La selección de Colombia jugó amenazada el partido ante Estados Unidos, en donde cayó 2 a 1 y sentenció su suerte; “La vida no termina aquí”, escribió el zaguero, de 27 años, unos días antes del crimen
Andrés Escobar cae, herido de muerte. Es 2 de julio de 1994, son las 3.30 de la mañana y acaba de recibir seis disparos de parte de Humberto Muñoz Castro en las afueras del boliche El Indio, en su Medellín natal. Pamela Cascardo, su desesperada novia, se pone al frente del volante de la camioneta Honda azul del futbolista y viaja a toda velocidad al hospital más cercano, detrás de la ambulancia que traslada a su futuro esposo. Pero no hay milagro. Quien debería haber sido el futuro padre de sus hijos llega sin vida a la clínica. La autopsia detalla el destino de cada proyectil: pulmones, estómago, cuello y antebrazo izquierdo. Imposible sobrevivir a tamaño ataque a traición.
Toda Colombia se estremece con la noticia. Mientras España y Suiza hacen un minuto de silencio por la víctima antes de que los ibéricos derroten a los helvéticos por 3 a 0 en el inicio de los octavos de final del Mundial de Estados Unidos, el país cafetero está de luto.
Andrés Escobar tenía 27 años y un futuro prometedor. En 1989 había sido uno de los protagonistas del primer gran impacto del fútbol de su país: Atlético Nacional se consagró como el primer club colombiano en ganar la Copa Libertadores. Ese mismo año había formado parte del plantel que había logrado el regreso del seleccionado cafetero a una Copa del Mundo (Italia ‘90) después de 28 años de ausencias.
Además, había tres asuntos que lo tenían muy entusiasmado para los meses posteriores al Mundial. El más importante era el casamiento con Pamela, previsto para diciembre de ese mismo 1994. Pero a eso se le sumaban dos situaciones trascendentes para su carrera profesional. Por un lado, el técnico Francisco Pacho Maturana ya tenía decidido darle la capitanía del seleccionado colombiano una vez que Carlos El Pibe Valderrama confirmara su retiro. Por el otro, estaba muy avanzada su incorporación al Milan, de Italia, para reemplazar nada menos que a un ícono como Franco Baresi. Pero todo eso se hizo trizas con el ataque a balazos que culminó con su vida, a la salida de un boliche de Medellín. ¿El móvil del asesinato? Un gol en contra.
Los hechos
Colombia llegó al Mundial de Estados Unidos 1994 con el ánimo por las nubes. Creyendo firmemente que era una seria candidata a coronarse campeón. El contundente 5 a 0 que le había asestado a la selección argentina en el estadio Monumental el 5 de septiembre de 1993 por las eliminatorias sudamericanas, había mareado a los fanáticos del país cafetero. Para colmo, el sorteo pareció favorable: grupo A junto a Estados Unidos, Suiza y Rumania.
El baño de realidad llegó rápido. Los rumanos vencieron por un claro 3 a 1, resultado que complicó las ilusiones del equipo dirigido por Francisco Maturana de pasar a octavos de final. En el siguiente encuentro, Colombia se jugó el todo por el todo frente a la selección local, de escasa experiencia futbolística, pero con el lógico favoritismo que implicaba ser la anfitriona. Pero pasaron cosas. De las feas e inimaginables para una competencia deportiva.
El día antes del encuentro contra Estados Unidos, fundamental para las aspiraciones del conjunto sudamericano, Pacho Maturana recibió un mensaje que lo sacó de eje. “Oiga, Maturana, escuche bien y anote. Para el miércoles ante Estados Unidos saque a Barrabás Gómez y ponga en su lugar al Pitufo (Anthony) De Ávila. Si no lo hace, es hombre muerto”. Desencajado, Maturana amagó con renunciar, pero la federación no se lo permitió.
La secuencia la confirmó años más tarde el propio Barrabás. “Estábamos en el hotel a la espera de la charla técnica del partido contra Estados Unidos. La cita era a las 11 de la mañana, eran las once y media y nada, que no llegaban Pacho ni Bolillo (Gómez, su ayudante de campo)”, contó el futbolista. Y agregó: “Me paré a buscarlos y cuando los vi, Pacho venía llorando y Bolillo no podía ni hablar. Los amenazaron de muerte con la advertencia de que yo no jugara. Que si jugaba mataban a la familia de Pacho, a mi familia, a mí”.
Barrabás estaba acostumbrado a esa clase de amenazas que quedaban solo en eso y no llegaban a la acción. “Pero Pacho llegó muy dolido y me dijo que no jugara. No hubo ni siquiera charla técnica. Para el equipo fue un golpe de nocaut. Ese mismo día decidí que no volvía a jugar fútbol y me retiré mientras mis compañeros salían a jugar contra Estados Unidos”.
