Uno de ellos, sinónimo de turf, fue a remate en 1950 y descolló en las pistas en tres temporadas; el otro mantiene el récord nacional de clásicos ganados
El haras Las Ortigas fue cuna de grandes campeones, pero sobre todo de uno cuyo nombre se convirtió en sinónimo de turf: Yatasto. El caballo argentino más famoso de todos los tiempos descolló en los inicios de la década del ‘50 y es uno de los apenas diez que han logrado imponerse en la misma temporada en la Polla, el Jockey Club, el Nacional y el Carlos Pellegrini. Eso implica para la hípica local haber obtenido la Cuádruple Corona, una versión XXL de la Triple Corona que se conoce mundialmente.
Yatasto se convirtió en un prócer desde 1951, su primer año en las pistas, cuando puso los cimientos a una campaña descollante, con 22 primeros puestos en 24 carreras a lo largo de sus tres temporadas en entrenamiento, con una sola derrota en la Argentina, en el Pellegrini de 1952 con 102.000 personas en San Isidro, y la otra en el Gran Premio Brasil, en San Pablo. Por sus hazañas, incluido un éxito en Uruguay, resultó un héroe a ambas orillas del Río de la Plata, capaz de hacer desbordar de público cualquier hipódromo con su presencia. Pero, a la sombra de la idolatría popular que se fue agigantando con el paso de las décadas, la parte con menos exposición de su biografía fue la historia de enredos de su subasta antes de comenzar a competir.
En octubre de 1950, Yatasto tenía solamente dos años y su andar ya despertaba suspiros en las praderas de General Belgrano, que había sobrevivido a la crisis del ‘30 gracias a la pasión y los malabares por sostener el campo. “Ese año que fue a remate Yatasto estaba mi papá al frente del haras y habían hecho una sociedad junto con Urbano Iriondo y el Nene Ugarte. Lo iba a cuidar Ángel Penna. Tanto es así que esa mañana de la subasta, Penna llegó al Tattersall con un telegrama de ‘Cucucha’ Echeverry que decía que le compre un hijo de Selim Hassan que le gustara. En ese momento, Ángel preguntó por Yatasto y le dijeron que aquella sociedad que habían formado se lo llevaría para el stud”, recordaba Ignacio Correas, el Bebe, unos años antes de su muerte. Echeverry era el dueño de Chispeado, que se había clasificado segundo en el Nacional de 1950 y lo entusiasmaba tener otro descendiente de ese padrillo británico que había llegado al país con grandes expectativas.
Continuaba su remembranza el tercer Ignacio consecutivo de la familia, que era un niño por entonces, pero ponía singular atención en las anécdotas que contaba su padre. “La madre, Yucca, no había ganado ninguna carrera y tampoco había dado un hijo ganador. Pero resuelven enviar a Francisco Mamone, un amigo, para defenderlo hasta 90.000 pesos, que era una fortuna en ese tiempo”, detalló la picardía en el remate. La idea era que, si se iba a vender, fuera por una plata que resultara irresistible.
“El Vasco (Juan) Lapistoy estaba con mucha bronca porque no había podido conseguir un comprador para el caballo. Entonces, le preguntó a Juan De la Cruz si no tenía un patrón para un potrillo y éste le dijo que tenía un uruguayo que quería comprar alguno. Ahí es donde le mencionó que le iba a mostrar uno que no era para dejarlo escapar y le señaló a Yatasto”, continuó el relato. Los dos entrenadores ya eran celebridades, pero la rivalidad iba por la misma vereda de la caballerosidad. Nada de egos ni envidias que pudieran estar por encima de un consejo genuino y el honor.
Con el potrillo ya expuesto sobre el ring, se trenzaron en la puja Mamone y De la Cruz. “Cuando los socios de papá vieron que lo subía De la Cruz, que siempre había cuidado con él, pensaron que Juan estaba defendiéndolo y se quedaron tranquilos”, especificó Correas. Pero cuando el martillo se bajó en 100.000 pesos, el que finalmente lo había comprado era Augusto Sbarbaro, el uruguayo que había sido el dueño de la madre de Yatasto, a la que un auto había atropellado y lesionado, y Las Ortigas se la compró en 5000 pesos, como un gesto. En ese contexto, el criador le ofreció plata a Sbarbaro por retener a Yatasto tras el remate y conservarlo junto a Ugarte e Iriondo. Augusto dudó por un instante, pero le contestó: “No, ya está, me lo quedo. Que sea lo que Dios quiera”.
