La olla y la verdad impopulares
Más allá de las lecturas e interpretaciones que las personas hagan de los hechos, en el fondo, éstos hablan por sí mismos. Tanto es así que una de las ideas-fuerza más vigorizantes de la humanidad es la que sostiene la inevitabilidad de la verdad. Que ésta “siempre salga a la luz” ha sido espada para algunos, escudo para otros y consuelo para muchos.
Para los negadores de la realidad, en cambio, siempre habrá, discursivamente, argumentos que posibiliten hacer caso omiso de aquello que deciden de antemano ignorar. Aunque hiera la inteligencia y la buena fe, siempre se puede decir mentiroso a quien dice la verdad. La acusación en espejo ha sido un recurso útil a mano de los cínicos y los hipócritas, en especial aquellos con suficientes jugos gástricos como para digerir la dura piedra de lo real.
La negación es también una de las etapas comunes de cualquier enfermedad grave. Quizás eso explica por qué aplica contra denuncias, imputaciones y condenas penales. Vale también para descreer de las responsabilidades personales de quienes se han cansado de hacernos responsables (en espejo) de la falta de trabajo, de las desigualdades, de la pobreza, de la inflación y de todo lo malo hasta, vaya casualidad, reprocharnos la inutilidad del Derecho Penal (que sólo beneficia a ellos).
Pero seguramente es más fácil sostener el autoengaño o mentir abiertamente cuando las filas de “compañeros de viaje” rebosan de confianza, que cuando los hechos interpelan a los dichos y ponen en evidencia la esquizofrenia selectiva de los negadores. Hoy se destapó la olla (¿popular?) de los cientos de miles de millones de pesos en “planes” y alimentos que el Estado, cooperativas y comedores dependientes de organizaciones sociales que, además, formaban parte de partidos políticos, diluyeron sin misterio, con precisión contable y meticulosa obsesión, en su favor y en perjuicio de los sectores más vulnerables; pero con el retorcido giro de sospecharse que no sólo se alteraba su destino, sino que, además, la propia ayuda fue transformada en “vehículo coactivo” para demandar a las víctimas “exigencias coactivas y extorsivas”, desde sumas de dinero hasta la participación en marchas y cortes. Todo indica que existió un plexo normativo sui generis puertas adentro del entramado, incluidas sanciones y multas a los desertores o incumplidores, como corresponde.
Les creímos algunas cosas, confiados en que nadie podía ser tan cínico y perverso como para manipular a sus conciudadanos partiendo de temas tan sensibles y preocupantes. Nos volvimos a equivocar. La razón de tamaña ofensa popular se explica por la vivencia súper de sus ejecutores y la supervivencia de sus rehenes. En ese contexto la verdad vuelva a aparecer, aquí para mostrar que es uno de los motores más potentes para hacer funcionar dos de los mayores tesoros de las personas: la valentía y la dignidad. Nada ni nadie, por mayor fuerza, terror o miseria que imponga, puede superar al sujeto individual conocedor de la verdad, consciente de su valor intrínseco y dispuesto a enfrentar, aun sin éxito, las amenazas que se le profieran.
Quizás sea hora de no dejarse engañar por eslóganes y declaraciones de principios, y atenernos a la evidencia con la que nos chocamos una y mil veces. Los sentidos no nos engañan, el que lo hace es el hombre. Evidentemente no todos son lo que dicen ser: los dirigentes de las organizaciones sociales ¿tienen el foco puesto en el altruismo y la alteridad, o simplemente han devenido gerenciadores de la pobreza ajena en beneficio propio?; los referentes sindicales, ¿buscan, a cómo dé lugar, proteger a los trabajadores y nada más, u operan a la vera del tablero político (y de la república y la democracia) de acuerdo con los intereses consensuados de antemano en el “tetris” de las concesiones mutuas?; los líderes de las agrupaciones militantes, ¿dicen lo que creen, creen lo que dicen, creen en verdad en lo que dicen que creen…?
Parece que, de golpe, en el afán de petrificar sus prebendas, todos han tropezado en la calle y en su caída han perdido la careta. El valor que han demostrado ignotos ciudadanos en clara situación de vulnerabilidad para visibilizar este hecho y cortar un círculo vicioso, organizado y funcional, de larga data, para vampirizar sus vidas y su libertad, nos convoca a los integrantes del Poder Judicial a que nos preguntemos si estamos a la altura de las necesidades de una sociedad que clama por justicia una vez más.