Gabriela Marrone Menos mal que no soy famosa
Fue una de las pioneras del rock nacional en los años 70; luego partió a Los Angeles. Bill Frisell, uno de los mejores guitarristas del mundo, le propuso grabar. Su música se conoce en Estados Unidos y Europa, pero aquí es una artista secreta
Nevaba. O apenas había dejado de nevar. La meseta se veía blanca y la nena argentina miraba ese fantasma ahí afuera, anestesiada por el traqueteo del tren, por la belleza de esa quietud fosforescente. Todavía faltaba para llegar a Ankara, capital de Turquía, y a lo mejor Gabriela Parodi, con 12 años, cuatro años después de haber dejado la Argentina con mamá y hermanos siguiendo los destinos del padre diplomático, ya se había olvidado de Sol. O quizá no.
En todo caso, Sol era un caballo que vivía en el campo de la familia, en Rauch, Buenos Aires, pampa argentina, y no entró en el equipaje cuando los Parodi se fueron del país para pasar el primero de los diez años que pasarían dando vueltas por el mundo, y Gabriela no lo volvió a ver porque Sol se murió. De viejo.
-No me di cuenta de que nos íbamos hasta que nos subimos al barco. Toda la familia lloraba en el muelle, y había una banda que tocaba mientras el barco se iba alejando. Ahí tomé conciencia de que estaba pasando algo raro.
Algo raro. El departamento donde Gabriela vive con Pino Marrone, músico como ella y su marido desde hace 18 años, es blanco como aquella meseta de Turquía. Entre estas paredes que están a punto de ponerse a flotar de tanta luz se enhebran los días de esta mujer de sonrisa fácil, que decidió vestirse de negro de una vez y para siempre cuando tenía 9 años y en Portugal, primer destino diplomático de su padre, se le apareció Amalia Rodrigues cantando fados.
-Me llevaron mis viejos a una cueva de fados. Apareció Amalia Rodrigues, toda vestida de negro, divina, joven, hermosa, y dos guitarristas tocando guitarras portuguesas. Ese fue el día que decidí vestirme de negro para siempre, y más o menos cumplí.
La infancia de nena diplomática fue acolchada y feliz. De Lisboa se fueron a Turquía, el sitio exacto donde comenzaba esta nota, si quieren ver.
De Turquía se fueron a Brasil, donde la nena Gabriela se compró su primera guitarra y aprendió a tocar sola, y de Brasil a Irlanda. Ahora hace yoga. El logro de quedarse veinte minutos meditando sin hacer nada la llena de orgullo.
-Yo vivía en la tormenta. Ahora ya pasó. Me pudrí de la tormenta, de los extremos. Me encantaban los extremos.
Paul Bowles, dice, es uno de sus motivos de inspiración. Si uno escucha la música simple pero lujosa que hace esta mujer no cuesta mucho imaginar el Sahara luminoso y afiebrado, ni la tierra caliente, ni las ciudades sumidas en un sopor fatal que describía el escritor que vivió en Marruecos después de haber nacido en Nueva York. Pero en el principio no eran las tierras calientes. Para Gabriela, en el principio fue París. Sus padres regresaron de Irlanda a la Argentina, y la nena dijo: "No, yo me voy a París a estudiar actuación". Todo el mundo era joven en la década del 60, y más en París, de modo que a Gabriela, que era más joven que nadie, no le importó vivir en cuartos baratos, calentándose sopas grumosas como cena. Hacía lo que quería, y además le pagaban: consiguió trabajo en una obra de un argentino, Víctor García. La obra, que se llamaba Cementerio de automóviles, fue un éxito y permaneció dos años en cartel.
La obra bajó de cartel, y Gabriela volvió a Buenos Aires. En estado de tormenta, la chica hizo las cosas rápido. Se apareció con su guitarra por las oficinas del manager de Almendra, le tocó un par de canciones, y el hombre dijo okay.
-Firmamos un contrato. El tipo estaba loco como yo. Y bueno, ahí empezó mi historia, que fue rápida y cortita. Volví en 1970, en 1971 estaba cantando, y en 1974 me fui.