Desenfocados, ese 22 de junio Colombia apenas fue una sombra de lo que podía ser en aquellos años de luz plena. Para colmo, a los 35 minutos de juego se produjo la jugada desafortunada. Escobar quiso interceptar un centro y terminó descolocando a su arquero, Óscar Córdoba. Casi en cámara lenta, la pelota se fue al fondo del arco propio. Fue el 1 a 0 para los norteamericanos. “Al tío lo van a matar”, exageró y, a la vez, premonizó sin saberlo, el pequeño Felipe Ángel Escobar, de diez años, junto a su mamá, mientras veía una y otra vez en su casa de Medellín la acción.
Earnie Stewart amplió la ventaja, y el Tren Adolfo Valencia decoró el resultado sobre la hora: 2 a 1 para los locales, que celebraron con ganas ante su público.
El triunfo de Rumania sobre Estados Unidos en la tercera fecha terminó por sentenciar la suerte de Colombia, que culminó con un 2 a 0 triste sobre Suiza, que no le impidió finalizar cuarta en un grupo de cuatro equipos. Rumbo a casa antes de tiempo. De candidatos al título a eliminados en primera rueda.
Durante varios días, Andrés Escobar optó por resguardarse del asedio de la prensa. Si bien no era el único responsable de la pronta e inesperada salida temprana de Colombia, fue señalado como el gran culpable por ese gol en contra. Pero 10 días después del hecho, el defensor consideró que ya era tiempo de dar vuelta la página y enfocarse en nuevos desafíos, tanto deportivos como profesionales. Fue entonces cuando su amigo Juan Jairo Galeano lo convenció de salir a despejar la cabeza junto a sus novias.
Pamela le sugirió no salir. Y lo mismo hicieron sus futuros suegros. Pero no pudieron hacerlo cambiar de opinión. Algo parecido había ocurrido días antes con su familia. “Hay que dar la cara”, le había dicho a su padre Darío, cuando éste le recomendó no volver tan rápido a su país y quedarse de vacaciones en Estados Unidos. El lugar elegido fue el boliche “El Indio”. Apenas se sentaron, Andrés fue reconocido por dos personas, los hermanos Pedro y Santiago Gallón Henao, que buscaron provocarlo, cantando: “Autogol, Andrés, autogol”.
Lejos de enojarse, El Caballero del fútbol (tal como lo apodaban) se acercó a ellos y les dijo: “Por favor, les pido un poco de respeto”. Los hombres siguieron en la suya, lo que derivó en que Escobar y sus amigos decidieran retirarse del establecimiento, para evitar que la cosa pase a mayores. Pero en la zona de estacionamiento del boliche, los hermanos Henao volvieron a increparlo. En un tono de voz más elevado, Andrés Escobar volvió a pedirles respeto por su persona. “No tenés idea con quienes te estás metiendo”, le dijeron.
Antiguos hombres del capo narco Pablo Escobar Gaviria, a quien traicionaron poco antes de que lo ejecutaran seis meses antes, también eran sospechados de vínculos con el narcotráfico, con las apuestas y con las fuerzas paramilitares. Ellos ni siquiera se ensuciaron las manos de sangre. Su chofer, Humberto Muñoz Castro, fue el encargado de vaciar el cargador de su arma sobre el cuerpo de Andrés Escobar, mientras ellos volvían a decirle: “No tenés idea con quiénes te estás metiendo”.
Devastada por la situación, Pamela Cascardo no pudo reconocer el cuerpo de su novio. En cambio, fueron Mauricio Serna, René Higuita y Víctor Hugo Aristizábal, sus compañeros en el seleccionado, los encargados de cumplir ese triste trámite. Desde ese día, prácticamente todos los integrantes del plantel cafetero vivieron los días posteriores con una fuerte custodia policial, para impedir situaciones similares.
“Muchos decían en las calles que, si Pablo Escobar hubiera estado vivo, a Andrés no le hubiese pasado nada”, declaró tiempo más tarde el Chicho Serna, compañero del zaguero en Atlético Nacional y en la selección. El autor material del asesinato fue detenido en menos de 24 horas y condenado a 43 años de prisión. Sin embargo, los fuertes lazos de los tres criminales con el poder y la justicia colombiana quedaron en evidencia.
Por circunstancias inexplicables, la pena inicial fue rebajada a 23 años. Aunque el bochorno mayor se concretó el 5 de octubre de 2005, cuando Muñoz recibió un beneficio extracarcelario y pudo salir de prisión después de cumplir menos de 12 años de castigo tras las rejas. En tanto, los hermanos Gallón fueron condenados por encubrimiento a 15 meses de prisión. Aunque solo cumplieron tres después de pagar un millón de pesos colombianos como fianza, algo que les permitió salir en libertad.
“La vida no termina aquí”
El 29 de junio, el diario colombiano El Tiempo publicó la última columna de opinión firmada por Andrés Escobar. Allí, el defensor analizó el paso del seleccionado cafetero por Estados Unidos 94, en un texto titulado “Nos faltó berraquera”, un término que en Colombia utilizan como sinónimo de bravura.
