Adiós a Daniel Kahneman, fundador de la economía del comportamiento
El recientemente fallecido psicólogo, que fue premio Nobel de Economía, será recordado como el más original en demostrar, de una y mil maneras, que los humanos no somos totalmente racionales a la hora de tomar decisiones; cuáles son algunas de las principales conclusiones de sus trabajos
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Desde sus comienzos y a lo largo de los años, la economía como ciencia tuvo una relación complicada, casi de amor-odio, con la psicología. