El estremecedor dolor en el desierto donde un festival se transformó en un infierno por el ataque de Hamas del 7 de octubre
Miles de jóvenes se habían reunido en el célebre Nova Festival hace un año, donde a las 6.29 comenzó una masacre con la sorpresiva llegada de cientos de terroristas; en total murieron 410 personas solo en ese lugar
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RE’IM, Israel.- Son las cinco y media de la mañana y todavía es de noche en el desierto del Negev. Las únicas luces son las de los canales de TV y las de los celulares usados en modo linterna que marcan el camino-peregrinación hacia uno de los primeros actos en recuerdo del 7 de octubre de 2023, una jornada de dolor estremecedor. Se cumple el primer aniversario del día más negro de la historia de Israel; cuando de repente descubrió que no era una fortaleza inexpugnable sino que era vulnerable.
Sopla un viento cálido, el termómetro marca poco más de 22 grados y el silencio es roto por estruendos que vienen desde la cercana Gaza, que sobresaltan, pero que no rompen la concentración de un día donde lo único que cuenta es el dolor, el luto.
“No hay que temer, son golpes de artillería nuestros”, asegura, en la oscuridad, Yaniv Stav, quien garantiza que él sabe de esto porque es un coronel retirado.
Stav cuenta que a los 50 años se hizo DJ y que en los últimos meses se volvió una guía de este monte de eucaliptus en medio del desierto que saltó a la fama por haber sido, hace un año, el escenario de una de las masacres más terribles de esa jornada. En este lugar -que ahora es un gigantesco memorial donde todos lloran, se abrazan, dejan una vela, un ramo de flores, un mensaje-, el 6 de octubre de 2023 se habían juntado miles de jóvenes a bailar en el tristemente célebre Nova Festival.
Todo era diversión y música hasta que, a las 6.29 de la madrugada del 7, cuando comenzaba a amanecer, se desencadenó un infierno. Nadie entendía qué pasaba, si las detonaciones eran parte del show, si eran fuegos artificiales, hasta que la mayoría cayó en la cuenta de que cientos de terroristas de Hamas habían saltado el vallado desde Gaza con un único objetivo: matar a la mayor cantidad de gente posible, de cualquier forma posible.
Algunos lograron subirse a sus autos, estacionados metros más allá, intentando escapar de la carnicería. Pero la estampida desencadenó un atasco mortal. Perseguidos, algunos se bajaron de los vehículos y empezaron a correr, sin saber adónde esconderse de la furia asesina de los terroristas de Hamas. Según las últimas cifras del comité de familiares, en el Nova Festival murieron 410 personas; otras 44 fueron tomadas de rehenes.
“Creo que es un deber contar esta historia, ahora hay un debate acerca de lo que llaman el ‘turismo de la muerte’, pero yo no traigo aquí a la gente por dinero, sino como voluntario, porque creo que es importante que se entienda la magnitud de la barbaridad que ocurrió aquí”, dice a LA NACION Yaniv Stav, quien perdió a siete amigos. “Vine acá al menos veinte veces, pero no traje a mucha gente porque no hay turismo por la guerra, pero sobre todo porque la gente aún tiene miedo de salir de su casa”, precisa.
Stav lleva una bandera de Israel y, como otros, comienza a prender velas a los pies de ese virtual cementerio sin cruces, pero con altarcitos, que recuerda a los 410 muertos del Festival Nova. Cada altar lleva la foto y el nombre de la víctima en la parte superior y a sus pies, piedras, flores de plástico y amapolas -la flor del desierto del Negev- realizadas en cerámica por voluntarios, para que el recuerdo de los caídos aguante a la intemperie. Cada memorial es distinto, tiene algo único, como banderas de otros países -muchos de los chicos de la fiesta, como la mayoría de los israelíes, tenían doble nacionalidad-, o dibujos, mensajes, alguna pertenencia, un peluche. Hay un altar que atrae a los fotógrafos porque ostenta una tabla de surf, que era la pasión de Noe Farage, una chica joven, como la mayoría, que sonríe porque, como todos, amaba la vida y amaba bailar.
Aline Weiszman, estudiante de psicología y recursos humanos, de 22 años, uruguaya que vive en una comunidad agrícola cercana, dice que vino para recordar a su amiga Tiferet Lapidot, quien murió ese maldito de 7 octubre. “Vine a visitarla, es la segunda vez”, cuenta, sin explayarse demasiado.
“Sí, es un momento complicado, tengo amigos [sirviendo en el ejército] acá en Gaza, en el Líbano y hay muchos nervios, pero tengo buenos pensamientos y todo va a salir bien, todo va a estar bien”, dice, intentando exorcizar uno de los momentos más preocupantes de la historia de Israel, que desde hace un año se encuentra en una guerra sangrienta, multifrontal, que ahora se teme que deflagre en un choque directo con Irán, líder del “eje del mal”.
Un helicóptero revolotea en el cielo, otro estruendo sacude el suelo polvoriento del desierto y cuando comienza a amanecer, al llegar más gente, todos con remeras con una foto del amigo o familiar que vienen a llorar, se intensifican los sollozos, los abrazos, el dolor. A las 6.20, rodeada de cámaras, la madre de Amit Cohen rompe en llanto ante el altar de su hijo y de su novia, Nolle Manzouri. Una amiga la abraza intentando contenerla.
Desde un parlante, mientras un organizador avisa que está por comenzar el acto, llega el presidente de Israel, Isaac Herzog, que, compungido, saluda a los deudos.
