Reseña: La idea bélica, de Diego Sasturain
“Nadie creía realmente en que hubiese una guerra –reflexiona Valder, protagonista de La idea bélica, novela de Diego Sasturain (Buenos Aires, 1972). No una guerra real, con muchos muertos y todo lo que trae aparejado esa visión clásica.” Valder es contratado por el Ejército Argentino Sociedad del Estado (EASE), una empresa que controla a las Fuerzas Armadas. Poco después lo nombran comandante y le ordenan tomar, con once soldados a su cargo, El Reflejo, un pueblito “en el interior de la provincia”, donde entabla una relación amorosa con una muchacha.
El argumento se vuelve un tanto monótono. Hay un enemigo siempre remoto (“disidentes”, “rebeldes” o “terroristas”) y surgen elementos atractivos (la fosilita, una piedra que podría poseer el secreto de la vida; el tilke, un roedor parecido a una vizcacha gigante; un “bombardeo de micropartículas digitales fractaloides”; la figura del fundador del pueblo, que promovía el amor libre, el trabajo voluntario y la propiedad comunal), aunque no terminan de integrarse plenamente en una trama.
Sasturain evita dar mayores precisiones sobre la Argentina en la que se desarrolla la obra: no parece un país de ciencia ficción futurista ni uno inmerso en una distopía. Insufla cierto costumbrismo de “pago chico” en el escenario, y –en consonancia con el título del libro– sus vagas referencias a la guerra (nunca se explica por qué se combate) buscan convertirla en un concepto abstracto (“la guerra se hace más real cuanto menos se combate y más se piensa”) que produce un suave extrañamiento y una potente sensación de absurdo.
La idea bélica
Por Diego Sasturain
Mardulce
186 páginas, $ 2200