En un contexto inflacionario, las criptomonedas, aunque no están pensadas para ese fin, pueden operar como una válvula de escape. Pero ¿pueden resolver el problema?
La Argentina tiene varias particularidades. Pero hay dos que nos interesan para esta columna. La primera es que es de los pocos países del mundo que aún no pueden superar la inflación estructural. La segunda es que también es de los países con mayor adopción de criptomonedas. ¿Una de cal y una de arena? O, quizá, podríamos afirmar que hay una relación de causalidad entre ambos fenómenos. Vamos a verlos más en detalle.
En cuanto a la inflación, no hace falta aclarar mucho. No es un problema coyuntural, sino histórico. Desde la década de 1940 pasaron 26 presidentes por el sillón de Rivadavia. Solo cinco se fueron sin tener aumentos de precios anuales superiores a los dos dígitos. Un estudio reciente realizado por la Cámara Argentina de Comercio señala que en el último siglo tuvimos una tasa de inflación promedio del 104%. Y, mientras la mayoría de los países latinoamericanos enterraron los problemas inflacionarios en la década de 1990, en la Argentina este fenómeno no se va.
Sí, es cierto que en el mundo la inflación está regresando. La pandemia ayuda a eso. Pero está regresando como un fenómeno coyuntural, no histórico y estructural como en el caso argentino.
En muchas cosas el ser humano es una criatura irracional. Pero en lo que refiere al cuidado del dinero, a veces tiene comportamientos bastante esperables. En la Argentina que describimos recientemente, el comportamiento natural de los ciudadanos que logran ahorrar algo de dinero es pasar esa plata a moneda fuerte. Generalmente, a dólares. Esa es una forma clásica y rústica (aunque generalmente efectiva) de defenderse de la inflación.
Ahora bien, desde la llegada de las criptomonedas, empiezan a surgir nuevas formas de cuidar el patrimonio. En 2020, un estudio de Atlántico posicionó a nuestro país como aquel con mayor volumen de transacciones cripto en la región; alcanzaron los 48 millones de dólares, mientras que en Brasil y en Chile hubo transacciones por 25 y 24 millones de dólares, respectivamente. Se calcula que alrededor del 17% de los ciudadanos argentinos operan con criptomonedas, pero, a diferencia de lo que sucede en otros lugares del mundo, la mayoría de las operaciones involucran monedas estables. Es decir, monedas que están atadas al valor del dólar norteamericano, como DAI y USDT.
Pero ¿por qué cripto estables y no dólares? Para cualquier argentino la respuesta es sencilla. El problema inflacionario no es el único desajuste macroeconómico de nuestro país, sino que la escasez de divisas hace que el Gobierno prohíba a buena parte de la población comprar legalmente dólares. Ante esta situación, la primera opción para protegerse son, indefectiblemente, las cripto. Estos activos permiten generar un refugio de valor frente a economías inestables. Y, además, en algunos casos, también producen rendimientos.
Ahora, si hablamos del comportamiento racional de los seres humanos… No debería sorprendernos esta actitud. Emmanuel Álvarez Agis suele contar en sus conferencias que cuando los mismos controles cambiarios sucedieron en Islandia, sus ciudadanos compraban boletos baratos al continente europeo para que se los autorizara a cambiar coronas por euros. Se argentinizaron los nórdicos, podríamos decir. O más bien, se comportaron racionalmente.
Las criptomonedas estables tienen la ventaja de ofrecer cierta constancia frente a las fluctuaciones macroeconómicas, no admiten fronteras y tienen liquidez inmediata. Quizá no sean la solución contra el histórico problema inflacionario. Pero, al menos, les permiten a los ciudadanos proteger sus ahorros y tomar control de algo que aparentemente no estaba a su alcance: decidir en qué invertir, cómo y en qué momento.
Sería injusto pensar que solo las criptomonedas vienen a combatir la inflación. De todos modos, y según mi opinión, además de eso, estamos frente a una revolución filosófica y de un movimiento social (no solo financiero) en la cual las grandes estructuras económicas comienzan a perder peso y credibilidad, y la tecnología y la invención humana se hacen carne.
¿No es acaso el pueblo el que siempre tuvo el poder? De ser así, unirnos o no al momento clave de la transformación será decisión de cada uno. Pero, a la larga, puede que caigamos en cuenta de que estamos viviendo un momento histórico muy poderoso.
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