Pero primero debutó en la segunda edición de B. A. Rock ante 5000 personas. La banda que la acompañaba era una especie de dream team machazo y talentoso: Edelmiro Molinari -que fue también su primera pareja- en guitarra, David Lebón en bajo, Moro en batería y Litto Nebbia en piano. De esta banda, ella ha dicho que casi ninguno, excepto Edelmiro, la menciona a la hora de recordar el inicio de sus carreras.
Grabó su primer simple, un disco con los temas Abre el día y La campesina del sol, y de pronto todo el mundo conocía esa chica de vestidos de bambula, llena de anillos. Sacó su primer álbum, Gabriela, en 1972, editó un nuevo single en 1974 y en pleno pico de fama se fue con Edelmiro a vivir a Los Angeles.
-El estrellato no me interesó nunca. Menos mal que no me fue increíblemente bien y no soy famosa. Me encanta ir por la calle y que no me conozcan. Ser anónima. Sentarme en un bar y observar a los demás, no ser observada. Yo sufriría mucho siendo reconocida. Pero en aquel momento sí se me acercaba gente, era conocida, salía en todas las revistas, las chicas se vestían como yo, me copiaban los vestidos. Era raro. Acá la pasábamos bien económicamente, pero me fui buscando un lugar de más libertad, donde no te metieran presa porque respirabas fuerte. Además, yo sabía que me faltaba mucho para ser una artista madura. Yo escuchaba a Joni Mitchell y pensaba: Tenemos la misma edad, somos de la misma generación, pero yo tengo mucho trabajo por delante para decir que estamos al mismo nivel. Ahora puedo decir que podría juntarme con Joni Mitchell algún día a cantar.
En Los Angeles pasó cuatro años callada, sin cantar ni componer. Con el rabo del corazón miraba la pampa. Extrañaba un poco, pero siempre se olvidaba de pensar en volver.
-Nunca pensé en pegar la vuelta. En 1976 tuve a mi hija, Cecilia, que dependía exclusivamente de mí. Vi el lado oscuro de la vida. Me encantó porque yo había tenido una vida muy acolchada. Me quedé sin guita, tuve que trabajar, me divorcié, me volví a casar. Trabajé en la cocina de un restaurante, trabajé de secretaria y como operaria de fábrica en la sección control de calidad. Mis empleos fueron mejorando hasta que empecé a hacer subtitulado de películas. Yo hice el subtitulado de Desde el jardín, de Peter Sellers.
Sólo a principios de los años 80 hizo otro disco, Ubalé, en el que colaboraron músicos norteamericanos y argentinos, otro dream team, al que Gabriela sólo pudo pagarle con tortilla de papas y milanesas: Gustavo Santaolalla, León Gieco, el guitarrista David Lindley, Aníbal Kerpel, el percusionista Alex Acuña, Pino Marrone. El disco llegó a las manos de una discográfica importante, que hizo una oferta insólita: querían hacer de ella una Julio Iglesias femenina. Un japonés muy amable le explicó que iban a armar un disco con sus temas, mechados con temas melódicos en español al estilo Julio Iglesias. Cuando el japonés dijo la cifra, Gabriela tambaleó. Era mucho. Se pasó toda una noche pensando, y cuando salió el sol decidió que se podía haber ahorrado la noche en vela. Desde siempre, desde el principio, había sabido que la respuesta era no. El siguiente disco fue Friendship, en 1983, una rareza que grabó en algún país de Escandinavia, en inglés, en un sello que cerró poco después. En 1992 Pino, Gabriela y Cecilia volvieron a Buenos Aires. Ella creyó que regresaba a un país donde amigos entusiastas la recibirían con los brazos abiertos y el alma en pie.
-Fue muy duro volver. Mis amigos músicos de antes estaban en hacer música popular y ganar guita, y como que ya no era una cuestión de la música por el arte. No es una crítica, porque cada uno hace lo que quiere y lo que puede, pero te quiero decir... me sentí terriblemente sola. Acá a las patadas logré sacar Altas planicies, gracias a Gustavo Gauvry, de Del Cielito, que fue el único que se jugó.
