
Área natural protegida de la provincial de entre Ríos, los bancos de Caraballo son refugio para aves migratorias y una excursión imperdible por el río Uruguay.
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En el último tramo del río Uruguay, donde comienza a ensanchar su curso antes de cruzarse con el Paraná, entre selvas y arenales que podrían estar a miles de kilómetros de la civilización pero están ahí nomás del puerto de Colón (punto de partida de las lanchas, al igual que el pueblo de Liebig y el balneario San José), surge una extensión de arena virgen de unos 1.500 metros de largo y unos 300 de ancho. En poco menos de una hora de navegación se llega a esta insólita playita en medio de río.

El Arenal del Caraballo, área natural protegida por la provincia de Entre Ríos, es el lugar que eligen todos los años los rayadores (los llaman así porque, cuando pescan, van con el pico abierto rayando el agua) para reproducirse y criar sus pichones en nidos minúsculos a ras del suelo.


Estas aves (monitoreadas de cerca por la Agrupación Black Skimmer, que demarca sus sitios de anidamiento con estacas protectoras) comparten territorio con el chorlito de collar, el gaviotín, el jote, la garza mora y blanca, el chimango y el chinchirrín, un pajarito corredor tan veloz que casi no se deja ver y cuya presencia se detecta por las huellas diminutas que va dejando.
Un pequeño monte de mataojos y laureles, agreste manchón verde en la inmensidad dorada, es el único refugio cuando el sol pega fuerte: es imprescindible llevar sombrilla para pasar el día (el sitio es ideal para improvisar una picada con quesos y fiambres en alguna playita escondida o al borde de un arroyo), y carpa si se quiere hacer noche. En cualquier caso, se recomienda protección solar de todo tipo y evitar las horas del mediodía en verano.

Las reglas de convivencia son pocas: pisar despacito y disfrutar del espléndido silencio, sólo interrumpido por los chiflidos de las garzas moras, que también abundan.