Cómo los seleccionados del mundo violaron la prohibición de jugar internacionalmente; el nacimiento de la leyenda Puma, los conflictos de la UAR y la relación Mandela-Porta
La exclusión de los Springboks de todo acontecimiento internacional –partidos, torneos, giras– mientras rigió el boicot a Sudáfrica decretado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en condena al cruento régimen de segregación racial (apartheid) en ese país, forma parte de una historia dentro de la historia del rugby. Especialmente durante las décadas de 1970 y 1980, la marginación de los Boks, el emblema deportivo de la población blanca, combinó toda clase de episodios: bombas, manifestaciones, violaciones a ese boicot, conflictos diplomáticos y políticos en democracia y en dictaduras y un goteo de rugby que se diluyó en medio de todas esas tormentas. Dentro de esa historia, la Argentina tiene un capítulo aparte, también con todo tipo de sabores.
Aquel proceso, que culminó en 1992, cuando con la salida de Nelson Mandela de la cárcel se celebraron las primeras votaciones libres que, de algún modo, pusieron fin al apartheid y, con ello, al boicot internacional, tuvo su correlato en 1995 con el debut con título de los Springboks en una Copa del Mundo, en la cual fueron locales; con el libro “El factor humano”, en el cual el periodista y escritor John Carlin relató cómo Mandela utilizó ese Mundial como prenda de unión, además de evitar un baño de sangre; y en la película “Invictus”, basada en ese libro, dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon en los papeles de Mandela y del capitán de los Springboks, François Pienaar, respectivamente.
En 1973, la ONU declaró al apartheid como un crimen de lesa humanidad y un año más tarde Sudáfrica fue expulsada del organismo, al tiempo que se inició un boicot general. Ya en 1964, el Comité Olímpico Internacional (COI) había excluido a Sudáfrica de todas las competencias deportivas. En 1977, la Commonwealth, que agrupa a todas las naciones que están bajo el paraguas británico, votó el Acuerdo de Gleneagles, llevado a cabo en esa ciudad escocesa, por el cual se desalentaba la competencia con sudafricanos.
Call 99, un momento emblemático
Pero en todo ese tiempo, los seleccionados de las potencias se las ingeniaron para recibir y visitar a los Springboks, que pese a no tener competencia regular internacional, creían, con algo de razón, ser los mejores del mundo. En 1974, los British&Irish Lions viajaron a Sudáfrica pese a no contar con la aprobación del gobierno laborista de Harold Wilson, uno de los favoritos de la Reina Isabel. Wilson incluso les pidió por carta que no viajen. El capitán de los Lions, la leyenda irlandesa Willie John McBride –cinco giras de los Lions en su haber– reunió a los jugadores antes de subir al avión y les dijo que si alguno no se sentía seguro de viajar “puede volverse ahora”. Nadie renunció. En el Reino Unido, mientras el plantel emprendía el vuelo, se realizaban manifestaciones en contra.
Aquella gira, en la que varios de los jugadores pudieron observar claramente cómo los negros eran marginados de todo, fue además violenta dentro de la cancha. McBride había sufrido los golpes mal intencionados de los sudafricanos –y la complacencia de los árbitros– en la gira de 1968. Y no estaba dispuesto a volver a tolerarlo. Entonces instrumentó la “call 99″, basada en el 999, el número telefónico de Emergencias en Gran Bretaña.
McBride daba la señal para la batahola
¿En qué consistía? Cuando el partido se calentaba o estaba en un momento cumbre, McBride gritaba “99″ y eso significaba que los Lions empezaban a pegarle a cuanto sudafricano tenían al lado. El segunda línea irlandés estimaba que el árbitro no podía expulsarlos a todos, por lo cual, de algún modo, la trifulca no iba a tener sanciones. En último test, el más violento, conocido como “La batalla del Boet Erasnus Stadium”, John Peter Williams, el extraordinario fullback galés, corrió varios metros desde su ingoal para golpear a un sudafricano. Los Lions ganaron la serie y terminaron invictos la gira. Pero no pudieron esquivar el repudio internacional por haber viajado al país del apartheid.
