Las cruciales elecciones de medio término
Los próximos comicios legislativos serán decisivos para neutralizar o profundizar el camino populista y socializante que impulsa el Gobierno, y dirimir el futuro institucional del país
Las elecciones nacionales de medio término que se aproximan suscitan una coincidencia general como tal vez no haya habido otra igual en un país zanjado por diferencias políticas crecientemente abismales: serán las más importantes desde la reconstrucción democrática de 1983, pues su resultado marcará el rumbo futuro de la Argentina.
Estos comicios decidirán si el voto popular se inclina o no por neutralizar el proceso populista y socializante en que está empeñado el Gobierno. Si el oficialismo alcanzara una mayoría de bancas en la Cámara de Diputados de la Nación, la radicalización de la línea en curso sería fatal para las instituciones, descontando más atropellos contra la Justicia y sus instituciones, incluida la sensible Procuración General de la Nación.
A estas alturas es bizantino pretender justificar el penoso papel de un presidente que le ha mentido en la cara a la ciudadanía –como cuando negó la existencia de reuniones sociales en la residencia presidencial de Olivos que efectivamente existieron en plena cuarentena– o que dice desconocer “lo que pasa en Cuba”.
Poco importa también ya si ese papel deriva de su condición de subordinado político de la vicepresidenta o de una incompetencia natural para dotar al propio gobierno de eficiencia en los actos administrativos. Tanto Alberto Fernández como Cristina Kirchner son responsables por igual de un estado de cosas que se mensura en su gravedad extrema con solo dos datos: el éxodo de nuestra juventud y de muchas empresas, y la inoperancia de un Estado que ha perdido el control sobre su territorio. Sobran ejemplos de bolsones de tierras usurpadas en demasiadas partes del país por delincuentes a los que el Estado se abstiene de enfrentar para incluso defenderlos.
De cara a los comicios, necesitamos un número suficiente de argentinos que reconozca el valor de las instituciones y del respeto por la ley como requisitos sine qua non para la sustentabilidad colectiva como Nación. O habremos cruzado el límite que impone una desculturalización política y moral llevada a tal grado que resulte impensable reconstituir a breve plazo el ordenamiento jurídico efectivo, colocándonos al borde de la categoría de los Estados fallidos.
Se aproxima el tiempo de resolver si se acelera o no la destrucción de premisas como la de la movilidad social incesante, sello característico de la Argentina a partir de la esperanzada inmigración de fines del siglo XIX, o si el mérito seguirá fuera de la escena. Aquel viejo sueño de “mi hijo el doctor”, fundamentado por una sociedad con vientos ascendentes, se ha trastocado en el llanto por los hijos que parten hacia destinos más seguros y venturosos.
Llega el tiempo de resolver si se acelera o no la destrucción de valiosas premisas como la de la movilidad social, sello de la Argentina desde fines del siglo XIX
El 12 de septiembre comenzará a develarse, con la realización de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO), si la sociedad se halla dispuesta a sentar las bases elementales de una reacción plausible ante el sinfín de retrocesos sufridos.
Con cinismo hiperrealista suele decirse que “se vota con los bolsillos”. Eso explicaría la incesante emisión de dinero que escala en términos peligrosísimos rumbo a la campaña. Con un mínimo de razonabilidad, esto no debería alcanzar para que el Gobierno supere el desafío electoral, inmerso en planes y subsidios a personas y empresas que se licúan hora tras hora con una inflación que a la fecha ya alcanzó el guarismo previsto para todo el año y que deja en carne viva la indignidad de un pobreza extendida regada con un desempleo que afecta a más del 10% de la población y unos niveles de informalidad alarmantes.
Trabajo digno, pidió recientemente la Iglesia. Pero trabajo digno no habrá para muchísimos argentinos sin las inversiones privadas que movilicen la producción y sin políticas que erradiquen de cuajo la inseguridad jurídica a la que propende un gobierno cuya política exterior asombra por las alianzas de facto con despreciables autocracias.
Esperamos de la oposición un programa de gobierno explícito y coherente con las diferencias que dice marcar con estos dos años de descomposición continua, agravada por los infortunios de la política oficial durante la pandemia. Qué y cómo hará la mayoría ciudadana para superar un proceso que el economista Carlos Melconián resumió en varias preguntas elementales es tema de la más extraordinaria importancia: ¿Tiene el país moneda? No, el país no tiene moneda desde hace muchos años. ¿Tiene la sociedad confianza en sus autoridades? Tampoco. ¿Se cumplen en la Argentina las reglas de juego de cualquier país medianamente civilizado? Menos todavía. ¿Hay inflación devastadora? Sí. ¿Hay estabilidad económica, y por lo tanto, están en condiciones los ciudadanos y las empresas de organizar sus vidas? No.
En noviembre se renovarán 127 de las 257 bancas de la Cámara baja, con un oficialismo que puede continuar peligrosamente sumando a su actual condición de primera minoría, y 24 de las 72 correspondientes al Senado, donde ya tiene mayoría absoluta. Frente a tantos signos desalentadores confiemos que las elecciones anuncien un giro de la sociedad que alivie las tensiones que ya se perfilan para 2022, cuando vencen unos 20 mil millones de dólares de la deuda pública.
Debe haber una lección para un gobierno que despilfarra recursos y desalienta la inversión tanto como el desarrollo de los sectores productivos, exhaustos ante exacciones fiscales insostenibles y moralmente agotados por el desdén inocultable de sus gobernantes. Son tiempos en los que la inteligencia, el patriotismo y la grandeza deben guiarnos. Hay demasiado en juego.
LA NACION