A continuación, el texto completo:
“Nos faltó berraquera”, por Andrés Escobar.
Después de tantas vueltas, paulatinamente se decantan las razones de este fracaso en el Mundial. Faltó berraquera. Es una cuestión de honor reconocer que no tuvimos el empuje necesario en los momentos difíciles que nos planteó el campeonato.
Quisimos ser superiores porque en los partidos previos se habla mucho de lo que era Colombia. Una cosa es decirlo y otra bien diferente es demostrarlo y lograrlo. Sigo pensando que Colombia es más futbolísticamente que sus enemigos, pero esos argumentos se refundieron en la cancha y perdimos totalmente la concentración. Nos ganaron por un elemento muy valedero como es la fe. Entonces corrieron más que nosotros, se hicieron más fuertes con sus goles y nunca, en esos dos encuentros, pudimos reacondicionar un nivel aceptable de juego. Son cosas que emergen tras la derrota y cuando aterrizamos planteamos otra actitud: no era cuestión de querer ganar desde el pitazo inicial, olvidándonos que siempre llegamos al arco contrario con diez o quince pases seguidos, tal como lo hicimos frente a Suiza. Con Rumania y Estados Unidos quisimos acercarnos lo mas rápido posible, sin toque, sin triangulación.
En fin, una experiencia muy dolorosa que simplemente es un llamado a la cordura, a la reflexión y no lanzar alegres conceptos tratando de analizar todo un proceso de siete años, por un sólo momento de derrota.
Queda una sensación amarga porque sentimos que se desperdició una gran oportunidad de ratificar los progresos del fútbol colombiano, culminando un lapso brillante con el profe Francisco Maturana. Fue un grupo alegre, muy unido, con algunas cuestiones internas muy propia de equipos, pero sin mayor trascendencia.
Quiero agradecer al pueblo colombiano porque siempre encontramos un respaldo, aun en estos momentos difíciles para cualquier deportista. Muchos han entendido, otros no, pero igual hay que mirar hacia adelante porque todo va cicatrizando.
Esto no puede terminar porque se ha logrado un escalón alto. Hay que mantener la lucha por ese sitial. Por dos partidos no se puede empañar un periodo brillante de 7 años, con un fútbol idóneo, claro, elogiado, con un estilo y una identidad propia. Por el contrario, hay que sustentar ese trabajo con un respaldo decidido para toda la gente que viene atrás. Esto es un llamado para quienes se sientan dentro del fútbol: hay que seguir construyendo entre todos.
Hay un fenómeno que no es solamente colombiano: cuando se pierde, siempre se sacan los trapos al sol y el más mínimo detalle sirve para condimentar esa olla a presión para tratar de que reviente.
No. Quiero decir que este fue un grupo muy unido, trabajador, que se toleró muchas cosas para sacar adelante este trabajo. Deseo aclararlo por las versiones que escucho ahora, cuando empacamos las maletas de regreso a casa. Hay que ser gallardos en la victoria, pero mucho más en la derrota. Esto de buscar y rebuscar en el seno de la delegación no conlleva a ninguna situación benéfica. Además, me parece que no es una salida muy elegante frente al mundo que nos ha reconocido una evolución futbolística y personal a través de este tiempo.
Preferiría un tiempo de espera para salvaguardar esa imagen bonita que se ha transmitido al mundo. No se nos puede tratar como si fuéramos cualquier clase de personas porque, antes que todo, hemos luchado por elevar el fútbol colombiano. De eso soy partícipe y puedo asegurar que nada extraño sucedió en este grupo. Simplemente, nos encontramos en un bajón, fuimos incapaces de reaccionar en instantes duros, admitimos que fuimos responsables y nos regresamos con mucha más amargura al venir a reconocer en el tercer encuentro que sí teníamos materia prima para pasar a la segunda vuelta. Una lástima.
Pero por favor, que el respeto se mantenga… Un abrazo fuerte para todos y para decirles que fue una oportunidad y una experiencia fenomenal, rara, que jamás había sentido en mi vida. Hasta pronto porque la vida no termina aquí.
“Goles en contra”, la serie
Goles en contra es una miniserie de Netflix que destaca el auge y la caída del fútbol colombiano entre 1987 y 1994, y se enfoca en la vida de Andrés Escobar, un defensor de destacada carrera en Atlético Nacional y en el seleccionado cafetero.
El zaguero tuvo la desdicha de marcar un gol en contra en el Mundial de Estados Unidos, que sentenció la suerte de su equipo en esa competencia. A los pocos días, fue brutalmente asesinado de seis balazos a la salida de un boliche en Medellín.
La serie también expone los fuertes lazos que tuvo el fútbol colombiano con el narcotráfico y las difíciles situaciones y decisiones que tuvieron que enfrentar los ídolos colombianos partido tras partido, en medio de un clima de constante violencia en su tierra.
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