Las bombas de harina
Otro episodio de violencia y violación al boicot lo protagonizó Nueva Zelanda en 1981, al aceptar, con el visto bueno del gobierno conservador, la visita de los Springboks. Aquellos días fueron caóticos en el tranquilo país del hemisferio sur. El grupo Halt All Racist Tours (HART), un movimiento de oposición a los enfrentamientos entre ambos países creado en los 70, organizó junto a otras entidades que se oponían al racismo, un sinnúmero de acciones que incluyeron 200 manifestaciones en 28 ciudades con la participación de unas 150 mil personas, durante los dos meses que duró el periplo.
El impacto de la bomba a Gary Knight
Hubo fuertes choques con la policía en todos los encuentros, bloqueos a los accesos y una inusual custodia para los Springboks, que salían de los hoteles varias horas antes de los partidos para evitar las agresiones. Para el último partido, en el Eden Park de Auckland, el HART había prometido una jornada apocalíptica. Y vaya si lo fue. En pleno test, una avioneta Cessna tripulada por dos activistas sobrevoló el estadio, simuló un aterrizaje y luego lanzó bombas de harina sobre el campo de juego. Una de ellas impactó contra el All Black Gary Knight, sin serias consecuencias. Años más tarde, Nelson Mandela, que se enteró de esta acción en la cárcel, afirmó que esas protestas le dieron esperanzas.
Cuatro años después volvió el escándalo cuando Nueva Zelanda aceptó una gira por Sudáfrica. El seleccionado violó el boicot bajo el disfraz de Cavaliers. La leyenda dice que los jugadores recibieron una importante paga en tiempos amateurs o amarillos. De los 30 jugadores convocados, dos se negaron a viajar: David Kirk y John Kirwan. Brian Lochore, el entrenador, tampoco quiso formar parte del periplo. Dijo Kirk: “Tuvimos una reunión en una habitación y yo le dije a mis compañeros que no iba a viajar. Mi instinto me decía que todo aquello estaba mal”. Dos años más tarde, en 1987, Kirk fue el primer jugador en levantar la Copa del Mundo, mientras que Kirwan se consagró como la gran figura de un torneo en el que Sudáfrica fue excluida.
Los Springboks, aun Sudáfrica formando parte de la mesa grande la International Rugby Board (hoy World Rugby), también fueron excluidos del Mundial de 1991. Hasta que regresaron en su casa en 1995 y desde ahí ganaron tres títulos. En el último, en 2019 en Japón, la copa la levantó por primera vez un jugador negro: Siya Kolisi.
La parábola argentina
En Sudáfrica, en 1965, nació la leyenda Puma. Ese país fue el primer que le abrió las puertas al mundo al seleccionado argentino y el rugby doméstico siempre se sintió en deuda. Quizá por esa razón, y también por creerse una isla bajo el argumento de que “la política no debe mezclarse con el deporte”, la Argentina, con el rugby, fue el país que más violó los acuerdos internacionales de no realizar intercambios con un país que llevaba a cabo un sangriento régimen de exclusión.
El primer incidente se produjo en 1973, cuando el San Isidro Club (SIC) realizó una gira por Rodesia del Sur, uno de los países al cual Argentina se había unido al boicot. La UAR autorizó la gira pese a las sugerencias en contrario de la dictadura del general Alejandro Agustín Lanusse. Mientras el SIC viajaba por las distintas ciudades, en todos los hoteles se recibían llamados de la Cancillería para que el club cancelara su gira. Nadie atendía a los diplomáticos. A la vuelta de esa gira del SIC, la UAR fue intervenida por única vez en su historia. Entre el 15 de marzo y el 3 de abril. Quien firmó la intervención como subsecretario de Deportes de la Nación fue Ernesto “Taita” Cilley, curiosamente uno de los fundadores del SIC. Una vez que asumió el gobierno democrático que ya había ganado las elecciones en marzo, se le advirtió a la UAR que el boicot a Sudáfrica estaba reafirmado.
