Trump o Kamala. El resultado de las elecciones en Estados Unidos impactará en todo el globo
La contienda entre demócratas y republicanos, que se definirá el 5 de noviembre, afectará a un mundo marcado por la guerra, la carrera tecnológica y la disputa entre dos ejes de valores contrapuestos
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Aun sin ser estadounidenses, difícilmente a alguien no le interesen las elecciones en Estados Unidos. La influencia de ese país desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha sido permanente, y a su alrededor se han “organizado” las relaciones de poder, económicas y culturales a nivel global.
Hoy vemos esta carrera electoral con curiosidad y algo de desazón. Desde una perspectiva “extranjera”, hay dos formas de aproximación al análisis: la que incumbe solo a los norteamericanos y la que atañe a los efectos globales de las diferentes alternativas para todos los ciudadanos del mundo.
No abriré juicio sobre el primer punto. La distancia, la ajenidad, la falta de información y de percepción de primera mano sobre el sentimiento que mueve a los votantes, así como la realidad “real” –no la que nos llega a través de los medios tradicionales y sociales, sino la efectivamente vivida por sus ciudadanos– haría voluntarista la opinión, casi como en una sobremesa o charla de café.
"En el campo económico, Estados Unidos aún sigue siendo la economía más importante del mundo, confrontada ahora –superada la Guerra Fría y sus alineamientos– con el otro gigante, China"
Distinto es el tema global. Aquí hay varios campos de análisis: el económico, el estratégico político y militar, y el cultural.
En el campo económico, Estados Unidos aún sigue siendo la economía más importante del mundo, confrontada ahora –superada la Guerra Fría y sus alineamientos– con el otro gigante, China, visualizada hoy como el gran contendiente del siglo XXI. La “nueva guerra fría” no es un tema menor y nos acompañará durante varias décadas.
El campo en el que la supremacía sigue siendo norteamericana es el militar, coinciden los analistas, aunque la distancia se va reduciendo por el importante crecimiento de la potencia asiática. Su alianza estratégica con Rusia le permite suplir, en alguna medida, su debilidad más marcada, la nuclear.
En el campo tecnológico también la preeminencia norteamericana continúa, aunque en este campo comparte la vanguardia con su rival. La performance china es espectacular y hay ya sectores –IA, robótica, genética, incluso tecnología militar– en la que se encuentra en un sitio privilegiado.
En el campo estratégico, la situación es de gran complejidad. China evalúa que el tiempo juega a su favor y evita dar pasos mayores en su presencia internacional en el campo militar, mientras espera el desgaste de Estados Unidos, y también de su vecino y nuevo amigo, pero adversario centenario, Rusia. Mientras tanto, avanza sin pausa en los campos económico, infraestructura, comercial y tecnológico.
La guerra de Ucrania, gigantesco error ruso, le permite declarar una curiosa neutralidad y aprovechar el embargo occidental a Rusia al acceder a bajo costo a la energía y recursos primarios que Rusia no puede vender a Europa y Estados Unidos en los niveles previos a la guerra. Aprovecha esos mejores costos para financiar su desarrollo tecnológico y mantener abiertas las puertas comerciales de la Unión Europea, donde coloca la mayor parte de sus exportaciones industriales, así como sus buenas relaciones –curiosamente, igual que Rusia– con Israel.
Rusia debe recurrir a Irán y Corea del Norte para reforzar su arsenal. Su antiguo rol de “gran potencia” solo se mantiene en el plano nuclear –en gran medida inútil en las guerras entre grandes potencias, al garantizar la destrucción recíproca–. En lo militar, a más de dos años de la guerra de conquista declarada contra Ucrania, no ha sido capaz de terminarla, como había planeado, en un par de quincenas. Ha perdido centenares de miles de soldados y aunque ha destrozado la infraestructura ucraniana, masacrado ciudades y matado también a cientos de miles de ucranianos, no ha logrado cerrar sus objetivos con una derrota clara de un país que es casi cuatro veces más reducido en población. Prosigue, no obstante, su arrogante decadencia primarizando su economía, convirtiendo su industria en una factoría de armas, empobreciendo su pueblo y resignándose a ser apenas una potencia regional en declive de gran tamaño territorial, como lo fuera China durante tres siglos.
