Margarita Ros, la actriz que brilló en telenovelas pero un día se cansó y decidió dar un paso al costado
Protagonizó éxitos de TV, pero cuando sintió que la industria le daba la espalda optó por darle un giro rotundo a su vida
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Fue un ícono de telenovelas como Chiquilina mía o La extraña dama, una cara preciosa e inolvidable. Pero decidió retirarse del medio y ahora, Margarita Ros es una señora preciosa de 59 años que vive feliz y recorre la ciudad y estudia su cultura como un hobbie.
Tiene su casa en Almagro y cuando llega al bar de Corrientes y Angel Gallardo se la nota contenta, charlatana. Cuenta que viene de hacer una nota para una revista japonesa y muestra fotos de gran parte de su vida. En todas está lindísima. Se dispone a hablar sin problemas, muy jovial y distendida.
-¿Por qué decidiste alejarte del medio?
-Me costaba mucho encontrar trabajo. Yo iba a los castings como todo el mundo y no quedaba. Ya había protagonizado, estamos hablando del año 2007, 2008… Y las cosas que me ofrecían, no me gustaban.
-¿Qué te ofrecían?
-Mini participaciones. Mirá, por ejemplo, me presenté en Polka... Yo ya había dejado Canal 9. Me ofrecieron trabajar a bolo. “Acá se paga derecho de piso”, me dijeron. Y yo venía de protagonizar, viste.
-Y entonces ahí no aceptaste.
-Y, no. Quise llegar a Adrián Suar, pero no pude y después vi gente grosa entrando a bolo, no era por mí, pero no quise.
-Claro, no era personal.
-No, no era conmigo, pero me empezó a pasar eso. Y también me fui alejando por la cancelación.
-¿Por qué?
-Por política.
-No estabas de acuerdo con la mayoría.
-Exacto. Y es más: se corría la bola que en los camarines nos ponían micrófonos. Y mirá que yo no hablaba de política porque mi carrera, gracias a Dios, fue en momentos donde no existía la grieta.
-¿Empezaste de muy chica?
-Yo estaba haciendo el Conservatorio y empecé a trabajar a los 21 años aproximadamente. No terminé la carrera, me fui porque me aburrí. Entonces, después estudié dos años con Carlos Gandolfo y dos años con Augusto Fernándes. Me vino bárbaro porque en el conservatorio es bien ortodoxa la bajada, más Stanislavsky. Y Gandolfo y Fernández son de la escuela de Lee Strasberg.
-¿Tu primer trabajo cuál fue?
-Una participación en Señorita maestra, con Cristina Lemercier. Era la profesora de gimnasia de la escuela. No sabía ni cómo pararme delante de la cámara, lo mío era el teatro y, es más, yo no quería hacer televisión. Yo quería hacer una carrera de teatro pero bueno, tenía que vivir sola, tenía que laburar, tenía que pagar cosas. Y no me gustaba la tele. La actuación sí, desde chica, pero después se convirtió en oficio y ahí arranqué.
-¿Te eligieron como profesora de educación física porque tenías buen cuerpo?
-Por el deporte. Siempre fui deportista.
-¿Qué hacías?
-Atletismo, desde muy chiquita.
-¿Cómo llegaste a esa primera participación?
-Por un casting. Después fui a ver un ensayo de un unitario en el 9. Yo quería ver cómo era el backstage. Estaban Aldo Barbero, Ricardo Darín... Lo dirigía Diana Álvarez. Y su asistente me vio, pero no me encaró en ese momento. Vino al rato. Me preguntó si quería hacer televisión y me pidió mis datos. Y me empezaron a llamar.
-Donde más trabajaste fue en Canal 9...
-Sí, porque cuando le devuelven el canal a Alejandro Romay, después de la intervención de los militares, mi papá comenzó a trabajar ahí porque trabajaba con Romay en Guía de Industria, era gerente de ventas. Y pasa a ser gerente de contrataciones en el 9. Entonces, un día le dijo: “Alejandro, mi hija es actriz”. Yo estaba haciendo otra cosa, pero bueno, mi papá habló igual. Me llamaron. Hice algunas novelas como actriz de reparto y estando ahí pego una tira, Entre el amor y el poder. Los protagonistas eran Silvia Montanari y Miguel Angel Suárez. Y con Pablo Cedrón éramos la parejita joven. Esa historia empezó a crecer y estuvimos como nueve meses. Después quisieron llevar a la pareja a un romance tipo Romeo y Julieta, donde nuestras familias se peleaban, y nosotros nos escapábamos en secreto y nos suicidábamos en la luna de miel.
-¿En serio?
- Sí, tomamos algo, qué sé yo... Nos acostamos y ya al día siguiente yo estaba en Villa Gesell con mi novio porque no daba más. Después de eso, me llaman para hacer Gente como la gente, con Beatriz Taibo. Yo terminaba una novela y arrancaba otra, en otro canal. Había muchísimo laburo.
-¿Por qué no usás el apellido de tu papá, Krammatz?
-Porque como mi papá trabajaba ahí, yo no quería que me relacionaran y me cambié el apellido. Ros es el apellido de mi mamá.
