En septiembre de 1981, en pleno centro porteño, un grupo parapolicial integrado por Aníbal Gordon secuestró al exdiputado y dirigente de la Intransigencía Peronista, y lo sometió a un brutal interrogatorio
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El miércoles 2 de septiembre de 1981, cerca de las 16, un hombre vestido de civil entró a la oficina de la calle Libertad, entre Corrientes y Lavalle, en pleno centro porteño. Sin identificarse les enseñó la ametralladora que traía consigo y que luego, ocultó debajo de su chaqueta. “Bueno muchachos esto se acabó. Todos de pie”, dijo con voz firme. Era Aníbal Gordon, el criminal conocido por su participación en actividades clandestinas durante la última dictadura militar y vinculado a la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Los que estaban presentes no alcanzaron a pronunciar ni una palabra.
“Me miró y me dijo que me venían a buscar para una reunión. Cuando me están llevando, le preguntaron a Juan Carlos Gallegos a qué se dedicaba y él contó que era profesor de historia: ‘Venga, entonces, usted también’. Tenían dos Ford Falcon verdes. A mí me subieron en uno y Juan Carlos a otro”, dice Julio Bárbaro al recordar el día de su secuestro, 43 años atrás.
Hacía unos meses que había regresado del exilio. Entre 1973 y 1976, Julio Bárbaro había sido diputado nacional por el sector juvenil del peronismo. “Vine antes de tiempo, no lo aguantaba. Primero estuve España y después en Francia, pero la pasábamos muy mal. Yo había conseguido un trabajito de 500 dólares en una empresa, pero para los que no éramos ‘monto’ ni guerrilla, porque a la guerrilla los mantenían, nos resultaba muy difícil explicar por qué estábamos exiliados y no éramos guerrilleros... Cuando volví empecé a trabajar en política, cosa que no tendría que haber hecho. Me convertí en el Secretario General de Intransigencia y Movilización, una estructura de recuperación de la política. Estaba muy cerca nuestro ‘el viejo’ Saadi [Vicente Leónidas Saadi] que tenía una oficina sobre la calle Paraguay y una estructura económica sólida... Ahora, Saadi tenía relación el poder militar, eso era obvio.”
-¿Qué había en la oficina de la calle Libertad, donde lo fueron a buscar?
-Teníamos una oficina, la alquilábamos entre tres para vender publicidad. Básicamente vendíamos publicidad en el subte, editábamos e imprimíamos, lo hacíamos para sobrevivir. Estaba con Juan Carlos Gallegos y estaba con algún otro que todavía sigue siendo importante, pero no quiero nombrar...
-¿Nilda Garré?
-Sí, estaba Nilda Garré. Ese día, alrededor de las cuatro de la tarde, después de que Nilda se fuera, habrían pasado 15 o 20 minutos, entró un tipo vestido de civil con una “metra” que la muestra y la mete debajo de su campera. “Bueno muchachos esto se acabó. Todos de pie”, dijo y le hicimos caso. Y nos llevaron a una supuesta reunión.
“Bueno, me tocó a mí”
-¿Qué pensó cuando lo subieron al auto?
-Yo todavía creía que me llevaban una reunión... Deben ser las ganas de sobrevivir...
-¿A dónde los llevaron?
-Fueron por Libertador hasta un bar que se llamaba Chamacos, frente a un edificio de Aeronáutica. Tomamos un café. Era Aníbal Gordon, pero en ese tiempo no era conocido. Yo no sabía quién era él. En esa época, Gordon solo era conocido entre ellos... pero nosotros no teníamos ni idea, no había un diario que lo nombrara. Cuando salí, me preguntaron “¿Fue Gordon o Guglielminetti?”... ¡y qué se yo! Era como si me preguntaras por mi tía o mi suegra. Decían cosas como: “Estamos acá para hablar del país que vamos a hacer, porque esto se va a arreglar, vamos a entrar a dialogar entre todos”. Me vendían el diálogo futuro de la política. Supuestamente, me llevaban a un diálogo, a un encuentro entre amigos. Hasta que pedí de ir al baño y ahí me di cuenta.
-¿Qué sucedió?
-Me siguieron al baño y pensé “Esto viene pesado”. Me la vi fea. Volví a la mesa y subimos nuevamente al Falcon. En un auto iba Gallegos y en el otro yo, sentados solos atrás. Empezaron a manejar por la Panamericana o por Acceso Oeste, creo, y a las 6 de la tarde pararon el auto a un costado, me vendaron los ojos, me esposaron las manos en la espalda y con un empujón me tiraron en el asiento. Ellos iban en silencio, en algún momento hablaban pero vos no sabías de qué hablaban... cosas en clave de ellos.