A las 6.29, el momento en que empezó la matanza del 7-10, empieza el acto y desde un parlante comienza a sonar música tecno. Una mujer de remera negra y pelo corto comienza a bailar, moviéndose con bronca, hasta que se corta la música. Segundos después, lanza un alarido, comienza a temblar, hasta que cae al suelo, desmayada de sufrimiento. En medio de un impactante dolor colectivo, en un acto en el que se alternan palabras de algunos familiares de las víctimas y cantos, no es será la única en desvanecerse. Le sucede lo mismo a un joven, que enseguida es ayudado por un amigo que lleva, como varios otros, una metralleta.
6.29 am en Re’im, uno de los momentos más impactantes #October7Massacre pic.twitter.com/tDPRqABYXd
— Elisabetta Piqué (@bettapique) October 7, 2024
Noy Magnezi, de 30 años, dice que vino a visitar el altar de su hermano Amit, de 22, y acaricia su foto. Vino desde Ness Ziona y se disculpa porque no quiere hablar más.
Moshe y Orter, hermanos de Lior, que era un gran futbolista, utilizan un ladrillo como martillo para colocar junto a su altar una tela con una foto en la que se lo ve jugando a la pelota. Una policía, de uniforme negro y pelo largo, llora en frente de otro altar en memoria de Hai Hame Zfati. “Era mi amigo”, solloza.
Algunos vinieron con muchos amigos que los contienen, abrazan y consuelan; otros llaman la atención porque están solos, sentados sobre una silla de plástico, con los ojos perdidos ante la foto de su familiar que ya no está.
Entre los oradores, el único que habla inglés es Arik Goldstein, jefe de la comunidad judía de Nueva York, la mayor del mundo, que vino a dejar en claro el inquebrantable respaldo de Washington. “Los judíos de Estados Unidos entendemos que un ataque contra ustedes es un ataque contra nosotros. Su combate es nuestro combate, no están solos”, asegura.
En ningún momento hay aplausos. Cuando termina el acto, en el que hay soldados, religiosos, jóvenes, adultos, mujeres, hombres, todos consternados, nadie se retira. Todos comienzan a deambular por el lugar, donde ahora hay luz. Como si se tratara de una procesión, sigue llegando gente. Motoqueros con camperas de cuero, otras personas en bicicletas mountain-bike con remeras con la fatídica fecha, grupos de amigos con sillas plegables y mesas como para quedarse para un pic-nic en honor a sus amigos.
Algunos se acercan a visitar un container de basura amarillo, que hay al costado del descampado, que se ha vuelto parte del memorial de Re’im. Allí el 7/10 se escondieron nueve personas, en medio de los residuos, durante horas. Desde allí, enviaban mensajes dramáticos por WhatsApp pidiendo ayuda, como recuerdan algunos paneles.
“Acá todo estaba lleno de sangre”, recuerda Noam Ben David, una de los pocos sobrevivientes del contenedor, que perdió allí a su novio, David Naaman y que ahora camina con una muleta. Como todos, Noam llora desconsoladamente.
“Es muy duro volver aquí, para mí hoy es la primera vez”, asegura Mihal, otra sobreviviente del Festival Nova, que cada vez que oye una explosión desde la cercana Franja de Gaza, exclama, en inglés, “¡fight! ¡fight!” (¡peleen!).
“Sí, tenemos que combatir, tenemos que defendernos de los terroristas que nos quieren eliminar, por el bien de nuestros hijos y para que puedan seguir viviendo en Israel”, dice a LA NACION Osvaldo, un motoquero siciliano, casado con una israelí, que vive aquí desde hace décadas y que también quiso venir a Re’im. “Si ustedes en Europa no pelean, no combaten, como nosotros contra las bestias, se van a encontrar a los musulmanes terroristas en casa muy pronto”, advierte.
Otro escenario del horror
A veinte minutos de Re’im, en el kibutz Nir Oz, también pegado a Gaza, fundado en 1958 por pioneros pacifistas y donde vivían muchos argentinos aún secuestrados en Gaza -los Bibas, los hermanos Horn y los Cuneo-, un poco más tarde, cuando el sol ya pega fuerte, también hay un acto. Es en el cementerio de este kibutz, que para la ocasión fue decorado con crespones amarillos y paneles gigantes con fotos de sus 117 muertos y secuestrados. También aquí el dolor lo impregna todo. Vuelve a haber llantos, abrazos, ojos llenos de lágrimas y rabia.
“A esta hora, a las 9.20, me llevaban”, evoca a La LA NACION Roitman, argentina de 77 años, tía del periodista deportivo Hernán Feler, que estuvo 53 días secuestrada en Gaza y fue liberada en noviembre tras el único acuerdo de intercambio hasta el momento.
En el acto en el kibutz Nir Oz, también está Ofelia Roitman, tía de @hfeler, que estuvo secuestrada 53 días en Gaza. Su marido Hector se salvó porque no estaba en casa por una operación de cadera…. Ofelia sigue pensando en los 101 rehenes aun cautivos #October7Massacre pic.twitter.com/QzVTyXsw6L
— Elisabetta Piqué (@bettapique) October 7, 2024
Ofelia recuerda que su marido, Héctor, se salvó porque ese sábado negro no estaba en su casa, sino recuperándose de una operación de cadera. “Si hubiera estado en casa, no estaría acá”, asegura Ofelia, que cuenta que este martes viajará a la Argentina para dar unas charlas organizadas por su sobrino, con las que recaudarán fondos para volver a comprar la maquinaria agrícola del kibutz destruida el 7/10, junto a buena parte de sus casas, aún visiblemente marcadas por la furia terrorista.
En medio de un duelo que ya dura un año y que hoy tuvo su momento culminante, Ofelia tampoco tiene ganas de habar. “Después de lo que pasó, es todo muy triste, muy feo y hay que pensar en los 101 que siguen adentro: hay 29 detenidos que son chicos, jóvenes la mayoría”, suspira. Y concluye: “Estoy muy triste por todo lo que está pasando en el país, donde no hay respuesta a nada”.