Independiente sintió el rigor del ascenso y perdió ante Almirante Brown en Casanova

Nunca había sentido tanto rigor en la B Nacional. Jamás. Ni siquiera en los peores momentos, los del comienzo, que terminaron con el despido de Miguel Brindisi. A Independiente le dolió todo. Y hoy, con los músculos fríos, será peor. Aparecerán más moretones por el cuerpo. En cualquier parte. Los Rojos sintieron la dureza extrema -bien entendida, sin malicia- de Almirante Brown y así se acabó el invicto de Omar De Felippe. Para algunos, como el propio DT, empezó la verdadera B Nacional. Para otros fue el partido que, más allá de la levantada en los últimos tiempos, tendrá que despabilar definitivamente el carácter en busca del regreso inmediato a la A.

Fue un encontronazo de guapos. No es que Independiente no lo haya sido, pero se dio cuenta tarde de que el duelo había empezado. Almirante Brown entró en la cancha con la idea inculcada: jugó con la voracidad de aquel que quiere demostrarle al poderoso que no se siente menos. Que es capaz de correr más. Que puede suplir talento con coraje. Que podrán ganarle por superioridad, pero de ninguna manera por amor propio. A los Rojos les costó entenderla. Y eso que De Felippe aseguró que el tema estaba hablado.

Donde hubo un jugador de Independiente, Almirante Brown puso dos. Donde uno trabó con la pierna, otro fue tan osado de taparlo con las costillas. Donde uno cabeceó, al otro le salieron chichones. Independiente lo sintió. El arquero Rodríguez, ya en el primer tiempo, terminó vendado porque chocó contra el ímpetu del zaguero Ibars. A Menéndez le sangró la nariz por un encontronazo cerca de... un costado, sin mayor riesgo. Y a Tula, justo el que hace culto de la entrega, hubo que suturarle la ceja izquierda. Así jugaron los de Isidro Casanova: al límite, pero con lealtad. Con sus argumentos. Ni más ni menos.

Montenegro no pudo. Expuso el fastidio con ademanes a sus compañeros. Pisano perdió más de lo que acertó. Zapata y Trejo no influyeron. Almirante Brown fue asfixiante desde el primer segundo. Merodeó con peligro dos o tres veces y, en la cuarta, con un zapatazo de Carballo, el mejor de los exponentes de la fiereza, se llevó el partido. Después se cansó y aguantó. Iban apenas 14 minutos. Independiente ya no encontraría la solución. Mejoraría en el segundo tiempo, pero no sería suficiente. El empate no le habría sentado mal al desarrollo. Sobre todo con las buenas atajadas de Cacace ante los tiros de lejos de Zapata y Montenegro. Y porque los locales, más allá de alguna réplica, ya no atacaron.

Tan bien se cerró Almirante Brown que ni siquiera se sintió afectado por la acumulación de gente ofensiva que puso el adversario. El equipo dirigido por De Felippe terminó con tres enlaces, Pisano, Miranda (reemplazó a Menéndez) y Montenegro, y dos delanteros, Benítez (entró por Zapata) y Penco (por Trejo). Tula buscó la heroica como N° 9 y Razzotti hizo los relevos en la defensa, que a esas alturas ya estaba con tres hombres porque Mancuello se volvió un mediocampista. Nada alcanzó.

Almirante Brown gruñó y mordió. E Independiente empezó a convencerse de que tendrá que mostrar los colmillos más a menudo.

El gol de Almirante