Gianni Agnelli: el hombre que lo tuvo todo
El periodista italiano acaba de publicar en su país II Signor Fiat , un retrato íntimo del capitán de la industria automovilística fallecido en enero último. Representante de la pujanza italiana de posguerra, Agnelli era también un mito viviente y símbolo de toda una época
Nadie puede decir lo que es un hombre. Miles de impresiones se superponen y esfuman. Anoto los detalles: líneas decididas, cabellos ondulados y blancos, también manchas grises, algunas pecas; aún no es un retrato. Hay en todos ellos algo de Gianni Agnelli, que tenía dos caras: no porque fuera necesariamente ambiguo, como siempre se ha dicho, sino porque quizá fuera prudente; una, vuelta al pasado y la otra, mirando al futuro.
"Es el primer industrial de Europa", afirmaba Newsweek, mientras en su país, Italia, la economía atravesaba una crisis dramática. La leyenda lo circundaba: exaltaban hasta su virilidad y cuando ya tenía cincuenta y cinco años un viejo sabio le dijo: "Atraviesas un momento curioso; si una muchacha te dice que sí, te atemoriza y si te dice que no, te duele". Era el momento de la disipación, y en esa época confesaba: "Me gusta el viento porque no se puede comprar". Su gran enemigo era el aburrimiento y lo afrontaba con una actividad y un frenesí casi obsesivos.
Tenía las cualidades requeridas: "El ojo que ve más allá, la vasta experiencia internacional, una amplia visión de los acontecimientos y una honesta confusión de ideas. Listo a sacrificar, quizás al Progreso Imparable, esas pequeñas libertades de opinión que en la sociedad moderna tienen tan poca importancia".
Existieron tres italianos de exportación: Federico Fellini, Enzo Ferrari y Gianni Agnelli. Para la gente, Agnelli era simplemente "el Abogado". La fórmula de las secretarias y de los dirigentes de Fiat fue transmitida a toda la nación, que la recibió con el mismo respeto. Décadas atrás se realizó una encuesta: noventa y nueve por ciento de los ciudadanos sabía quién era el Papa; todos conocían a "Gianni".
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Un psicólogo explicaba: "Se convirtió en un símbolo: el varón objeto por excelencia". Se vendían remeras estampadas con su imagen que, según Paris Match, sugerían "la efigie de un condotiero". Life había vislumbrado ya detrás de él "la fisonomía de Julio César" mientras que el enviado de un importante diario se limitaba a reconocerle "un perfil de centurión romano". "Cuando uno es millonario -afirmaba Fortebraccio- a uno le falta siempre poquísimo para ser un genio". Pero el columnista del diario Unitˆ no representa la opinión de los comunistas ni la de los adversarios. El atractivo que ejercía Agnelli no se podía negar; lo advertía, alarmado, hasta el secretario de los mecánicos metalúrgicos. "Existe el riesgo -afirmaba Giorgio Benvenuto- de que la fascinación por esa imagen de persona que va derecho a los problemas, que odia las complicaciones y sabe manejar el poder termine por convencer a a los sindicalistas."
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Le pregunté en su momento a Federico Fellini por qué Agnelli tenía éxito, por qué razón se estaba convirtiendo en una leyenda en vida. "Gusta -me respondió- como gusta un actor. Es un triunfador. Basta ponerle un yelmo en la cabeza y subirlo a un caballo. Tiene la cara del rey."
La opinión de Enzo Ferrari era aún más determinante: "No se lo encuentra desprevenido en ningún tema. Cuando se habla con él una pregunta sigue a la otra, como una metralleta. Tiene mucha curiosidad. Es prisionero de su notoriedad..."
Su mujer, Marella, aseguraba: "Hubo un momento para John Kennedy; ahora es el de él". Le solicité años atrás su opinión a Eugenio Cefis, a quien muchos consideran su más fuerte rival: "Indudablemente tiene un enorme peso específico. Agnelli hay uno solo en Italia y pienso que Italia hace bien en valorarlo porque es una figura de prestigio hasta fuera de las fronteras. Más allá de sus modales, su ascendente y su cultura no tienen nada de superficial".