-¿Lograste que no se sepa al final?
-Un tiempo se pudo tapar pero después no.
-¿Eso te perjudicó en algo?
-No y sí. O sea, nunca tuve problemas pero no quería que pensaran que estaba ahí por mi viejo. Yo había laburado en otros canales. Entonces una vez mi papá me dijo: “Mirá, que te resbale. Vos pensá que es preferible que piensen que estás porque sos mi hija que por otra cosa”.
-Tenía mala fama el “ambiente”.
-Él no quería que fuera actriz. Yo gané una beca a los 18 años para ir a estudiar a Japón... No fui y me metí en el Conservatorio.
-¿Por qué te ganaste una beca a Japón?
-Porque fui a una escuela japonesa y era la primera sudamericana que sabía japonés. Cuando me recibo a los 11 años de la escuela primaria, me hacen una nota, llega a Japón, el Ministerio de Cultura de Japón se comunica con la embajada japonesa y el día que recibo el diploma, voy a sentarme, me frena el director y me dice: “A Margarita Krammatz se le ha entregado una beca del Ministerio de Japón”. A partir de los 18 años, podía viajar a Japón a estudiar lo que yo quisiera, el tiempo que quisiera.
-Pero no quisiste.
-Porque en ese momento nadie estudiaba en Japón. Era raro.
¿Por qué tus padres te mandaron a esa escuela?
-Porque mis viejos conocieron a un japonés, capo, de alguna de estas empresas, y se hicieron muy amigos. Mi papá le empezó a dar bola, el tipo recién había llegado de Japón, con la familia, con dos hijas... Bueno, empezó un vínculo de amistad. Yo empecé a ser amiga de las nenas. Las nenas me enseñaron, jugando, el idioma. Y cuando el padre escucha, habla con esta escuela y dice: “Esta chica tiene buena pronunciación, sabe escribir…”. Y fui.
-¿Tenés hermanos?
-Sí, mi hermano es el director del Museo de Ciencias Naturales, es paleontólogo.
-¿Él no fue a la escuela japonesa?
-No, no, no. Se salvó. Pero yo le debo mucho a la cultura japonesa.
-¿Fuiste a Japón?
-No. ¿Sabés qué pasa? Cuando yo estudiaba, cuando tenía veintipico de años, no había tanta globalización. Entonces, estaba todo muy lejos. Nadie le daba bola. Cuando, en los 2000, empieza el manga, el animé, las caricaturas, los dibujos, el sushi, ahí nos acercamos a Japón.
-¿Los japoneses te hicieron correr?
-Ahí empecé a correr, porque para ellos el deporte es tan importante como la cultura. El deporte es salud física y mental.
-¿Por qué quisiste ser actriz?
-Me gustaba mucho el teatro y yo imitaba a la gente.
-¿No te gustaba otra carrera?
-Podría haber sido Psicología porque va muy ligado. Nada que tenga que ver con matemáticas ni con ciencias exactas. ¿Y sabés por qué no estudié Psicología? Porque había que dar tres materias de examen de ingreso, entre las cuales estaba Química. Para todo lo que era exacto, soy discapacitada. Es el día de hoy que me dan un vuelto y no entiendo cuánto me tienen que dar. Voy a un banco, a hacer el trámite, o a un cajero automático y me pongo nerviosa. Y con el celular, ¡no sabés!
-¿Te cuesta?
-Hace quince días me puse el Instagram. Porque me hincharon, no por mí. Odio todas las redes, las odio, las odio, las odio. Pero participo los fines de semana de salidas culturales, es mi hobby. Hago recorridos históricos por la ciudad, por diferentes barrios, con un guía que es arquitecto, entonces apunta a la parte urbanística de la ciudad; también con otro que es historiador... Es lo más.
-¿Vas como participante?
-Participante y ayudante. Aparte aprendo. Soy curiosa, me gusta estudiar. Eso me lo inculcaron los japoneses.
-¿El conservatorio lo hiciste de taquito?
-No me costó nada. Es más, cuando fui a anotarme me dijeron que el examen de ingreso era al día siguiente.
-Y entraste.
-Casi sin prepararme. Cuando volví a mi casa y les dije a mis viejos que había entrado, no me hablaron por un mes.
-¿No querían que fueras actriz?
-Ellos me veían en Tokio. Pensaban que yo iba a hacer relaciones exteriores, y culto, que iba a ser diplomática, sabiendo japonés. Ganabas en dólares en ese momento.
-Pero cuando empezaste a trabajar, ¿se coparon?
-Sí, sí.
-¿Te llevabas bien con tus compañeros actores?
-Tuve algunos problemas con Grecia Colmenares. Yo estaba haciendo Rebelde, una novela con ella y con Ricardo Darín. Yo era la antagonista. Mi personaje empezó a pegar, empezaron a escribirme más, más, más, más, más y Grecia...
-¿Qué hacía?
