Expresidentes locuaces, una plaga muy tóxica
Alberto Fernández y, especialmente, Cristina Kirchner interfieren con la nueva gestión, sin ninguna autocrítica de lo que hicieron ellos antes
El peronismo, en sus infinitas variantes (que incluyen, por cierto, a su inquilino/okupa más persistente, el kircherismo) no suele practicar la autocrítica públicamente. Pero en los últimos días se han producido una seguidilla de asombrosos sincericidios por parte de algunos de sus dirigentes más importantes. Lamentablemente, esa franqueza brutal aún no se ha hecho carne, ni por asomo, en los dos últimos expresidentes de esa facción. Por el contrario, están lanzados a una crítica furiosa e ininterrumpida sobre la gestión actual. Por supuesto, no examinaron antes, de cara a la opinión pública, los garrafales errores en que incurrieron cuando estuvieron en lo más alto del poder hasta hace poco más de cinco meses, lo que les valió perder por tan amplio margen el balotaje de noviembre.
En cambio, sorprendió que Máximo Kirchner –muy vapuleado en la semana que pasó, entre otros, por Aníbal Fernández y Juanchi Zavaleta– saliera a desmarcarse tan fuerte de su propia madre al encontrarle algún tipo de mérito al triunfo de Javier Milei, al ser entrevistado en la plataforma digital Gelatina.
Dijo que Milei “tiene una condición más plebeya y popular que el macrismo”. También calificó de “fantástico, en términos de construcción política y militancia” cómo llegó a presidente, contando con tan poco. Y atribuyó ese resultado a “una correcta lectura del contexto y de la sociedad”. ¿Qué pensará su progenitora?
Desde el sábado 27 de abril, día en que recuperó su presencialidad masiva luego de varios meses de tan solo expresarse por sus redes sociales, Cristina Kirchner no abandona el primer plano y ataca al Gobierno sistemáticamente, al punto de incurrir una vez más en la banal comparación con la dictadura militar, entre otras graves acusaciones. O hacer comentarios insidiosos, por TikTok, ante universitarios de La Plata, sobre los potenciales votos que el oficialismo procura sumar para que salga a su favor en el Senado la demoradísima Ley Bases.
Menos dañino y más ingenuo, por su parte, Alberto Fernández no cesa de publicar tablas comparativas de lo bien que estábamos cuando él mandaba y lo mal que la pasamos ahora que gobierna Milei. Pero en su caso, viene con bonus track: su inefable vocera, Gabriela Cerruti, salió a pegarle al 8,8% de inflación en abril (4 décimas más que en el mismo mes del año anterior, aunque entonces con la mayoría de las variables económicas pisadas).
No son comportamientos usuales en el mundo los de estos dos expresidentes. Quien se aleja del poder suele mantener un silencio prudente para no interferir en los siempre difíciles primeros meses de un nuevo mandatario.
Un político que pasó por la primera magistratura del país ya no vuelve al llano de la misma manera que antes. Queda con un aura muy especial y su voz tiene un peso mayor. No por casualidad, en muchos países se los sigue llamando “presidente”, como si esa condición no la perdieran aún tras el fin de sus mandatos. No pocos de ellos se convierten en verdaderos estadistas y, por eso, son constantemente convocados para realzar cumbres internacionales y hasta para ocupar cargos en organismos mundiales.
En los Estados Unidos suelen crear sus propias bibliotecas y fundaciones; ganan fortunas escribiendo sus memorias y hasta pueden recibir premios tan importantes como el Nobel de la Paz (como Jimmy Carter, muchos años después de terminado su único mandato, o Barack Obama, que lo recibió al comienzo de sus dos gestiones). No es nada común que opinen sobre sus sucesores. La tradición es que el presidente saliente le deje al que entra una carta sobre el escritorio del Salón Oval de la Casa Blanca y a continuación sella su boca.
Obviamente, todo este tipo de gentilezas fueron dejadas de lado por Donald Trump que no solo disparó amenazantes sospechas sobre los resultados que dieron el triunfo a Joe Biden, sino que por su prédica feroz, algunos de sus seguidores más fanatizados asaltaron el Capitolio, en enero de 2021. En los últimos meses, al convertirse nuevamente en un competidor peligroso para Biden, recrudecieron sus ácidos comentarios sobre la actual administración. No obstante, en estos días, tanto Biden como Trump se pusieron de acuerdo para debatir con reglas propias por CNN y ABC, en junio y en septiembre, puenteando a la oficial Comisión de Debates Presidenciales.
Ahora bien, Cristina Kirchner, que se sepa, no es candidata a nada. Mucho menos, Alberto Fernández.
Entonces, ¿por qué fastidian tanto con constantes mensajes de vuelo tan bajo? Si la mayoría de la sociedad los repudió contundentemente en las urnas, ¿no deberían estar todavía revisando en qué se equivocaron?
El presidente actual también debería respetar más su alta investidura. Siendo la voz principal del Estado argentino no debería involucrarse con una convención de ultraderechistas en España.