión, cargaba y bajaba a hombro la mercadería en los diferentes lugares. Al regreso, en su casa siempre lo esperaba su mujer Ultimina, que lo ayudaba a lavar el camión para que al otro día el vehículo esté impecable.
"Recuerdo que solo una vez se tomó vacaciones con la familia: una semana en Mar del Plata", contó su hijo Néstor.
Dependiendo de la necesidad de los clientes, muchas veces se quedaba hasta las cuatro de la mañana en los puestos de achuras esperando a que lleguen los camiones con los sobrantes del matadero. "Se iba a completar los pedidos de sus clientes, así se dice en el rubro", explicó.
Pero no siempre las cosas fluyeron para la familia Navarro. En abril de 1982, Néstor fue llamado para alistarse para la guerra en Malvinas. "Fueron tiempos difíciles de mucha angustia para nosotros", recordó. En el sur, una gran preocupación de Néstor era "si a él le pasaba algo, el dolor que les dejaría a sus padres".
La incorporación de dos de sus tres hijos, Enzo y Néstor, que desde chicos aprendieron el oficio, le dio una vuelta de tuerca a aquella mercadería que quedaba sin comercializarse y se descartaba.

Al principio le entregaban el sobrante a un exportador pero costaba cobrarle. Fue ahí que decidieron hacerlo ellos mismos y convertirse en exportadores. Su primera exportación fue un contenedor a Chile y luego se sumaron pulmones a Perú, chinchulines y rabos a Corea, mondongos, librillos y tendones a Hong Kong, mondongo verde ( sin lavar) a África, además de riñones, corazón, tripa gorda, hígado, tendones, hasta penes de toros.
En un principio alquilaron frigoríficos pero les era difícil mantener uniforme la calidad de los productos a exportar. Por esto, 13 años atrás construyeron en Burzaco el suyo propio: Offal Exp (menudencias en inglés) tiene 60.000 metros cuadrados y alberga a 500 empleados. "La bisagra de crecimiento fue a partir de tener nuestro frigorífico".
Hoy la empresa exporta el 65% de su producción, que representa hasta 6.000 toneladas por mes y lidera el mercado del país. El resto queda para consumo. "Si tengo que empezar de vuelta empiezo igual, siempre fui feliz trabajando y lo sigo siendo", concluyó.
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