Siempre hubo en Turín una familia que era importante para los italianos y que tenía peso en las decisiones importantes. Antes se llamaba Saboya; ahora se llama Agnelli. A los Agnelli las circunstancias los favorecían: administraban su empresa mucho mejor que al país los políticos. "El último señor de Italia", así definió Stern a Agnelli III. Quizá valga la pena intentar un informe sobre este "patrón", que era responsable directo del salario de uno de cada cuarenta operarios, de la tercera industria automovilística del mundo, que telefoneaba en cualquier momento a Kissinger o a la CIA, que estaba entre los diez caballeros mejor vestidos del mundo y ocupaba en Italia el primer puesto entre los ricos, que encantaba tanto a las señoras como a los banqueros. "Desde el punto de vista social -declaraba un poco enfáticamente el financiero André Meyer- es el interlocutor más fascinante que jamás conocí". Esto no sería un mérito ya que "el charme innato -como afirma una refinada escritora- no se conquista". Sí la consideración y el respeto, que no se heredan y hay que ganárselo. El abuelo de Gianni Agnelli, senador, lo había previsto y le decía al desenfrenado muchachito: "Audaz del diablo, un día te meterás a todos en el bolsillo". Y las cosas fueron más o menos así.
El Abogado nació el 12 de marzo de 1921 en Turín. Fue el primer varón en alegrar la casa familiar. Ya había llegado Clara y luego vendrían Susanna, apodada Suni, y luego otros cuatro niños. Al heredero se le impuso el nombre de su abuelo, pero para distinguirlo será Giovanni sólo en los documentos. Para todos será Gianni. Su signo era Piscis y según una astróloga que se tomó el trabajo de hacerle el horóscopo éste determinaría un temperamento dominado por "la intuición y el anticonformismo y por un terco gusto por la polémica".
Los padres de este niño, destinado a dar que hablar son: Eduardo, abogado y vicepresidente de Fiat, y una joven de desbordante personalidad, Virginia Bourbon del Monte, hija del príncipe San Faustino y de una norteamericana, Jane Campbell.
El abogado Eduardo tenía aspecto de gentleman inglés, muy elegante, a menudo metido en escaramuzas amorosas. Había quien también en esto encontraba afinidades entre John F. Kennedy y Gianni Agnelli: a sus espaldas un Joseph o un Eduardo con tendencias libertinas, una gran fortuna económica, una madre despreocupada, siempre embarazada, una educación católica que da ante el pecado infaltables castigos, una visión terrible, un deseo exagerado por todo lo que puede procurar placer. Los pequeños Agnelli, mientras tanto, eran confiados a las nodrizas, camareras, institutrices. Aprendían rápido las lenguas extranjeras, frecuentaban a otro jóvenes del ambiente aristocrático.
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Eran tiempos de grandes acontecimientos: los Estados Unidos de Franklin D. Roosevelt avanzaban, estaba el "New Deal" y los recolectores golondrina de fruta de las novelas de John Steinbeck. Finalizado el prohibicionismo cambiaba el estilo de los negocios. Al Capone terminaba en la cárcel. Desaparecía la Alemania de Hindenburg y en el puesto del mariscal subía al poder el cabo Adolf Hitler. En Inglaterra un rey renunciaba al trono para casarse con una divorciada. Las "estrellas" del momento eran Greta Garbo y Marlene Dietrich. Mussolini trillaba el grano en tierras que alguna vez fueron pantanos. Italo Balbo, para celebrar la década del fascismo, organizaba un espectacular crucero aéreo.
