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 • HISTORICO

En cuarentena. Convertí la crisis en un trampolín para saltar hacia nuevas oportunidades




Amo el cine, pero confieso que nunca fui demasiado fan de Star Wars. Me confundo todos los personajes, me cuesta entender quién lucha contra quién y las veces que me propuse verlas "ordenadas" para seguir el hilo de la historia, no terminaba de lograrlo. Pero hay algo de Star Wars que sí me fascina: su mística y todos los significados, filosofías y lenguajes propios que hay a su alrededor, tan profundos como universales, que hacen que, aun sin entenderla del todo, me produzca cierto magnetismo. Cuando pensábamos esta nota –en la reunión de sumario y luego con nuestra psico, Inés Dates–, una de las frases que nos salió casi intuitivamente fue "que la Fuerza te acompañe". Este latiguillo que en Star Wars los personajes se repiten para desearse suerte o cuando están a punto de enfrentarse a algún desafío, en estos tiempos teñidos de incertidumbres, caos y a veces emociones no tan positivas, podría ser también nuestro propio mantra personal.
Pero... ¿qué es la Fuerza? ¿Dónde vive? ¿Viene de afuera o la tenemos adentro? ¿Podemos ser también nosotras esas jedis que se entrenan para aprender a usarla y desarrollarla más? De esto se trata la resiliencia. De reconocer que, como seres complejos que somos, la fuerza vive en nosotras y que en los momentos más difíciles, esos en los que parece que tocamos fondo, que sentimos que no podemos más o que las cachetadas que nos da la vida nos dejan regulando y estamos a punto de rompernos, ahí suele encenderse algo muy vivo y concreto que no nos deja caer. ¿Viste que uno de los himnos globales de esta pandemia fue el famoso "soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie, resistiré" que sonaba en balcones y pasillos de hospitales? La resiliencia tiene mucho, muchísimo que ver con la flexibilidad, esa capacidad de recibir los golpes, pasarlos por el cuerpo, la mente y el corazón y que eso deje en vos huellas que te hagan más sabia, lúcida y fuerte para seguir adelante.

Shit happens (y no vas a poder zafar de esa)

Muchas veces asociamos la resiliencia a grandes historias de esfuerzo y superación, esas que son dignas de una película casi, pero no hace falta que una tragedia toque a tu puerta para sentirte resiliente. Porque... ¿acaso la vida de alguna de nosotras es perfecta? ¿Nunca te vino una de revés? ¿Y qué pasa cuando de repente el mundo entero entra en crisis y cambian casi todas las reglas de juego, como en estos últimos meses? Y sí, ya lo sabemos, la vida no es siempre linda: tenemos frustraciones, las cosas alguna vez nos salieron mal, nos echaron de algún trabajo, nos enfermamos, nos separamos de algún amor o perdimos algo o alguien que para nosotras significaba mucho. Las crisis de la vida pueden venir en tantas, tantísimas presentaciones y absolutamente nadie está exento; hasta las personas más "exitosas" tienen un gran historial de cachetazos vitales. Pero la clave de la resiliencia es darles lugar y que esos dolores no nos amenacen como monstruos desconocidos, sino como compañeros de aprendizaje. "¿Qué puedo aprender de esto?", "¿cómo voy a reaccionar la próxima?", "¿con cuáles de mis propios recursos voy a surfear esta ola?", son algunas de las preguntas que tu propia resiliencia va a instalarte. "Sin las noticias feas de la vida no podemos construir algo sólido. No podemos vivir todo el tiempo en Disney. Eso lo aguantás una semana", dice Inés Dates. Al mismo tiempo, las noticias feas generan un movimiento muy poderoso, que es el honrar lo que sí hay, lo que sí tenés, lo que sí lograste, y eso se convierte en tu punto de apoyo para empujarte y seguir adelante. Revisá tu propio presente: ¿no te pasó en estos tiempos de cuarentena, con limitaciones, pérdidas de rutinas y angustias, que pudiste valorar de otra forma tantas cosas que habías dado por sentadas y que se vivieron como un regalo?

Fuerza que impulsa, fuerza que sostiene

Podríamos pensar la resiliencia en dos sentidos: por un lado, nace de vos, es tuya y la fuiste construyendo con cada vivencia difícil, peligrosa o triste que atravesaste. La hiciste de todas esas veces en las que no pateaste la pelota afuera y, en vez de decir: "Ay, ¿por qué me pasa esto a mí?" o "la culpa es del país / de los hombres / de mis viejos"... (¡o a quien quieras echarle la culpa!), te hiciste cargo y carne y descubriste incluso una fuerza que ni siquiera sospechabas que tenías. La postura victimizante no va con la resiliencia, mientras que la flexibilidad, el pensamiento optimista, la autocompasión y el poder de adaptación sí. En esto último influye un poco nuestro propio temperamento; una puede distinguir con facilidad gente que sabe adaptarse rápidamente y otra que se resiste un poco más; también algunos se adaptan cuidando y manteniendo lo que se hacía y otros, identificando qué cosas de esa situación se pueden cambiar –porque hay otras que quizá no se pueden–.
Pero además de la fuerza propia, hay otra más metafísica o mágica, quizás: una que te sostiene. Sí, llamale universo, Dios, amor, o simplemente Fuerza, como le dicen en Star Wars. A veces es esa red invisible de energía que te manda una señal en el momento que más la necesitabas. A veces es la palabra de alguien cercano, un gesto que no esperabas, un proyecto compartido que viene para paliar otros dolores.
En ese doble juego de "mi fuerza me impulsa" y "la fuerza me sostiene" se juegan la confianza y la esperanza. La gente más resiliente es la gente más esperanzada, porque suele ser más buscadora de otra gente. Y esa misma esperanza te sostiene para que no te dejes convencer por el "hoy feo". Hay algo clave, sin embargo: que esa emoción que te dice: "Confiá, algo inesperado va a suceder y te va a sacar adelante" no destruya tus propias motivaciones para seguir preguntándote: "¿Y yo..., qué puedo hacer hoy?" o "¿qué cosas pequeñas logré hoy?".