En la década de 1980, Sudáfrica se sintió más aislada que nunca. Con los oficios de David Craven, un hombre del apartheid que fue decisivo en el viaje de 1965, Sudáfrica buscó un salvavidas en la UAR. Así se gestaron en 1980 y en 1982 las giras de Sudamérica XV, que era los Pumas con jugadores de otros países de la región. El 3 de abril de 1982, un día después del comienzo de la Guerra de las Islas Malvinas, 15 argentinos derrotaron a los Springboks en lo que fue una epopeya deportiva manchada por haber violado un boicot internacional. Esa tarde, en Bloemfontein, Hugo Porta marcó los 21 tantos. Mandela festejó en la cárcel y guardó en su memoria el apellido del capitán.
El día de los 21 puntos de Porta
La dictadura le insistió a la UAR a la vuelta de aquel viaje que estaba prohibido competir con sudafricanos y que desistiera de otra aventura como esa. Malentonada, la UAR desafió a los militares con una solicitada en la que considerada que si el rugby no podía competir con Sudáfrica, tampoco ministros Harguindeguy y Martínez de Hoz podían participar de cazas en ese país, como lo hacían, o llevar adelante otros negocios que los militares tenían con Sudáfrica.
Al regreso de la democracia, en octubre del año siguiente, el entrenador de Sudamérica XV, Rodolfo O’Reilly, fue designado secretario de Deportes en el gobierno de Raúl Alfonsín. Paradójicamente, uno de los principales problemas que tuvo O’Reilly en su gestión fue con el rugby. En 1984, su club, el CASI, viajó bajo el disfraz de Las Cebras XV. También lo hizo un combinado ahora llamado Hispanoamérica XV. En ese entonces, el gobierno de Alfonsín levantaba la bandera de los derechos humanos –incompatible con lo que pasaba en Sudáfrica– y tenía por delante una asamblea en la ONU en la cual el presidente iba a repudiar el apartheid y a esperar el apoyo de los países africanos y del Movimiento de países No Alineados en la causa por Malvinas.
Alfonsín y el canciller Dante Caputo enviaron a O’Reilly para que le diga a la UAR que cancele la gira. Uno de los entrenadores de Hispanoamérica XV, Héctor Pochola Silva, Puma del 65, le recordó a O’Reilley que él había ido a Sudáfrica dos años antes. Otras versiones indican que Caputo sólo les pidió que viajen una vez concluida la asamblea en la ONU. Lo cierto es que el plantel viajó a enfrentarse otra vez con los Boks. Craven pagaba hasta el viaje de periodistas con la idea de lavar la imagen de Sudáfrica. Esos viajes tuvieron el repudio de todo el arco político –menos de la UCeDé de Alvaro Alsogaray, que argumentaba que en ese caso también había que prohibir la competencia con los países del bloque comunista– y de declaraciones en las dos Cámaras del Congreso. Incluso, se llegó a proponer que los deportistas que viajaran a Sudáfrica –también había tenistas, boxeadores, automovilistas y polistas– fueran expulsados de sus federaciones.
Así como Mandela hinchaba por Porta, los Pumas del 65 recuerdan que un día, en uno de los primeros partidos de la gira, de repente empezaron a escuchar desde las tribunas “Argentina, Argentina”. Eran los negros que veían el partido en un corralito con alambres de púas, como presos.
Un tiempo después, cuando Carlos Menem fue a visitar al recién electo Mandela, se dice que después de una breve conversación, el líder sudafricano le preguntó cómo estaba Porta. Al salir, Menem le dijo a su mano derecha, Alberto Kohan, que lo llamara a Porta para ser embajador en Sudáfrica. Porta fue testigo viviente de cuando Mandela le entregó la copa a Pienaar, la foto más emblemática del rugby, la que puso fin a una historia dentro de la historia.
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