-En el viaje, ¿usted intercambió alguna palabra con los captores?
-No, qué vas a decir. En ese momento te convertís en un objeto... porque, además, ¿de qué ibas a hablar?
-Tal vez preguntarles qué estaban haciendo o a dónde me llevaban.
-[risas] Ante esa imagen del poder, en un tiempo en que vos estabas acompañado por la muerte, haces silencio y pensás: “Bueno, me tocó a mí”.
“Esto cambia de tono”
Bárbaro recuerda que aunque una venda cubría sus ojos “un poco podía ver”, algunas imágenes se filtraban. “Vi muchas barreras, era Campo de Mayo. Estoy convencido de que primero me llevaron a Campo de Mayo”, dice.
-¿Qué pasó después?
-De ahí encaramos un viaje largo, muy largo. Después me enteré fuimos a General Villegas, a 500 kilómetros.
-¿Por qué allá?
-Qué sé yo. Ahí tenían una chacra que después que pasó todo quisieron mostrármela, una vez un intendente y después un empresario, pero yo no fui. Qué sentido tenía, no tiene patas ni cabeza, seguramente es como todas las chacras.
-¿Qué pasó cuando llegaron?
-Me metieron en una sala con los ojos vendados, las manos esposadas atrás, que era muy incómodo, una tortura, y empezaron con el interrogatorio.
-¿Qué querían saber?
-Lo primero que me dijeron fue: “Usted tiene una aguantadero en la calle Castro Barros 500″. Y yo le respondí que no, que ahí había nacido, y que esa era la dirección de mi DNI. Se hizo un silencio absoluto, como que se dieron cuenta que habían dicho una pavada, que alguno de los alcahuetes de ellos había dicho cualquier cosa, o sea, ¿era el aguantadero y ahí vivían mi padre, mi madre y mi hermana? Después me preguntaron a quién había saludado dos días atrás en la puerta de la confitería que estaba en Corrientes y Libertad. “¡¿A quién saludó?!”, insistían. Les respondí que no sabía porque no lo sabía en serio... ¡qué sé yo a quién saludé! Uno no se acuerda esas cosas. Ellos tenían alcahuetes pagos que les decían cualquier cosa, que tomaban imágenes y llenaban una hojita. Es gracioso, porque ahora están buscando 100 palos para los servicios, pero los servicios necesitan inteligencia, no dinero. Con un millón de alcahuetes no hacés una inteligencia.
-¿Y luego?
-Yo no recuerdo qué tipo agenda se usaba en ese tiempo, pero tenía una de esas, flaquita y larga, y ellos empezaron a mirarla y les llamaba la atención que hubiera tantos apellidos judíos. “¿Vos sos judío?”, me preguntaron. Les respondí que no, entonces me dijeron: “¿Y por qué tenés tantos apellidos judíos acá?”. “Qué sé yo, son mis amigos, yo no les pregunto eso”. Iban nombre por nombre preguntándome quién era. Eso habrá durado tres horas. Hasta que dijeron: “Bueno, esto cambia de tono”. Y me agarraron, me llevaron a un baño donde había una bañadera llena de agua y me metieron adentro la cabeza.
-Lo torturaron.
-Sí. Me decían ‘¡Vas confesar!’. ¡Pero yo no sabía qué tenía que confesar! El drama real era que vos no tenías nada que contar que a ellos les valiera la pena... ‘¡Vas cantar!’, te decían y vos no tenías nada que cantar porque yo no era guerrillero. Eras trasparente, pero para ellos no había nada trasparente.
-¿Qué piensa que ellos creían que usted ocultaba?
-Me decían, por ejemplo, ‘¿fulano es comunista?’ y yo les decía ‘no’. Y me fajaban. O ‘¿Nilda Garré es comunista?’. Y yo volvía a responder que no y me fajaban a lo pavote. Me pegaban en la cara, en el estómago, me volvían a meter dentro del agua. Se ve que yo no podía imaginar que lo que querían era que dijera que eran comunistas... ¿Entendés el delirio? Vos estás con toda la racionalidad en pie, pero esa racionalidad te ayuda y te molesta.
-¿Por qué molesta?
-Te molesta porque no podés imaginar la irracionalidad del otro.
-¿Qué pasó luego?