Crear fortaleza en el tiempo

Cuando estás en el lodo, metida en una situación que no te gusta, que te angustia, que de alguna forma te limita y con la que poco podés hacer o cambiar, la resiliencia puede funcionar como un salvavidas que te aferre al presente, que te conecte con el ahora y te haga valorar a cada momento eso "feo" que estás sintiendo, pensando, viviendo. "OK, la estoy pasando mal, horrible, pero no tengo que destruir lo que está pasando". Valoralo, sentilo, estás creando así fortaleza en el largo plazo. Hay que ser muy valiente para no negar o tapar lo que sentís y que eso se vuelva algo que puedas apreciar, aunque hoy duela. Poder aceptar tus propios "hoy no puedo" te hace resiliente. Porque pedís ayuda. Porque no te volvés omnipotente. Otra herramienta para estos momentos es la autocompasión; en el corto plazo podés hacerte dos preguntas: "¿Qué me puedo pedir hoy?" y "¿qué NO me puedo pedir hoy?", para equilibrar tus propios recursos. "El sufrimiento te da tantas cosas que el ‘estar bien’ te quita. Por ejemplo, te da protagonismo. Pero el desafío es que nuestra vida no tenga brillo solo para el relato; hay que ser muy valiente para renunciar al protagonismo y apreciar lo que está siendo", dice Inés Dates. Por eso, sea cual sea tu peli de hoy, podés volver siempre a sentirte aprendiz, como los jedis, y confiar en que jamás estarás sola. Ya lo dice Obi-Wan Kenobi: "La Fuerza estará ya contigo... siempre". •

Usá la técnica Woop

Lo que nos suele pasar al definir nuestros propósitos y los objetivos para cumplirlos, es que, al primer obstáculo que encontramos..., nos frustramos y abandonamos. Así que acá te compartimos la técnica WOOP, una estrategia científica para lograr objetivos difíciles:
  • W de WISH: escribí tu meta u objetivo a lograr.
  • O de OUTCOME: imaginá y visualizá la imagen de esa meta volviéndose realidad.
  • O de OBSTACLE: escribí cuáles son los posibles obstáculos y trabas que pueden llegar a aparecer al tratar de lograr ese objetivo.
  • P de PLAN: hacé un plan con distintas ideas de qué vas a hacer en caso de que esos obstáculos aparezcan.

¿Cómo entrenar tu resiliencia?

Por Sofía Geyer. Terapista ocupacional, especialista en creatividad y la innovación. Da talleres de creatividad y resiliencia. @sofiageyer.
1. CON AUTOCONOCIMIENTO. Un buen ejercicio es llevar un diario de emociones, donde nos tomamos unos minutos cada noche para pensar y registrar qué emociones sentimos ese día, cuáles fueron sus disparadores y cuáles fueron las reacciones o comportamientos que las activaron.
2. CON AUTOCONFIANZA. ¿Y si, en vez de mejorar debilidades, aumentamos el uso de nuestras fortalezas? Mirá esta lista y preguntate: ¿cuáles son las 3 fortalezas con las que más te identificás?
Creatividad / Coraje / Apreciación de la belleza / Curiosidad / Juicio / Justicia / Capacidad de perdonar / Gratitud / Esperanza / Humildad / Humor / Amabilidad / Liderazgo / Amor / Amor por el aprendizaje / Perseverancia / Perspectiva / Prudencia / Autorregulación / Inteligencia social / Espiritualidad / Trabajo en equipo / Entusiasmo.
Y ahora pensá: ¿cómo podrías usarlas más?
3. CON PENSAMIENTO OPTIMISTA. ¿Querés empezar a ser más optimista? Pensá en una persona muy optimista que conozcas y anotá cuáles son los comportamientos que ves en él/ella que lo/la hacen más optimista. Ahora pensá en vos misma: ¿cómo podrías empezar a usar más de esos comportamientos en tu propio día a día?
4. CON EMOCIONES POSITIVAS. Hacé actividades que sabés que te ayudan a activar emociones positivas. Leer, ver una película, caminar, cocinar: ¡lo que quieras! Apoyate en tus vínculos. Juntate –aunque sea virtualmente ahora– con esas personas que sabés que te contagian emociones positivas.
Expertas consultadas: Inés Dates. Nuestra psicóloga. @ines.dates.viviendo. Sofía Geyer. Terapista ocupacional, especialista en neurociencias aplicadas a la creatividad y la innovación. @sofiageyer.

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