Fernando Batista pasó de despedido a campeón, un restaurador de miserias
Sin jugadores, técnicos ni amistosos, la selección argentina Sub 20 estaba abandonada hace algo más de un año. Faltaban cinco semanas para el Sudamericano de Chile y sufría el desprestigio de los descuidos. El papelón era indisimulable cuando la AFA asumió el tema y cerca de la Navidad de 2018 se reunió con Fernando Batista y con Lucas Bernardi. Era uno u otro. La selección merecía transitar por la previsión y la capacidad, huellas que se habían pisoteado. Entonces, Claudio Tapia eligió a Batista, avalado por su conocimiento de las estructuras juveniles y un perfil alejado de los desbordes y los cuestionamientos.
Volvía Batista, que había sido despedido por... Tapia. ¡¿Cómo?! Memoria: en tiempos del Comité de Regularización que presidía Armando Pérez, Batista se sumó a la imprevista designación de Claudio Úbeda, que con complicidades y alientos políticos había ganado una elección que nunca le había interesado porque entre los 44 proyectos evaluados no estaba el suyo. Cuando Tapia se impuso en las elecciones de la AFA en marzo de 2017, vengativo con todas las huellas de la gestión anterior, los echó. Indemnización mediante, Batista afuera.
Desde que regresó al mismo lugar presidido por el hombre que entonces lo descartó, Batista se encargó de disimular miserias y remendar desamparos. En el Sudamericano, el Mundial, los Panamericanos y el Preolímpico, una y otra vez armó equipos entre egoísmos e intereses. Se disfrazó de equilibrista para enmascarar que la estructura siempre cruje porque los respaldos son parciales o temblorosos, porque hay futbolistas del exterior que no se desviven por pertenecer, porque a muchos clubes no les interesa que la selección sea prioridad y porque la AFA no termina de ser confiable en su política de cesiones. La victoria es legítima, como genuino el festejo. Convendría no arruinarlo con una palabra tan impostora como proyecto.
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