-Después siguieron siete u ocho horas de tortura horrible. En el agua uno piensa que tiene que inspirar antes para resistir... pero después te das cuenta que vos no decidís nada, que los que deciden son ellos.
-¿Era el mismo Aníbal Gordon quién lo torturaba?
-¡Yo qué sé quiénes eran! Había un griterío, serían seis o siete tipos.
-¿Y su socio, Juan Carlos Gallegos? ¿qué pasó con él?
-Él estaba en otra habitación y no lo vi hasta después, cuando nos tiraron una pieza.
-¿Qué sucedió después de que lo torturaran?
-Me sacaron esposado y en cuero afuera, había pasto y me sentaron en una silla. Ahí hicieron un simulacro de fusilamiento. ‘Apunten... ¡Fuego!’ Los ojos seguían vendados con una bufanda que te daba un calor en la cabeza, con el frio el cuerpo era... Fue agua y fusilamiento...
-¿Qué se le cruzaba por la mente en ese momento?
-Lo único que cuidaba era mi dignidad. Para ser claros, mi dignidad era el control de esfínteres. Yo pensaba que tenía que controlar mi cuerpo, punto. Para mí eso fue la clave. Yo quiero morir con dignidad. La idea de perder el control de tus esfínteres era para mí morir como un cagón. Esto era como una traba en la cabeza que tenía, yo soy católico, justiciero y digno, y estos tipos son el enemigo... y yo no me quiebro frente al enemigo. Cómo habrá sido que después que pasó todo Gordon me dijo: “Sos duro, pibe”. Porque cuando ellos ven que te orinás encima, saben que te dominaron. Y perdiste. Esa es la pelea: ellos pelean por tu dignidad y vos peleas por sostenerla. Bah... por lo menos esa era lo mío.
-¿Qué pasó después del simulacro de fusilamiento?
-Me volvieron a ahogar e interrogar. En un momento me pusieron una frazada mojada en la cara para que no pudiera respirar... Y en un momento se ve que jugaban a eso del policía bueno y policía malo. Alguien me dice: ‘¿Por qué no confesás, pibe?’. Yo hice silencio y después me volvieron a preguntar: ‘¿Vicente Saadi es comunista?’. Y yo respondí que sí. ‘Ah esto cambia’... Y ahí me dije: ‘si quieren que diga que toda la lista es comunista, lo voy a hacer’.
-Lograron lo que querían...
-Ellos lo veían como una confesión y yo como una imbecilidad. ‘¿Nilda Garré es comunista?’, me preguntaban. Y yo les decía que sí. Pero era una confesión carente de todo sentido. Ellos querían llevarse algo: una confesión mía de que todos mis amigos eran comunistas. Cuando eso terminó me dijeron: ‘Ves pibe que tenías que confesar’. Y yo no entendía nada... sigo sin entender cómo funcionaban...
-¿Por qué lo secuestraron?
-Uno de los que me salvó, Camilión, que era el embajador de los Estados Unidos, me dijo que hicieron este secuestro porque estaban en contra de lo que quería lograr Estados Unidos, que era la democratización de la Argentina. Es decir, mi secuestro tenía un sentido en la pelea interna de las Fuerzas Armadas. Tanto es así que el mayor Carlos Españadero, alguien que yo había contactado para ayudar a unos amigos, fue uno de los que fue a pelear para que me liberen.
A comienzos de 1981, el canciller argentino Oscar Camilión viajó a Washington para una serie de consultas. Su visita se centró en un encuentro con el secretario de Estado de los Estados Unidos, Alexander Haig, donde discutieron sobre la guerra en El Salvador, la situación en Bolivia con la participación de Argentina en la dictadura de Luis García Meza, y el embargo de armas a Argentina por violaciones a los derechos humanos. Haig expresó tres preocupaciones del gobierno de Ronald Reagan: la situación de una detenida israelita, la adjudicación de turbinas para Yacyretá y las negociaciones con Chile sobre el Canal de Beagle.
Camilión aseguró que no habría guerra con Chile. En una conversación con el entonces vicepresidente George Bush, se enfatizó que Norteamérica no apoyaría gobiernos militares, citando la situación en Bolivia. Camilión insistió en la importancia de la democratización en Argentina para mantener buenas relaciones con los Estados Unidos y se propuso un mecanismo de consulta permanente entre ambos países, aunque con resultados limitados. En paralelo a estas conversaciones un comando parapolicial secuestraba a dos dirigentes peronistas.
