Rusia-Ucrania: Putin está dando una clase magistral sobre cómo no se debe librar una guerra
El bombardeo a Kiev y otras ciudades ucranianas de las últimas semanas es la última maniobra desesperada del Kremlin que probablemente resulte contraproducente
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WASHINGTON.- La guerra de Vladimir Putin en Ucrania será estudiada durante siglos por los historiadores militares como una clase magistral sobre cómo no se debe librar una guerra. Su última táctica –bombardear las ciudades ucranianas– es otra maniobra desesperada y despreciable que probablemente le resulte contraproducente.
La guerra comenzó el 24 de febrero con una desordenada agresión contra Kiev que generó un embotellamiento de 65 kilómetros de vehículos rusos. Las fuerzas militares rusas se mostraron incapaces de sincronizar o desplegar operaciones veloces en tierra y aire. Incluso nunca lograron conseguir la supremacía aérea, condición sine qua non para la eficacia militar desde aproximadamente 1939. Los ucranianos, por su parte, han demostrado ser maestros de la táctica de ataque y retirada utilizando misiles occidentales portátiles como los Javelin y los Stinger.
A mediados de abril, Putin abandonó su fallido asalto de Kiev y concentró sus fuerzas en el este. Esa fue la única vez que las cosas les salieron bien a los rusos: a principios de julio empezaron a utilizar su ventaja en artillería para expulsar poco a poco a los ucranianos de la provincia de Lugansk.
Pero luego los ucranianos comenzaron a recibir el Sistema de Cohetes de Artillería de Alta Movilidad (conocido como Himars, por sus siglas en inglés) y todo cambió. Los ucranianos fueron capaces de detener la incesante lluvia de proyectiles rusos atacando los depósitos de municiones y los puestos de mando. Los rusos nunca lograron adaptarse, y no existen evidencias de que hayan eliminado siquiera a un solo Himars.
A comienzos de septiembre, los rusos cometieron otro error garrafal: como habían trasladado fuerzas del este para defenderse ante una contraofensiva ucraniana en el sur, los ucranianos los agarraron desprevenidos cuando lanzaron un ataque sorpresa en los alrededores de Kharkiv. El ejército ucraniano liberó miles de kilómetros cuadrados de territorio y dejó tambaleando a las fuerzas rusas.
Desesperado, Putin ordenó una “movilización parcial” del personal militar el 21 de septiembre. Fue otro fiasco: es muy probable que sean más los rusos que huyeron del país (por lo menos 300.000) que los que se sumaron a las fuerzas armadas. El gobierno no tuvo otra opción más que enviar a soldados y a las fuerzas policiales en busca de potenciales reclutas, como las antiguas patrullas de reclutamiento del siglo XVIII.
No sorprende que tan pocos rusos quieran servir en el ejército: al país ya están ingresando ataúdes de zinc con cuerpos de conscriptos inexpertos que fueron enviados a las líneas de combate para enfrentar a ucranianos curtidos por la guerra. Los reclutas rusos bien podrían apersonarse directamente en la morgue. Como sucedió con la guerra soviética en Afganistán, el goteo continuo de las bajas probablemente socave el apoyo a la “operación militar especial” y al dictador que la ordenó.
Putin sigue metiendo la pata. El 30 de septiembre, anunció la anexión de cuatro provincias ucranianas que sus fuerzas no controlan por completo y lanzó amenazas de guerra nuclear si Occidente no le permite salirse con la suya. Pero eso no frenó la ofensiva ucraniana ni el envío de apoyo occidental.
El 10 de octubre, tras una explosión que había causado graves daños en el puente que une Crimea con Rusia continental, Putin empezó a utilizar misiles y drones para atacar las ciudades ucranianas. El lunes, Kiev sufrió el ataque de un enjambre de drones kamikazes fabricados por Irán.
Esto trae a la memoria la “Guerra de las ciudades” del caudillo iraquí Saddam Hussein contra Irán, a comienzos de 1984. Tras lanzar una guerra de agresión que le salió mal (¿les suena conocido?), Hussein pasó a bombardear las ciudades con la esperanza de quebrar la voluntad de lucha iraní. Pero la “Guerra de las ciudades” fracasó, y simplemente llevó a una represalia iraní similar. Y lo mismo sucedió con los bombardeos de Londres en 1940-1941 y en 1944-1945 con misiles V-1 y V-2 alemanes: solo aceleraron la caída de Hitler.
De hecho, prácticamente no hay evidencias a lo largo de los últimos 100 años de que el bombardeo de poblaciones sea una táctica que haya permitido ganar una guerra. Por lo general, hacen que la población se una todavía más y desafíe a los atacantes. Incluso en la Segunda Guerra Mundial, cuando los bombarderos aliados lanzaron millones de toneladas de bombas sobre Alemania y Japón, para ganar la guerra hubo que derrotar a las fuerzas armadas del Eje.
Salvo que Putin utilice armas nucleares, se topará con fuertes límites a la destrucción que pueda causar, porque las defensas aéreas ucranianas siguen operando y se están fortaleciendo con sistemas occidentales, como los misiles IRIS-T alemanes. El nuevo comandante en Ucrania pronto se dará cuenta de que su tarea no es tan fácil como bombardear a rebeldes sirios indefensos. Si Putin se desespera aún más, podría recurrir a las armas nucleares tácticas, pero es una opción de alto riesgo que podría ser contraproducente si provoca como resultado una respuesta militar de la OTAN.
A pesar de todos los reveses que sufrió Rusia, desgraciadamente no hay señales de que Putin esté dispuesto a dar marcha atrás. No hay duda de que espera que la resistencia se desmorone durante el invierno. En un intento de intensificar la presión, ahora ataca la infraestructura eléctrica ucraniana y cortó el suministro de gas natural a Europa.
Pero a ocho meses del inicio de la guerra, no hay señales de titubeos ni en Ucrania ni en Occidente. La combinación de la barbarie rusa y los triunfos militares ucranianos mantiene unida a la coalición anti-Putin. Las fuerzas militares ucranianas han demostrado ser más competentes y ágiles que las torpes fuerzas militares rusas, y eso no va a cambiar, independientemente de la cantidad de conscriptos que el Kremlin mande al muere prematuramente. Nadie puede decir con certeza cómo terminará la guerra, pero con cada día que pasa, parece más probable que Putin no estará contento con su desenlace.
Por Max Boot
Traducción de Ignacio Mackinze
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