El joven polista ciego que contagia sus ganas de intentar hasta lo imposible
Salvador Condomí Alcorta, de 15 años, disputó la Copa Familias junto con sus afectos; su padre lo ubica dentro del campo para poder pegarle a la bocha
Salvador Condomí Alcorta contagia sus ganas de intentar hasta lo imposible. Es ciego, pero su corazón, su voluntad y su entorno lo empujan hacia adelante para hacer lo que más le gusta y cumplir todos los objetivos que se traza. Desde chico practica polo y se involucra hasta en la cría. Nada ni nadie podrán decirle que no intente lo que se proponga. Salvador tiene la determinación para atravesar todo límite.
Como contó LA NACION en una entrevista en marzo de 2017, Salvador tuvo desde los 18 meses una rara complicación del virus Epstein-Barr (mononucleosis) que le generó una enfermedad autoinmune que hizo necesario que recibiera un trasplante de médula ósea. Posteriormente, sufrió una infección que lo llevó progresivamente a la ceguera. Nada de eso hoy significa un impedimento para “Salva” y mucho menos para su familia, que, superados esos tiempos más difíciles, disfruta de compartir tiempo juntos y la pasión que los atraviesa: el polo.
Tienen mucha tradición de polo en la familia. El padre, el abuelo y el bisabuelo de Christian, papá de Salvador con pasado profesional en el exterior y en la Argentina, lo practicaban en el club Libres del Sur de Castelli, el pueblo atravesado por la ruta 2 vía hacía la costa atlántica. Desde allí le llega la pasión a Salva, de 15 años, y a su hermana Justina, de 13. Ambos se muestran muy unidos en todo momento, ya sea jugando o refrescándose en los descansos de los palenques.
Esa imagen se repitió varias veces este fin de semana en el predio de la Asociación Argentina de Polo, en Pilar, donde se dio el gusto de jugar un torneo con mayores por la vigesimonovena edición de la tradicional Copa Familias, con partidos a dos chukkers y con handicap. Lo hizo, claro, para Libres del Sur, junto con su hermana Justina, Anika Paz y Martín Orozco. Llegaron hasta la final, en la que terminaron cayendo 5-4 ante El Arroyito. “Salva” fue distinguido como el autor del mejor gol del partido decisivo, por un tiro libre ejecutado como penalidad por un foul.
Su entorno es cálido, lo apoya y alienta incondicionalmente. Desde el costado de la cancha y dentro de la misma. Entre partido y partido, afloran las bromas. El clima siempre es distendido. “Es todo culpa de ‘Salva’, que estaba mal ubicado…”, dispara con una sonrisa Martín “Facha” Orozco, integrante del equipo y amigo de la familia que a la vez suelta otra broma para Christian Condomi Alcorta: “Hagamos una foto del equipo, vos andá con los rivales…”. Salvador, que luce el nombre en el lateral de su casco y un escudo de su amado River en la parte posterior, sonríe todo el tiempo y luego de ser consultado por los caballos que quiere utilizar en el próximo partido se dispone a taquear un rato con su hermana Justina con la bocha roja de plástico y con sonido de sonajero.
Salvador Condomi Alcorta, niño no vidente fanático del polo, se dió el gusto de taquear con el mejor del mundo.
— José Miguel Klas (@dcalamardo) December 4, 2017
Gran gesto de @ACambiasoOK 👏👏👏
Gentileza: ESPN pic.twitter.com/E6IeHNlqdZ
Su mamá, María Elena, psicóloga, comenta a LA NACION que ella prefiere aportarle realismo a los sueños polísticos de “Salva”. Entiende que algún límite llegará debido a su ceguera, pero al minuto, en el mismo diálogo, reconoce que esa es una experiencia que tiene que vivir él o, en todo caso, una barrera que deberá derribar él. En cambio, su padre Christian, agrónomo, prefiere no pensar en las barreras que puedan existir y le inculca que nada es imposible. “Somos como un equilibrio”, dice María Elena, mientras mira uno de los partidos de la mañana en que padre e hijo juegan con la camiseta número 4. Salvador cómo el jugador titular y su papá al lado como lazarillo. El desafío es mayúsculo en esta ocasión, ya que se juega con la bocha tradicional que solo emite algún sonido cuando se la golpea. “Yo lo ubico y le indico dónde está la bocha y él tiene que pegarle”, explica Christian.
A Salva se le nota la práctica y maneja la jerga polera como si llevara tres décadas en el rubro. Y, antes de los tres partidos que juega en la jornada, todos a dos chukkers, tira a los mimbres con una precisión asombrosa. No es para menos, apenas sale del colegio Los Robles, donde pasó a cuarto año, se sube al caballo y comienza a practicar. Sucede a diario. Los caballos y el polo son su vida. Y a ello le quiere dar una dedicación casi full time. “Algo va a tener que estudiar…”, bromea su mamá, aunque intuye que su futuro seguirá relacionado con el polo y los caballos.
“La verdad que fue muy divertido jugar hoy”, comenta “Salva”, ya quitándose el casco y los guantes en una de las jornadas más calurosas que se adelantó al inminente verano. Lo dice con algo de timidez, pero a pura sonrisa, certificando que la experiencia jugando con los más grandes fue muy gratificante y que por ello buscará repetirla en breve. “Para nosotros fue una jornada bárbara porque primero compartimos la pasión de la familia que son los caballos y el polo y jugamos con amigos. El ‘Facha’ es un amigo que les enseña a los chicos y es uno más de nosotros y Anika es una compañera de colegio de Justina”, valora Christian. “Queremos que el polo sea no un medio sino un instrumento. El caballo es un instrumento de vida que nos ayuda a compartir cosas y hace que en familia podamos vivir muchos momentos juntos”, completa, agradecido eternamente al polo. Y también orgulloso de la valentía de “Salva” y de la fortaleza de su familia.
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