Camino a 2016. Entre Havelange y el golf

RÍO DE JANEIRO.– El espíritu carioca fue más evidente que nunca aquel 2 de octubre de 2009 en que Río de Janeiro le ganó la sede de los Juegos a Madrid: mientras Juan Antonio Samaranch daba a entender a sus colegas del COI que la vida se le acababa y les pedía el voto por la capital española como "último favor", Joao Havelange apostó por el registro opuesto e invitó a todos a celebrar en 2016 su cumpleaños número 100 en Copacabana. Samaranch, sagaz toda su vida, debió intuirlo, pero no lo hizo: ir a una fiesta en la playa atrae bastante más que asistir a un funeral. Río ganó 66 -32, el español murió al año siguiente y el brasileño, que se fue en 2013 con deshonor de la FIFA que presidió por 24 años, sigue ahí.

Havelange no emite palabra en público desde hace años, lo que no impide que su nombre sea objeto de polémica, porque uno de los escenarios centrales de Río 2016 lleva su nombre: Estadio Municipal Joao Havelange. Conocido popularmente como "Engenhao", allí juega el Botafogo. Existe un proyecto para quitarle definitivamente el nombre del dirigente que debió renunciar a la presidencia de honor de la FIFA por recibir sobornos y rebautizarlo como "Estadio Nilton Santos", ídolo histórico del club. Pero la placa con el nombre de Havelange está bien firme en el escenario donde en la noche del 14 de agosto Usain Bolt buscará un inédito tercer oro consecutivo en los 100 metros.

Ese estadio que se llama Havelange pero no se llama Havelange es buen reflejo de las múltiples contradicciones de la sociedad brasileña. En torno al Engenhao hay un deprimido barrio de clase media baja atravesado por una cicatriz de nombre agradable, Linha Amarela, aunque la vista no lo sea tanto. Sucede lo que se da en cada autopista que cruza Río, mirador inevitable del contraste entre la abundante pobreza y la apabullante belleza natural que marcan la ciudad. Cuánto más cerca de la playa se está, más impactan la elegante arquitectura y la riqueza de los barrios. Camino a los morros que encajonan la ciudad, todo cambia. El alcalde Paes sabe que es así. No duda en afirmar que a los periodistas locales les importa poco lo que sucede en las zonas pobres de la ciudad, que es donde asegura que está poniendo sus mayores esfuerzos.

La obsesión de los organizadores por dar forma a unos Juegos que dejen un legado social se refleja también en el estadio del handball, "Arena of the Future", una construcción en el corazón del Parque Olímpico que, en cuanto se desarme, se reconvertirá en cuatro escuelas. Río 2016 lo vende como "arquitectura nómade". Paes amplía el foco: "Se invirtió más dinero público en el estadio olímpico de Londres que en todas las instalaciones de Río 2016. Nuestros estadios están muy buenos, pero no habrá un Nido de Pájaro como en Pekín".

"¿Y qué pasa con el campo de golf que está construyendo en Barra, una de las zonas más ricas de la ciudad?", le suelta un periodista estadounidense. Paes, que de tan cómodo que se siente hablando inglés parece por momento un candidato en las primarias estadounidenses, va directo al hueso: "No hubiera construido un campo de golf en mi vida, no crean que estoy contento de haberlo hecho. No es algo que deba hacer un alcalde en una ciudad brasileña, pero tuvimos que hacerlo. Sin dinero público, claro, sólo con el sector privado".

Río cuenta con dos canchas de golf, Itanhangá y Gavea, reductos de la altísima sociedad carioca, pero allí no se daban las condiciones que exige el COI. Neil Cleverly, un ex militar británico, es el responsable del nuevo campo, y mientras destaca orgulloso los links, deja en claro su meta, su asombrosa meta: "Nuestro objetivo es sacar a los chicos de las favelas para que jueguen golf, que es descabelladamente caro en Brasil".

Sin surf, para ahorrar.

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