El notable atleta cubano, hoy con 55 años, amigo de Maradona y de Fidel, marcó una era y sigue siendo invencible en el salto en alto
¿Qué sucede cuando se salta por arriba de un arco de fútbol? Sí, completo, por arriba del travesaño, sin tocar nada y sólo con el impulso de las propias piernas. Más aún cuando 35 años parecen demostrar que es algo imposible para cualquier otro ser humano. Que esa osadía de elevarse 2,45 metros contra la fuerza de gravedad terrestre, es irrepetible. Cuando eso sucede alcanza para convertirse en una leyenda viviente del atletismo. O en su sinónimo, Javier Sotomayor.
Pero debajo de esa altura, que se eleva como homenaje en el jardín del Museo Olímpico de Lausana, pasó una vida. Desde una isla que enarbola el deporte como estandarte, dominó una disciplina saltando más de 300 veces arriba de 2,30 metros, fundó una orquesta de salsa, tuvo dos controversiales dopings positivos (y más de 300 negativos), fue amigo de Diego Armando Maradona y de Fidel Castro, y uno de sus mayores deseos es que su hijo lo supere...y no lo supere. Es que no hay historias de vida sin contradicciones, y esta es la de Javier Sotomayor Sanabria, “El Tigre de Limonar”.
Nació en la ciudad de Limonar, en la provincia cubana de Matanzas. Y el apodo se forma no sólo con su origen, sino con su temperamento para competir. No era el único que saltaba alto en los entrenamientos, pero en las competencias tenía un instinto diferente al resto. A los 10 años descubrieron sus condiciones y lo reclutaron en la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar. Ya a esa edad estaba lejos de su casa. “Si te gusta, no te importa el sacrificio”, responde Javier.
Aunque al principio se mostraba un poco temeroso del salto y prefería las pruebas de velocidad, se fue reconciliando con la disciplina y disfrutando su facilidad para elevarse. A los 14 años ya saltaba arriba de los dos metros de altura. No sólo le valió para ser una gran promesa, sino también para recibir una beca de estudio en la Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético.
"Ya brillaba en el atletismo, pero en mi casa también se iba la corriente como en cualquier otra. Tardé muchísimo en tener auto y cuando lo tuve, no tenía dónde llenarlo de combustible. Mi único privilegio era que podía viajar y llevarme cosas a Cuba."
Javier Sotomayor, recordman de salto en alto
Por esa época, aún había momentos en que sufría los entrenamientos y las ganas desaparecían. Cuenta que era su abuelo el que lo apoyaba a seguir, a continuar buscando más arriba. Así fue que a los 16 años estableció el récord del mundo Sub 18 (aún vigente, y también tiene los 3 mejores registros históricos de esta categoría), al saltar 2,33 metros. “Esa marca, a esa edad, creo que es lo más difícil que he logrado”, reconoce Sotomayor, incluso más que su récord del mundo de mayores. Y agrega que saltando 2,33m a los 16, “con eso se puede soñar”.
Y avanzó en su sueño. A los 17 fue subcampeón en el mundial de pista cubierta de mayores en París, a los 18 el mejor en el primer campeonato mundial junior, en Atenas, y a los 19 campeón panamericano en Indianápolis. Ya brillaba en el mundo del atletismo, “pero en mi casa también se iba la corriente como en cualquier otra. Tardé muchísimo en tener carro y cuando lo tuve, no tenía dónde llenarlo de combustible. Mi único privilegio era que podía viajar y llevarme cosas a Cuba”.
Así fue que a los 20 años pudo llevar a su isla algo que sólo habían logrado cuatro cubanos antes: un récord mundial absoluto de atletismo. En Salamanca, su lugar mágico en el globo, el 8 de septiembre de 1988 se elevó hasta los 2,43m para destronar la marca del sueco Patrik Sjöberg y ubicarse a una altura sólo superable por él mismo.
Era el año de los Juegos Olímpicos de Seúl, los de Ben Johnson y Florence Griffith-Joyner. Pero Cuba, junto a países como Etiopía y Nicaragua, se sumaron al boicot propuesto por la vecina Corea del Norte. Ahora que ningún humano había saltado tan alto como él, se perdía la mayor cita de su disciplina, a lo cual aseguró que “no me frustró, era algo que cualquier cubano entendía perfectamente”.
Y parece que no lo afectó en lo más mínimo a nivel deportivo, ya que al año siguiente se proclamó campeón del mundo de pista cubierta con récord absoluto: 2,43 metros en Budapest, Hungría. Y elevó el récord al aire libre a 2,44 metros en San Juan de Puerto Rico. Pero al año siguiente todo cambió.
Falleció su entrenador, amigo y mentor, José Godoy, alias “El Viejo”, quien para Javier “fue como un padre”. Y, casualidad o no, se lesiona. Fue, 1990, un año para el olvido. Pero se levantó, empezó a entrenar con Guillermo de la Torre y en 1991 logró el bronce en el Mundial de pista cubierta, plata en el Mundial al aire libre y oro en los Panamericanos. Estaba tomando impulso para llegar a lo más alto de su carrera en su primer Juego Olímpico.
Barcelona 1992. La voz de Freddie Mercury hacía muy poco se había ido del planeta, pero dejaba el himno de estos Juegos, que grabaron también el recuerdo de una flecha encendida surcando el cielo del estadio olímpico para encender el pebetero.
