Leo bautiza el año
Marcó dos goles, uno soberano de falta directa, dio dos pases de gol, le pisaron el tobillo y casi se pelea si no fuera porque Suárez se lo llevó a empujones. Van los pájaros tirándose a las escopetas. Todo eso pasó ayer en 90 minutos en el Camp Nou, segundo derbi catalán consecutivo pero éste en Copa. Entraron todos a jugar calentitos y salieron en la llama: tres jugadores del Barça (Mascherano, Piqué y Suárez) se quedaron esperando a los jugadores del Espanyol en el túnel. Antes, en el césped, 4-1 para el Barcelona y dos expulsiones para el rival, que acabó con nueve entre gritos de "a segunda".
Todo ello bañado por el mejor Messi. Se encendieron las luces del 10, que tuvo en Iniesta a su mejor amigo en el campo; le metió un pase el blanquito que deshizo la defensa del Espanyol. Messi, solo delante del portero, lo ejecutó de un tiro cruzado a media altura, tan poco ortodoxo como eficaz.
Leo pobló el campo del contrario como si lo estuviese invadiendo genealógicamente. Regó de ADN las esquinas más oscuras del Camp Nou, aquellas en las que Espanyol ni siquiera sabía que daba el sol, y el resultado fue una paliza por acumulación. Entre medias germinó un odio paciente y sencillo, que procede de las lindes: Espanyol y Barça comparten ciudad y a veces, pocas, hasta una causa.
A Leo el portero contrario le pisó la pierna como si fuese la pata de un conejo. Lo hizo con esa clarividencia con la que los marxistas de los 70 anunciaban el nuevo mundo: dejándose algo atrás. Messi fue hacia él mirándole "a los ojitos", que era lo que le pedía Luis Aragonés a Romario; le buscaba los ojitos. Suárez le dio dos empujones al astro y se lo llevó a su campo. Hubo voluntad de los barcelonistas de dejar a Leo fuera de las cuentas pendientes personales con el Espanyol, como protegió Estados Unidos a Hemingway prohibiéndole desembarcar como reportero en Normandía por ser patrimonio nacional. A Messi, y a Ernest, les hizo la gracia justa.ß
* Escritor y periodista español.
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