Altas Planicies se agotó y no ha vuelto a reeditarse. Y llegado que hubo hasta aquí, la mujer cansóse y dijo basta.
-Estaba podrida de este círculo vicioso de promesas que nunca se cumplen que es el negocio de la música... por lo menos para mí... acá. Me encanta la vida, y no quería pasarme toda la vida infeliz por el negocio de la música. Entonces dije hago un disco en casa, lo saco yo, y adiós, me dedico a otra cosa. En eso, Pino me hizo escuchar el tema Rambler, de Bill Frisell.
Stop. Frisell es guitarrista. Uno de los mejores de la década. El hombre ha trabajado con Burt Bacharach y Elvis Costello, por mencionar sólo dos estrellas de una galaxia en la que brillan otros nombres como el de Pat Metheny. Gabriela escuchó el tema, le gustó, le puso letra, grabó su voz sobre la música de Frisell, y se lo envió junto a una carta en la que le pedía permiso para grabar esa versión del tema.
-Le mandé Altas planicies, como para que viera que yo no era una chica a la que se le había ocurrido grabar un casetito, una especie de fan molesta.
Era 1995. Un mes después, el fax de la casa de Gabriela se encendía y escupía un papel. De puño y letra de don Frisell, tenía el papel una frase: Pocas cosas me atravesaron el corazón como lo ha hecho tu música. Le daba más que permiso para ponerle voz y letra a Rambler. Le pedía, además, que hicieran un disco juntos.
-Aparecí en San Francisco grabando mi disco Detrás del sol, con esos músicos que eran mis ídolos. Me subí al avión con mi guitarrita para encontrarme con Frisell y su productor Lee Townsed, y yo no los conocía. Tuvimos una comunicación hermosa musicalmente. Siento que canto y él me contesta todo el tiempo. Detrás del sol salió por el sello alemán Intuition. En las disquerías argentinas sólo se consigue importado. No hay distribución nacional. No hay sello patrio interesado en editarlo, a pesar de que el disco es un pura sangre que se ganó en 1997 el premio alemán Deutschen Schallplattenkritik, que ha ganado gente de la talla de Keith Jarret.
-Un día llega un fax en alemán y no entendía nada. Mientras, me llamaban de la compañía y de la productora para felicitarme porque había ganado un premio importantísimo.
Detrás del sol fue elegido por la revista Acoustic Guitar como uno de los mejores 10 discos de la década. La misma revista, en agosto de 1998, incluyó a Gabriela en una nota titulada World Music Divas. Las otras divas eran Cesaria Evora, Bassi Assad y Susana Baca. La Rolling Stone alemana dijo de su disco que era una "pequeña obra de arte". -Acá tuve lindas críticas de algunos medios, pero el disco no está distribuíido. Me gustaría que la gente pudiera comprarlo al precio de un compacto nacional, no a 27 mangos. Pero está bien, yo no hago música porque quiero ser popular. Me gusta ser una edición especial. También hay algo mágico en eso. Después de Detrás del sol, pensé que había sido uno de esos momentos mágicos que se dan y adiós, ya está. Entonces propuse hacer Viento rojo, mi último disco, que era más jugado todavía porque era un disco sin batería, sólo con chelo, guitarra, violín y contrabajo acústico, porque yo quería que todo flotara, que nunca bajaras a tierra. Y me dijeron que sí.
-Frisell hizo los arreglos del disco, y fue maravilloso otra vez. Yo quería que el disco fuera un viaje. Una película. Viento rojo fue elegido por Global Village, un prestigioso programa de radio de Los Angeles, como uno de los mejores álbumes grabados durante 1999. Las publicaciones alemanas derraman elogios sobre la primera mujer que en "la chauvinista argentina tuvo el suceso equivalente a cualquier hombre músico o cantante" a principios de los años 70. Hablan de música influida por Leonard Cohen, de una voz tierna, de un disco cálido, de algo especial. Mientras tanto, el último show en la patria de origen de Gabriela, esta maravilla nacional elogiada afuera hasta el abuso, había sido en 1994, en el Café Mozart.
