Una transformación cada día más urgente
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La Carta de las Naciones Unidas cumplirá 80 años en 2025 y el organismo que fue creado para atender las variaciones del orden internacional y actuar en circunstancias de máxima tensión y mínimo acuerdo parece desbordado en la misión primordial de paz y seguridad. Al final del primer cuarto del siglo XXI, los Estados miembros se encuentra ante el dilema de inaugurar una fase transformadora de diplomacia multilateral adoptando las reformas estructurales que permitan afrontar los desafíos económicos y políticos del momento o sufrir los efectos de una institución que ya no representa los equilibrios de poder del mundo actual.
Desde esa perspectiva es hora de debatir la mejor forma de reencauzar a las Naciones Unidas. El tiempo transcurrido muestra que ha cuadruplicado su membrecía (de 51 integrantes originales a 193) y multiplicado por 20 las agencias afiliadas conocidas como programas, fondos y organismos especializados. También ha llegado el momento de ordenar los métodos de trabajo para que las decisiones se reposicionen en un escenario internacional que reclamas cambios profundos. Es urgente aligerar el sistema multilateral, hacerlo más eficaz y sobre todo más relevante.
Es central en ese proceso una revisión del papel y las prioridades de la Asamblea General de las Naciones Unidas, y en particular encarar la reforma el Consejo de Seguridad de la ONU (CSNU), que es el único órgano con la responsabilidad cardinal para adoptar decisiones obligatorias en cuestiones que hacen a la paz y las seguridades internacionales. Desde 1945 el CSNU solo ha experimentado una modificación de las normas de procedimiento y una expansión de su integración pasando de once a quince escaños no permanentes (enmiendas a los artículos 23, 27,61 y 109 de la Carta aprobado por la AGNU en 1963).
La realidad actual muestra que el derecho al veto de los 5 miembros permanentes (Estados Unidos, China, Francia, Reino Unido y Rusia) es el factor principal que contribuye a su disfuncionalidad y a la parálisis del CSNU. Tampoco la actual representatividad geográfica no permanente es adecuada y representativa. Es necesario una nueva ampliación en la categoría de miembros no permanentes de hasta un número que le permita asegurar la ejecutividad en el desempeño del CSUN con el correspondiente equilibrio regional. Ya no hay lugar para el privilegio de bancas permanentes y menos aún con derecho a veto.
La inacción diplomática para encarar esa reforma podría seguir debilitando la credibilidad y confianza en el sistema multilateral con el riesgo de acelerar la fragmentación de las diluidas agendas temáticas. El desencanto ha llevado a que otras agrupaciones informales como los grupos “G” hayan ido ocupando espacios cada día más significativos en materia de gobernanza global, como el G 7 (países industrializados occidentales) y el G 20 (países industrializados y emergentes).
Es probable que hasta que Estados Unidos y China decidan asumir mayor centralidad como fenómeno de interdependencia bilateral y multilateral, el sistema de las Naciones Unidas siga atascado en el statu quo. Es de esperar que en algún momento el G 2 reconozca la importancia de encarar el rediseño de una arquitectura multilateral acorde con las transformaciones y los equilibrios de poder que va planteando el siglo XXI.
La próxima elección del secretario general de las Naciones Unidas podría ser la ventana de oportunidad para salir del impasse diplomático e incentivar un proceso que dé vitalidad a la ONU, revise las agendas multilaterales y, a la vez, sea capaz de abordar con determinación los variados desafíos a la paz y a la seguridad internacional. En la transición y para salvaguardar los beneficios del multilateralismo sería recomendable un mayor esfuerzo diplomático colectivo para seguir manteniendo los principios fundacionales de la Carta de las Naciones Unidas.