Un tiempo antes del secuestro Bárbaro ayudó a un matrimonio de guerrilleros a inscribir a sus hijas. “Augusto Conte Mac Donell, mi amigo de toda la vida, un ser conservador del catolicismo y oligarca, pero una gran persona, me llamo un día y me dijo: ‘Julio, estamos con Marcelo Losada soportando un matrimonio de guerrilleros a los que les compramos una casita, pero no tienen con quién hablar y yo estoy hecho pedazos, porque mataron a mi hijo... Yo te paso al matrimonio’. Accedí y cuando conocí al matrimonio me contaron que tenían dos hijas que no estaban inscriptas, sin DNI. Ellos habían dejado de ser guerrilleros en el ‘78 y estaban desesperados por inscribirlas porque las chicas no podían ir al colegio. Yo fui a hablar por este matrimonio con Saadi. Y Vicente me contactó con tres milicos a los que les expliqué la situación. El jefe de esos tres personajes me dijo que los quería conocer, pero tenía dudas de que fuera una trampa, entonces le dije que lo iba a esperar en la puerta con mi hija Carmela en brazos. Al día de hoy mi hija me lo reprocha. Salió todo bien, el milico era un tipo que se nota que era duro, pero también quería ser justo... había esas mezclas raras, después estaban los Gordon”.
La liberación: “Bueno pibe vas a vivir”
“Después me tiraron en el piso, con una frazada en la cabeza y las manos esposadas en la espalda, desnudo... hacía frio. Estaba también Juan Carlos. Yo había levantado fiebre. ¿Qué hablábamos? No hablás nada. En ese momento estás mudo viendo cómo el mundo transita afuera de tu voluntad. Al perder la voluntad perdés las ganas de hablar y no pensás en nada. Yo soy creyente... no es lo mismo... pensaba en el absurdo: yo no era guerrillero... ¿por qué estaba ahí? Siempre estuve en contra de la violencia, me habían enganchado en una que no era culpable”, dice.
-¿Qué pasó después?
- Escuchamos un griterío. Luego supimos que los que habían venido eran los adversarios de ellos, habían descubierto dónde nos tenían. “¡Son míos!”, gritaba Gordon. “¡No son tuyos un carajo!”, le respondía otro. Estaban negociando la entrega. Después, eso no lo escuché, pero fue lo que sucedió, deben haber negociado que Gordon fuera quien nos liberara.
-¿Quién era la otra persona?
-Nunca lo supe. A la mañana nos levantaron, nos sacaron las esposas y nos devolvieron la ropa.
-¿Cómo fue la liberación?
-Gordon se paró delante mío y me dijo: ‘Bueno, pibe, vas a vivir. Yo te voy a sacar la venda de los ojos (serían las 10 de la mañana) pero tardá en abrirlos porque te puede hacer daño. Tengo una tijera y te voy a hacer otros bigotes’. Me cortó los bigotes como nazi, claro, me iban a traer en el Falcon a la vista y me hacían eso para que quedara como un milico más. Porque yo tenía los bigotes largos: yo era yo. Y ellos querían que pareciera un milico.
-¿Usted dijo algo?
-Ahí cometí un error, una cosa terrible dije. A veces podés tener toda la razón y podés perder la vida por idiota. Él me preguntó: ‘¿Qué te vas a acordar de acá?’. Y yo dije: ‘Que el agua es salada’. Y se hizo un silencio. Hasta que uno dijo: ‘Che, el Salado tiene 300 kilómetros’. Claro, no lo pensé, pero por ese dato que yo daba ellos podían creer que podía inferirse mi ubicación, donde me habían tenido. ¡Mirá la estupidez que dije!
-Pero lo liberaron.
-Sí, me subieron al coche y me trajeron los 500 kilómetros. Estaba claro que la policía estaba informada, sabía que eran ellos los que pasaban. Nos dejaron en Libertador, en la bajada de la Lugones, en el paso de la provincia a Capital. Había un puesto de la policía y me dijeron que diga que éramos nosotros y cuando lo hiciéramos íbamos a ver ‘el bodrio’ que se armaba y me pidió que le mandara saludos a un coronel de su parte. “Decile al coronel que nosotros somos amigos”. Y se fue.
-Durante su desaparición Nilda Garré y otros políticos fueron a los medios, ¿fue eso lo que le salvo la vida?