El triunfo de Yatasto en el GP Nacional de 1951
Tres meses después, el proyecto de crack ya tomaba forma con el comienzo de su entrenamiento. “Iban caminando mi padre y Urbano de Iriondo por la rambla de Mar del Plata y yo atrás de ellos, en silencio, y se cruzaron con Lapistoy. Ahí, el Vasco les recordó la situación risueña que se había dado en la subasta y les dijo que tenía buenas noticias: ‘Yatasto no es un caballo, es una máquina’. A fines de diciembre, y gordo como cuando se había rematado, hizo un trabajo junto con una ganadora de tres que tenía en el stud De la Cruz y le ganó por 50 metros. Echó ese día 47s1/5 los 800 metros en la cuarta pista de San Isidro, y llevaban como 10 años sin ver algo así en esa cancha. ¡Y estaba empezando! Fue un caballo que rompió el molde. Papá siempre decía que se iba a morir sin volver a criar un caballo como Yatasto”, recreó quien luego tomó las riendas del haras por décadas y también falleció, pero en mayo de 2022.
No hubo otro Yatasto en Las Ortigas después. Tampoco, ninguno que le discutiera la idolatría en la industria, más allá de los cracks que fueron surgiendo en un país que es una fábrica de caballos clase A permanente. En las comparaciones entran los gustos individuales y los apegos, pero aquel zaino trascendió las fronteras del deporte y cuando llegó tercero de Branding en el Pellegrini de 1952 se escuchaba el silencio ante el impacto de lo que había provocado su derrota, una tarde que tal vez no debió haber competido por no estar en óptimas condiciones. Pero como había ganado igual más de una vez sin lucir 10 puntos…
El éxito de Yatasto en el GP Carlos Pellegrini de 1951
Eso sí, cuando surgió Yatasto había pasado casi medio siglo de otro caballo emblemático de Las Ortigas: Melgarejo, ganador de 31 clásicos entre 1906 y 1909 (en una época con carreras sólo sábados y domingos). En más de un siglo, ningún otro ejemplar en la Argentina logró imponerse en tantas pruebas de esa categoría. “Era otra máquina de correr y su historia es todavía más divertida”, confió Correas un mediodía en una charla con LA NACION en la sede del Jockey Club. “Era de un dentista, hermano de Jorge Newbery, el aviador, y era mal pagador. Bah, nunca tenía plata”, describió, con una carcajada, levantando las cejas, moviendo la cabeza y abriendo las manos.
“Sus caballos los corría y los cuidaba el abuelo del (Eduardo) Fuchi Liceri (jockey y luego galopador), que le pidió a mi abuelo que hable con Newbery porque andaba con ganas de comprar y después, si no le cobraba, lo iba a retar a él. Entonces, con la confianza que existía, el viejo le advirtió a Newbery que en el remate no compre nada, así no se repetían algunos problemas. Pero... Newbery levantó la mano y compró igual”, reveló Correas III, recreando la historia que repetía su abuelo paterno, el fundador de la cabaña en 1887.
“Liceri lo fue a buscar enseguida que se bajó el martillo, le preguntó si tenía la plata para pagarlo y Newbery se señaló el pecho, metiendo la mano por debajo del saco que llevaba puesto. Dijo que tenía el dinero ahí, pero que hasta el otro día no podía pagarlo”, extendió el relato. “En ese instante, mi abuelo sintió algo de alivio, porque pensó que tenía un cheque, pero igual le advirtió que no se lo iba a llevar hasta que no cancelara el 100% del valor de Melgarejo”, continuó con la intrigante historia el Bebe.
Y ahí surge lo más sorprendente: “Al día siguiente, Newbery se sacó la lotería, fue y lo pagó. Cuando se había señalado el pecho, al finalizar el remate, lo que tenía en el bolsillo de adentro del saco no era el cheque que creía mi abuelo, sino que era un billete de lotería”.
El destino estaba escrito, tal vez. Fue un premio doble. Melgarejo se impuso en 15 de sus 17 intentos en 1906, en 7 de sus 16 cotejos de 1907, en 8 de las 17 carreras de 1908 y llegó primero en dos ocasiones de las 24 salidas de 1909, cuando ya había extendido su campaña más de lo aconsejado. “Ganaba casi todo. Fue el caballo que les cambió la vida a todos los que lo rodeaban”, contextualizó el Bebe sobre el héroe de la Triple Corona de 1906.
Como habrá dejado una huella uno de los primeros grandes campeones del siglo pasado en el país y el primer caballo célebre de Las Ortigas que aquel entrenador Liceri le puso Melgarejo como segundo nombre a su hijo Andrés, en agradecimiento por lo que le significó en su vida profesional y personal.
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