Lecturas: Ecos de una tragedia real y absurda
En El niño, Fernando Aramburu, el autor de Patria, abandona las heridas dejadas por el terrorismo de ETA, y se centra en la brutal catástrofe producto de un error humano
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i bien desde 1985 vive en Alemania, a través de su obra Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) siempre regresa a la tierra de origen: un paisaje entre las montañas y el mar, donde reina el chirimiri –la lluvia leve y persistente del País Vasco–, el euskera se entremezcla con el castellano y la tragedia se empeña en horadar la vida cotidiana. En Patria (2016), una de sus novelas más difundidas (fue traducida a 35 idiomas y llevada al formato televisivo por HBO España en 2020), esa tragedia tenía un nombre: ETA. La llaga del terrorismo abertzale también fue recreada por Aramburu en la serie Gentes vascas, integrada por el libro de cuentos Los peces de la amargura (2006) y las novelas Años lentos (2012) e Hijos de la fábula (2023).
Pero en El niño, el último libro de esta serie, el desastre no llega de la mano de una carga de dinamita accionada por un comando terrorista, sino por el error humano, demasiado humano, de un plomero que no detecta una pérdida de gas, realiza una mala maniobra y hace saltar por los aires varias aulas de una escuela primaria.
El siniestro fue real. El 23 de octubre de 1980, una explosión en una escuela pública de Ortuella, localidad ubicada a unos 12 km de Bilbao, provocó la muerte de tres adultos y cincuenta niños de entre cinco y seis años. Aramburu aborda el momento después de la catástrofe; se enfoca en el duelo imposible que una familia debe atravesar tras descubrir que “el Nuco” –el único niño de ese hogar– es una de las víctimas de la explosión.
Como en Patria, el autor hace gala de virtuosismo narrativo y capacidad para dotar a su novela de una estructura sólida, por momentos con algo de pieza de relojería. A diferencia de Patria, en El niño no hay necesidad de incluir un glosario de vocablos y modismos del euskera; los personajes centrales no son vascos, sino parte de la migración interna que por aquellos años llegaba a Euskadi desde otras zonas de España. No hay trazos gruesos: el detalle no se remarca, pero está allí (igual que alguna que otra referencia a la crisis económica que se vivía en ese momento). En una familia reducida como la que rodeaba al Nuco –padre, madre, abuelo– la medida de la devastación es descomunal, casi un eco de la que debió afrontar un municipio pequeño como Ortuella al verse obligado a enterrar, de golpe y en un solo día, cincuenta ataúdes blancos.
Aramburu organiza la novela ensamblando tres voces bien diferenciadas. El padecimiento de Nicasio, el abuelo, está narrado en tercera persona; Mariaje, la madre, asume la voz de una narradora en primera persona que le cuenta a alguien –podemos suponer que al autor– el impacto que la tragedia tuvo en su subjetividad y en los vínculos con su marido y su padre; finalmente, el propio texto se convierte en un personaje que opina en primera persona sobre sus condiciones de producción, desliza algún comentario sobre los diálogos que habría tenido el autor con la mujer que inspiró al personaje de la madre, aporta datos y reflexiona sobre el difícil equilibrio entre la deriva narrativa que pide la ficción y el respeto que exige una comunidad donde el recuerdo de la catástrofe sigue presente.
“Los lectores de este libro encontrarán una decena de pasajes en los que la novela, si no he entendido mal, pretende glosarse a sí misma”, advierte el autor en un prefacio donde aclara que esos pasajes son fácilmente identificables (están escritos en cursiva) y ofrece la opción de saltearlos a quien quisiera hacerlo. “Soy consciente de operar como soporte narrativo de un infortunio de tales dimensiones que cualquier tentativa de calificarlo resultaría vana”, se ataja la voz del texto. Y aclara, unos párrafos después: “Dudo que yo sea capaz de hacer legible con verosímil cercanía la aflicción que comporta la pérdida de un hijo; aunque es mi obligación intentarlo como intermediario, como mensajero o como simple traductor”.
El niño, podría decirse, es una novela escrita con pudor. El desastre no fue provocado por activistas de ETA, no estuvo sostenido en tal o cual justificación ideológica ni impulsado por pura maldad. Quizá por eso mismo –porque fue producto en parte de la mala suerte, en parte de una impericia difícil de prever– la muerte de los niños de Ortuella resulta más terrorífica y, en lo que a la escritura de Aramburu respecta, más exigente. El escritor parece hacerse la misma pregunta que –desde un lugar distinto y con una intencionalidad política que no está presente en El niño– se hizo Susan Sontag en uno de sus ensayos: ¿qué hacer frente al dolor de los demás? ¿Cómo dar testimonio sin traicionar o banalizar ese dolor? En el caso de la escuela de Ortuella, ¿cómo sostener cierta sobriedad? ¿De qué manera expresar lo insoportable del sinsentido, la intemperie a la que nos arrojan este tipo de sucesos?
Aramburu aborda un desafío que incluye instantes de riesgo: la tentación del melodrama (en particular cuando la narración ingresa en los claroscuros del vínculo entre la madre y el padre del Nuco) y, más allá de su atractivo como recurso técnico, algunas intervenciones donde la voz “autónoma” del texto podría sonar excesiva.
En todo caso, la forma más despojada del dolor se logra en el personaje de Nicasio. Sus regulares visitas al cementerio para “hablar” con el nieto recuerdan las que, en Patria, realiza Bittori, viuda de un hombre asesinado por ETA. Pero el trabajo del duelo adquiere en El niño una dimensión más descarnada. Nicasio sabe que el Nuco está muerto y, al mismo tiempo, se empeña en no saberlo. Se lleva a su casa todas las pertenencias del chico y reconstruye allí su habitación; habla con él, le avisa que la explosión será antes del recreo y le da instrucciones para evitarla. No está loco; su vida está rota. Si Aramburu buscaba tocar algo de la herida abierta un día de octubre de 1980 en una escuela de Ortuella, lo logra en ese personaje y su esfuerzo –a sabiendas inútil– por reparar lo irreparable.

El niño
Por Fernando Aramburu
Tusquets
272 páginas, $ 19.900

Patria
Por Fernando Aramburu
Tusquets