“Nunca estuve más nervioso en toda mi carrera”, admitiría luego de la competencia Javier. Todo el peso del candidato estaba sobre él. La medalla de plata sería una derrota, la de bronce una deshonra. Sólo ganando podía estar a la altura de su destino.
"Más que saltar, lo que me apasiona es competir. Prefería ganar con un mal salto que quedar segundo con uno bueno. Me convertí en campeón olímpico con una mala marca, y me encantó! No le pedí perdón a nadie por eso."
Javier Sotomayor
Además, su país llegaba en estado de gracia deportiva. Nunca Cuba tuvo tantos campeones olímpicos como en Barcelona ‘92. ¿Qué podía hacer ese chico que a los 16 años ya saltaba lo suficiente para soñar más alto que nadie? Sotomayor saltó de un solo intento 2,34 m, diez centímetros por debajo de su récord. Y nada más.
Sjöberg, Forsyth, Partika, Conway, todos ellos también superaron esa marca. Pero ninguno pudo hacerlo en el primer intento, y eso en el salto en alto, cuenta. Javier se llevó el oro con una marca que muchos consideraban mediocre para su nivel. Muchos que pensaba que la mayor pasión de Sotomayor era saltar, pero se equivocaban.
“No, a mí, más que saltar, lo que me apasiona es competir”, afirma Javier marcando la diferencia. Y lo deja más claro aún: “Prefería ganar con un mal salto que quedar segundo con uno bueno. Me convertí en campeón olímpico con una mala marca, y me encantó! No le pedí perdón a nadie por eso”.
La vuelta al lugar mágico: Salamanca
Pero lo cierto es que las marcas se habían estancado y la medalla la había logrado casi con el mismo salto que ya hacía a los 16 años. Así fue que en 1993 volvió a Salamanca, su lugar mágico en el globo, donde por primera vez había saltado más alto que la historia.
La tarde del 27 de julio hacía calor y no soplaba viento. El listón se puso a 2,23m y Javier lo pasó de un intento. Subió a 2,32m y sólo necesitó otro salto. Luego fue en 2,38m (ya por arriba de su medalla olímpica) y lo superó limpio de una vez para quedar solo en la competencia. Entonces, Javier Sotomayor se acerca a los jueces y le pide 2,45 metros, más alto de lo que nunca se había elevado nadie. Toma carrera, despega y falla. Su cuerpo en la colchoneta y el listón en el suelo.
Se pone de pie, los jueces ya ubican nuevamente la vara. Él la mira, repasa en su mente la secuencia, la carrera, el despegue, y suspira. Lo va a volver a intentar (ya sólo le quedan dos chances). Toma velocidad, se eleva, arquea su cuerpo pero toca el listón con el dorso, las piernas lo esquivan pero la vara se bambolea durante las fracciones de segundo eternas en las que Sotomayor cae sobre la colchoneta. Toda la estructura de fibra de vidrio oscila desde los 2,45 metros de altura. El tiempo en Salamanca se detiene… y el listón no se cae. El reloj vuelve a avanzar y el salto ya pasa a la historia.
El salto histórico de 2,45 metros
El tiempo llega a 1999 y su cuarta medalla de oro en un Juego Panamericano, esta vez en Winnipeg (Canadá), pero luego de festejarlo su mundo se parte: doping positivo, 200 nanogramos de cocaína en la orina. Decenas de alegaciones cruzadas, incluso Sotomayor diciendo que no necesitaba nada para saltar los 2,30 m con los que había ganado la prueba, una marca que superó más de 300 veces en su vida, al igual que otros 300 test de dopaje dando negativo. La Federación Internacional de Atletismo (IAAF) le bajó la pena a un año. Así pudo estar en Sidney 2000, donde ganó la medalla de plata. Al año siguiente fue positivo de nandrolona. Alegó que había pasado 18 tests negativos ese mismo año. La IAAF confirmó la sentencia al año siguiente, cuando ya se había retirado del atletismo.
Sotomayor pisó el estadio de la Bombonera para acompañar el partido despedida de su amigo, Diego Maradona. “Él tiene una de las zapatillas con las que salté 2,45 m”, cuenta orgulloso Javier sobre su amistad. Ambos se conocieron en Cuba y tuvieron allí un amigo en común: Fidel Castro. “El Comandante fue un gran legado con su ejemplo y con su conducta para todos los cubanos”, afirmaría Sotomayor el 25 de noviembre de 2016, cuando falleciera el ex presidente de Cuba.
Esa Cuba en la que cuenta orgulloso que fundó la orquesta de salsa, la Salsamayor: “Son catorce músicos. Es una de las grandes bandas en la isla”.
Hace casi una década que nadie se acerca a la marca de Sotomayor, que hoy tiene 55 años. Fue el qatarí Mutaz Barshim que en el 2014 saltó 2,43 metros, a quien hoy parece quedarle muy lejana es altura. Tampoco asoman en los campeonatos juveniles registros que hagan sospechar un cambio en la historia. Pero su tercer hijo, Jaxier, tiene 15 años. “Creo que él alcanzará los 2 metros muy pronto”, asegura Javier, “¿Si seguirá saltando después? Depende de sus ganas. Pero la verdad que un oro olímpico de Jaxier me haría más feliz que el mío”.
–¿Y que él salte por arriba de los 2,45?
“No, mejor que ese me lo deje sólo a mí”, sonríe Javier Sotomayor Sanabria, desde su 1,93 de altura y tras su sonrisa caribeña.
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