Jujuy. Un proyecto busca acercar cultivos ancestrales a los consumidores
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En Bahía Blanca , ni bien cumplió los 18 años, Juan Ignacio Gerardi siguió el mandato familiar y se fue a estudiar a la gran ciudad porque "el éxito solo estaba allí".
Más de 40 años atrás y a más de 2000 kilómetros al norte de ahí, en Jujuy , Dominga Choque también continuaría la tradición familiar y se quedaría, junto a sus padres en la meseta de Yacoraite, a labrar la tierra y a cosechar el maíz mote como lo hacían sus antepasados.
Al tiempo, en 2008, Gerardi se recibió de licenciado en Ciencias Políticas y decidió desafiar esos preceptos y desmitificar que las oportunidades solo se presentaban en las urbes desarrolladas.
Vendió todas sus pertenencias. Y con esos ahorros, comenzó a viajar por el país para conocer "la otra Argentina, la profunda".
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Así llegó a Yala, en Jujuy, a 20 kilómetros de San Salvador, en dirección a la quebrada de Humahuaca. Ahí se afincó con su mujer venezolana, Verónica, donde alquilaron una pequeña casa. Empezaron a recorrer las comunidades originarias que sembraban para intercambiar por productos industrializados que venían.
"El único propósito de los originarios era que sus cultivos sirvan para conseguir fideos y otros alimentos para su sustento, pero lo que ellos producían nadie lo valoraba", contó a LA NACION Gerardi, hoy con 37 años.
En uno de esos recorridos por el norte, llegó a la meseta de Yacoraite donde conoció a Dominga, que sembraba maíz, entre otros cultivos. Minga, como le dicen, divide su día entre la chacra, ser cocinera en una escuela rural de Uquía y la presidencia de su comunidad.
Así surgió la idea del proyecto de crear Bioconexión, una cooperativa que busque acercar los cultivos ancestrales a los consumidores argentinos y darles valor.
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"El pequeño productor estaba inmerso en un sistema de vender su quinoa para comprar un producto elaborado pero la gente desconocía el arraigo de esas comunidades con la cultura de generaciones atrás", recordó.
Un día Gerardi vio que en una comunidad las moras se desperdiciaban y se propuso junto a Dominga reflotar el secadero de frutas de su comunidad. El pequeño cuarto de barro fue remodelado por ellos mismos. "Con una Minga recuperamos el deshidratador solar de frutas y verduras", dijo.
Pero lo que pareció una solución, no lo fue al comienzo: de 10 kilos de fruta fresca solo quedaban 700 gramos cuando la secaban. Le buscaron la vuelta y cambiaron la forma de comercializar: vender las moras por unidad. Su primer cliente fue Inés de los Santos, bartender que asesoraba en el Hotel Alvear, con 1000 moras disecadas.
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Pero había muchos otros productos que pasaban de largo y no se comercializaban. En Las Yungas había una banana pequeña que se descartaba. "Con Verónica nos pusimos al hombro ese desafío de ir a buscar la banana, cortarla y deshidratarla", remarcó.
Su idea era capacitar a las comunidades para que deshidraten sus productos, pero pasaba el tiempo y nadie se animaba a hacerlo.Tres años después, un día Dominga le mandó una foto que mostraba en su stand de feria las bananas y otros cítricos deshidratados. La alegría fue enorme para el bahiense.
Luego llegaría el premio al Florecimiento (Flourish Prizes) de la ONU , elegida por estudiantes de la Universidad Católica Argentina (UCA) para competir. Fue un quiebre, aunque simbólico, los energizó.También cocineros encumbrados comenzaron a mostrarse interesados en comprar los productos del norte.
Y quisieron dar un paso más. En 2017 en Buenos Aires, pusieron su propio local en el Mercado Belgrano. "En los negocios uno se ilusiona que en tanto tiempo va a funcionar, pero después las cosas no salen. En la balanza era más la plata que se iba de la que entraba", puntualizó.
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Cuando estaban por cerrar el local, se acercó gente con programas parecidos y nos pidieron unirse al proyecto para sostener el stand.
Hoy el negocio sigue. Son 16 productores, donde ocho consolidados (miel, dulces orgánicos, cristales de sal marina, aceite de oliva, leña de recuperación de monte, frutas deshidratadas, orégano, nueces, harinas de trigo orgánico y vinagres) apoyan a otros ocho pequeños productores: Dominga con sus maíces de Yacoraite, Facundo con su quinoa de La Poma, Walter y su sal de Las Salinas, Luis y su sopa de quinoa de San Salvador de Jujuy, Lourdes y sus duraznos de Cipaqui, Isabel y su hidromiel de Yala, Rolo y sus zanahorias de Ocumazo y Amancio con sus hierbas de recolección.
"Ver que el arca yuyo, hierba andina que crece a 3000 metros de altura y que recoje Amancio en su paraje a dos horas de camino de montaña, termina en un plato en el restaurante Chila, donde valoran y aprecian el trabajo del agricultor, es reconfortante", concluyó. Misión cumplida.
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