Turín tenía todavía ciertos aspectos descriptos por Edmundo De Amicis: "Un poco anticuada, provincial". Pero bajo esa apariencia digna y crepuscular se movían las grandes fuerzas del trabajo, cada vez se sentía más fuerte la aspiración de resolver el problema del "poder obrero".
Muchos acontecimientos ocurrían en el campo del automóvil: Vogue por primera vez ponía un auto en su tapa, André Citro‘n lanzaba la máquina con tracción anterior, pero su industria estaba en la ruina. Aparecían en las calles el Austin de cinco caballos de fuerza y la Panhard deportiva. Los progresistas de la Fiat tenían listo un pequeño utilitario que se convertiría para todos en el "Topolino". Era el sueño de los aspirantes pobres a convertirse en automovilistas.
Hitler y Mussolini
"Gianni era un niño vivaz -dice su hermana Clara-, se llevaba bien sólo con sus amigos, en particular con Ludovico Grisi, nieto del príncipe Chigi, con el que estudiaba. Andaban juntos en bicicleta, jugaban a la pelota en el patio. Los domingos eran horribles y Gianni se lamentaba por ello.
"Si había visitas ilustres no nos presentaban. A Mussolini lo vi en el balcón y en una recepción en el Palacio Madama, cuando vino Hitler. Recibían a Umberto y María José que consideraban encantadora, pero cerrada, fría. El, en cambio, era muy atento, fino. Se advertía que había recibido educación de rey.
Miss Parker, la institutriz inglesa, repetía a los niños que le habían confiado, con insistencia obsesiva, una frase que era una advertencia: "Recuerda que eres un Agnelli". Le pregunté al Abogado: "Y si se llamara Giovanni Rossi, nacido en Turín en 1921, de origen pequeño burgués, ¿cómo se hubiera manejado?".
"Quién sabe -respondió-. Suponiendo que mi familia disponía de recursos para hacerme estudiar, primero habría sido soldado y después me habría esforzado para lograr cierta posición económica. Pero una vez lograda cierta libertad no me habría convertido en un hombre de negocios ni habría hecho vida política. Una casa editora, ésa es la actividad que me gustaría, o tener un canal de televisión. Me interesa más un diario que una planta siderúrgica".
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Años después la plaza de Beaulieu era frecuentada por una alegre pandilla: Rainiero de Mónaco, el actor Errol Flynn,Alí Khan, Baby Pignatari que en el Who´s who brasileño, ante la palabra hobby, responde: mujeres. Son personas con poca tendencia a los encuentros platónicos y en general caen en los brazos de señoras multimillonarias, famosas o disponibles para nuevas experiencias. Defienden su epicureísmo, la inmensa disposición a recomenzar siempre de nuevo. Son los notables que despiertan las habladurías, las envidias y las diversiones de las playas internacionales, del club de golf y de náutica, de los campos de polo, de los casinos. Son los intérpretes de la leyenda dorada. Los devora la necesidad de actuar rápido, de llenar, con mucho fracaso, el silencio de la soledad.
Es el período que alguien de la familia define como "de las rubias". Gianni tiene una predilección por el tipo "Anita Ekberg". Es necesario reconocer que no está mal orientado: basta con recordar las imágenes fellinescas de ella inmersa y triunfante en la Fontana di Trevi que sugería la idea de opulencia y evocaba el regocijo. Anita Ekberg, en una discreta confesión recogida en las rotativas, añoraba "el gran amor que llega una sola vez y deja su marca para siempre". El "era casado, con hijos, una personalidad muy conocida en todo el mundo. No, no del cine, ni de la política, digamos que de la industria. Yo terminé por un detalle, por un estúpido empecinamiento de orgullo, pero el sentimiento aún perdura."
Luego existieron las "morenas" siempre ligadas, de algún modo, al espectáculo, y también aparecieron en los comentarios malicosos algunos grandes nombres: Sarah Churchill -hija de Winston- sobre la que se habla, considerando su rango, de una relación que involucraba también la inteligencia.
Traducción: María Elena Rey
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