-Algo que me molestaba muchísimo era que no te miraba a los ojos. Te voy a contar una anécdota: yo no tenía un mango, alquilaba y no se ganaba bien en esa época, salvo que fueras protagonista. Un día, grabo con ella la última escena, casi a las once de la noche. Salimos y me voy a la parada del colectivo, en Fleming y Entre Ríos, en Martínez. Hacía un frío de cagarse, estaba oscuro. La única luz que había era foco en el medio de la calle. Y pasa ella en un Mercedes blanco, baja la ventanilla y yo pienso “ay, me salva” y no, me dice: “te felicito, muy linda la escena, chau, hasta mañana”. Y se fue.
-Claro, todo un símbolo.
-Después de esa novela hice La extraña dama, me llamaron cuando todavía estaba haciendo la tira con Grecia. Me tuve que ir antes y casi me como un juicio. Igual, ¿qué me iban a sacar? Una heladera con freezer y un contestador automático.
-¿Y cuándo llegó Chiquilina mía, tu primer protagónico?
-En La extraña dama yo hacía pareja con Gustavo Garzón y como había pegado ese vínculo, armaron Chiquilina mía. Yo no lo podía creer, en un día me dieron el protagónico. La novela anduvo muy bien, pero terminó porque yo quise. Ya se estaba yendo al carajo. Ya la estaban estirando mucho.
-¿Te hicieron caso?
-Al principio, no.
-¿Pero vos ya tenías otro trabajo?
-No. Es más, no agarré nada. Me fui a Córdoba, a la montaña. Estaba muy estresada, nos entregaban los libretos el mismo día. Yo llegaba a las siete y media de la mañana al canal. Pasaba por la fotocopiadora donde se entregaban los libretos, me iba al barcito de al lado y ahí empezaba a estudiar. Y tenía dieciocho escenas.
-¡Una locura!
-Y también me ofrecieron una obra para salir los fines de semana, pero a mí no me daba el cuero. Romay quería que yo condujera con Fernando Bravo Sábados de la bondad. No, no.
-¿Tenías novio en esa época?
-Sí, divino. No era del ambiente y se la bancó. Era licenciado en economía. Él me conoció cuando yo estaba estudiando. Después conocí a alguien del medio, que no quiero nombrar porque no es buena persona. En ese momento no era nadie... Y al año empecé a ver cosas que no me gustaban. Y lo corté. A los dos meses conocí a mi marido, Emilio Corbelia.
-¿Cómo lo conociste?
-En un capítulo de Detective de señoras. Él estaba haciendo un bolo porque era muy amigo de César Pierri. Yo hacía de millonaria y él hacía de un profesor de tenis. Y no sé por qué, pensé: “El actor que haga esto, va a ser mi próxima pareja”.
-Y fue.
-Sí, la voz que tenía… Hacía mucha conducción de eventos, de espectáculos.
-¿Y él después dejó de ser actor?
-Sí, después dejó.
-¿A qué se dedicó?
-Él era piloto de avión.
-¿Y vos seguiste trabajando?
-Cuando hice Chiquilina mía ya estaba con él. Y después de eso, me llamaron de Televisa y yo no quería ir a laburar con el telepronter. Y me llama Berlusconi para hacer la segunda parte de La extraña dama, pero Omar Romay me pidió que no vaya, que me prometía un trabajo.
-¿Qué trabajo?
-Bueno, yo te pregunto a vos.
-¿No te dio nada?
-Iba a hacer conmigo Más allá del horizonte porque Grecia Colmenares no quería hacerlo porque había sido mamá. Me hicieron un precontrato, era enero, todos se fueron de vacaciones, me alquilé una quinta en Moreno. Y pasaban los días y nadie me llamaba. Después me enteré que Grecia al final había aceptado. Le pusieron una babysitter, un camarín al lado para el nene, todo. Yo me quedé sin nada.
-Y entonces, ¿qué hiciste?
-Me llamaron para hacer Ailén, luz de luna, pero eran muchos meses en San Martín de los Andes y no quise. Después hice Cara bonita, Cebollitas, El Frijolito para México… Y empecé a sentir que bajaba el laburo. No fue de un día para otro que dejé, fue gradual. Me gustaba actuar, pero era como nadar sin agua. En el medio ya era muy débil. Y me dediqué a dar clases de teatro. Tenía alumnos a lo loco porque yo aplicaba otras cosas aparte de lo que es el teatro tradicional. Yo enseñaba una metodología de vida. Trabajaba sobre vos como persona y después venía la parte actoral. Porque primero estás vos. También salíamos a ver obras… Era muy diferente a todo y tenía muchos inscriptos.
-¿Ahora dejaste de dar clases?
-Ahora sí, después del Covid me fui. Me escapé. Tomé un micro y me fui a Córdoba. Ya estaba sola, ya había enviudado.
-¿Cuándo murió tu marido?
-En 2018. Entonces me fui a Córdoba, me alquilé una cabaña, me instalé un año, me fui a la montaña, a Capilla del Señor. Ahí me ofrecieron dar clases, pero tenía que volver acá. Tengo a mi mamá que es grande...
-¿Fue una decisión no tener hijos?
-Sí, por mi forma de ser. Yo soy libre, voy acá, voy allá. No estoy, ni estaba preparada. Tengo instinto maternal, por supuesto, pero no.
-¿Extrañás algo del medio artístico?
-¿La verdad? Nada.
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