-No. Es duro porque a veces la bondad se cruza con... A mí me salvaba la vida si el habeas corpus lo firmaba Ángel Federico Robledo. Pero si lo firmaba Nilda Garré de Abal Medina, por más generosa que fuera ella al hacerlo, los tipos me dieron picana una hora más. Eso a mí me dolió porque si el tipo va preso vos tenés que hacerlo defender por el cardenal de turno... El embajador de los Estados Unidos tendría que haber firmado mi habeas corpus, no Garré. Si ellos estaban tan al borde de estar prófugos como yo, de qué me ayudaban. Ellos creían que esto tenía que ser parte de la rebeldía política.
El después
“Cuando salí, estaban en el living de mi casa esperándome Conte Mac Donell, Carlos Saullero... todo lo que era mi mundo progresista en serio de esa época, después se va a llenar de alcahuetes, de Verbitsky, de un montón de todo tipo... En ese momento vino Nilda Garré a decirme que Saadi quería que yo firme que me habían secuestrado por ser de Intransigencia y Movilización. Yo me negué. ‘A mí me secuestraron por ser argentino. Acá no secuestran por ser de izquierda, acá secuestran por ser patriota’, le dije”, recuerda.
-¿Cuál fue la reacción de Garré?
-Se fue y después volvió y me dijo que el viejo Saadi exigía que lo hiciera. Yo le respondí que el jefe no era él, Saadi para mí siempre estuvo más cerca del delito que de... Evita lo puso preso... Yo no lo quería... siempre fue un personaje oscuro. Muy oscuro. Él tenía un arreglo con los militares.
-¿Quién era el jefe?
-Políticamente era yo, pero supuestamente el cerebro era él...
-¿También Pérez Esquivel bregó por su liberación?
-Sí, pero Pérez Esquivel nunca entendió... es una buena persona, pero nunca entendió la conflictividad.
-¿Cuál era?
-Yo quería dejar en claro que a mí me habían secuestrado sin tener nada que ver con la guerrilla. Eso para mí era liminar, porque no tenía nada que ver y lo otro justifica mi prisión.
-¿Justificaba?
-No para nosotros, pero sí para ellos. Yo me peleé ahí con todo el sector porque yo decía que me habían secuestrado por ser argentino, no por ser revolucionario. Eso era distinto. Si no limitábamos la discusión a la política y dejábamos libre a la sociedad... Estaban jorobando a los argentinos, no a los revolucionarios. Eso fue lo que terminaron haciendo los Kirchner después: “los Derechos Humanos son de La Cámpora”, entonces la sociedad se corre... Y los Derechos Humanos los había instalado Alfonsín al medio de la sociedad, el kirchnerismo se los lleva como propiedad de ellos. Si no sos de ellos, sos negacionista. En definitiva, las cosas valen si son propiedad de la sociedad. Yo soy peronista, pero creo que Alfonsín fue el mejor presidente de la democracia.
-¿Ese pensamiento le costó muchas amistades en su círculo?
-No, Nilda Garré y Vicente Saadi. Nunca más me vi con ellos ni hice más política con ellos. Después, lentamente me fui acercando a Ítalo Argentino Luder. Pero yo en esencia creo que la guerrilla no es de izquierda, porque la violencia no tiene ideología. Los Montoneros ingresaron al peronismo asesinando a Aramburu y fueron expulsados cuando asesinaron a Rucci, pero su vida es entre dos asesinatos. No tienen un pensador, no hay un Mujica ni un Huidobro... Yo soy un tipo que está muy enojado porque la guerrilla fue un error histórico. Fue el mal de Guevara en el continente, la enfermedad del guevarismo que trajo miles de muertos y no trajo ningún logro en el continente. Perón no quería ni a Castro ni a Guevara. Cuando era Secretario General de Intransigencia insistía mucho con un tema: los montos no pueden entrar, si entran es mancha venenosa, perdimos frente a la sociedad y frente a los milicos. La guerrilla es yeta.
-¿Qué pasó con Aníbal Gordon? ¿Lo volvió a ver?
-Nooo. Al mes y medio me llamó Patricio Kelly y me pidió que declaramos juntos contra Aníbal Gordon porque él nos había llevado a los dos. ‘Ni loco. Vos tenés atrás a la embajada de Estados Unidos, yo tengo a mi suegra’, le respondí. A mí no me interesa lo de Aníbal Gordon, creo que a mí me llevó el sistema. Patricio era duro, valiente.
-¿A raíz de lo que vivió en algún momento pensó alejarse de la política?
-No, es como el divorciado que dice no voy a tocar más una mujer. Eso es mentira.
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