-Me volví loca armando todo. Siempre dije que iba a tocar en vivo cuando pudiera tener una mínima infraestructura para que la música que estoy haciendo suene con la calidad de los discos. Donde todo brille como debe brillar.
Hace poco, todo empezó a brillar como corresponde. Frisell, que pasó por Buenos Aires para tocar en La Trastienda, a mediados de agosto, la invitó a cantar con él. Y ella flotó.
-Me puse felicísima cuando me preguntó si quería cantar, te imaginás. Pero claro, en medio de la felicidad de golpe me saltó el miedo: "¿Y si no canto bien, y si...?" Y enseguida dije: "A ver, ¿cuál es la importancia cósmica de esto? Una tipa, una noche, cantando dos temas en un café de una ciudad del sur del mundo". Y enseguida sentí que me aliviaba. La levedad del ser, ¿no? Del rock de acá no elige nada. Algo de los Redondos cada tanto, pero nada más.
-Dentro de lo que es el rock, no tengo amigos acá, pero sí tengo amigos músicos, como Daniel Goldberg u Horacio Pozzo. Pero me siento como sapo de otro pozo. Mi lugar en el mundo musicalmente está en otro lado, aunque me gusta estar pasando estos años acá. Se puede ser ciudadano del mundo, pero nunca sos realmente ciudadano del mundo. Siempre hay que volver a ese hospital con las luces de neón donde abriste los ojos por primera vez y ese hospital para mí es la Argentina. Está bien estar viviendo esta locura de tener una carrera del otro lado del océano y acá no hacer nada, excepto componer. Es medio esquizofrénico, porque afuera mis discos tienen repercusión. No es que sean comerciales, pero tienen repercusión en un ambiente que es el que yo elegí. La vida no es perfecta. Lo único que quiero hacer es aprovechar lo que me está ocurriendo ahora.
Lo que le ocurre ahora son estos dos discos, dos ediciones prolijas hasta la exasperación, atravesadas por la voz lujosa de esta mujer que sube y baja, se quiebra y vuelve, cantándoles a las noches de Tilcara y al modesto calor del querosén. Canciones mansas como dunas, al mismo tiempo leves y poderosas. Canciones para escuchar en el subte de vuelta a casa, cuando la cara del prójimo es una plancha de acero en el estómago y uno necesita un pequeño elixir para flotar a un metro del piso.
-A mí la gran ciudad no me gusta, pero no puedo ir al campo, a Rauch, donde está el campo de la familia, tanto como quisiera. Las ciudades grandes me gustan un ratito, después me gusta el contacto con la naturaleza. Algún día voy a terminar viviendo en un lugar más desolado. No quiero envejecer en una gran ciudad donde tenga miedo de que me pisen, que me tenga que apurar para cruzar la calle. No. Vos ves a los viejos muertos de miedo en la ciudad.
No nació en la pampa. Es hija y nieta de porteños y pasó media vida viviendo en medio mundo. El desarraigo, entonces. Pasaporte seguro al club de la nostalgia perpetua donde deambulan los que no serán de ninguna parte. Al club de los mudados para siempre. Si uno se fue del lugar donde nació, quizá se pueda ir de todas partes, y entonces haga como ella hizo: decidir que algún pequeño espacio fue la patria. Un pequeño rincón de la pampa. Un cuarto en la casa de un abuelo. Un árbol. El pueblo de Rauch. Un caballo llamado Sol.
-Mi punto de referencia en el mundo no es Buenos Aires. Es el paisaje pampeano. Es Rauch. Si me decís: No volvés a Buenos Aires nunca más", no me importa. Pero a Rauch tengo que volver. Por lo demás, cuando te desarraigás no tenés patria. Podés hacer tu mundo de cualquier lugar.
El disco, en Alemania, se está vendiendo bien. Va a salir en Estados Unidos y están pensando, con Frisell, en sacar otro el año que viene.
-Lo único que te puedo decir es que va a empezar con un tema que se llama La tormenta terminó. ¿Lo querés escuchar? Entonces Gabriela aprieta sus botones, y la voz, en un registro más bajo que otras veces, canta aquello de que la tormenta terminó.
De que es tiempo de cambiar.