Dos modelos en pugna
No está resuelto si el modelo de sociedades “orgánicas” y regimentadas desde el poder es superior en su eficacia holística a las sociedades abiertas liberales. Sin embargo, para quienes adhieren a la democracia, los derechos humanos y el respeto a la libertad individual, en lo cultural, la superioridad ética de los valores occidentales –democracia, derechos humanos, Estado de derecho, pluralismo, libertad económica– es la gran debilidad china, compartida con el grupo de países o movimientos que, a pesar de su aparente heterogeneidad, coinciden en disciplinar a las sociedades desde el poder.
Esta superioridad cultural, sin embargo, está siendo atacada en el propio seno de las sociedades occidentales por una especie de alianza tácita con el populismo global –Maduro, Ortega, Corea del Norte, el propio Lula, etc.– y con el integrismo islámico, del cual se margina cuidadosamente pero también aprovecha y nunca condena. Su enemigo común: las sociedades abiertas.
En este escenario, prima facie, da la impresión de que la visión de Trump es forzar el fin de la guerra de Ucrania, paso indispensable para intentar un acercamiento con Rusia que horade su vínculo con China, y apoyar a Israel contra el integrismo terrorista buscando una paz multireligiosa en Oriente Medio apoyado en Israel y Arabia Saudita, con el objetivo de aislar a Irán, al que Biden ha evitado molestar.
La mirada de Harris no está clara. Por un lado, la presión de parte de su base electoral condiciona sus pasos en el Oriente Medio, presionando a Israel –como Biden– con el fin de no romper con sus votantes pro-palestinos, que han crecido en la juventud norteamericana más o menos culta, tradicionales votantes demócratas. Y por la otra, ratifica su fuerte apoyo a Ucrania, siguiendo la línea de la actual administración, cuyo objetivo real, más que un triunfo de los heroicos ucranianos es debilitar a Rusia. La consecuencia obvia es que esta política refuerza en términos estratégicos, por reflejo, a la alianza Chino-rusa. Cómo horadar esa alianza sin afectar los derechos soberanos de Ucrania es el gran desafío, estratégico y artesanal, de la política exterior estadounidense de los próximos tiempos.
Con respecto a América Latina, una intuición: Harris parece más “democrática” en lo interno, pero más cercana al eje Brasil-Colombia-México-Venezuela-Bolivia en lo internacional, mientras Trump, con sesgo interno más autoritario, parece más cercano al de Argentina-Uruguay-Paraguay-Costa Rica-Perú-Ecuador-Chile (a medias).
Dada la afinidad de la Venezuela chavista con Cuba, Rusia, China, Irán y Corea del Norte, no puede mirarse esta elección sin preocupación, aun teniendo en cuenta que esas cercanías o afinidades, en el gran juego mundial, son solo epifenómenos marginales y tal vez fluidos.
Obvio es destacarlo, al mencionar los países se referencia a sus actuales administraciones, no a los pueblos, que no siempre coinciden con sus gobiernos, como lo muestran los dramáticos casos de Venezuela y Cuba. También que en varios de ellos la situación política puede variar y producir un cambio en su alineamiento internacional. La Argentina es un ejemplo. También, Ecuador.
En síntesis y como no-estadounidenses: ¿Trump o Kamala? Imposible no sentir la reminiscencia de la segunda vuelta de nuestras elecciones de 2023. Ninguna opción es claramente óptima. La diferencia, en todo caso, es que nada podemos hacer para incidir hacia uno u otro lado aunque, inexorablemente, nos alcanzarán sus resultados. Y el agregado: a la luz de cómo está el mundo y la región, no conviene descuidar nuestra propia defensa, que en última instancia y más allá de una inteligente ubicación internacional, es el último reaseguro de autonomía y respetabilidad.
Abogado y escritor; exdiputado y exsenador por la UCR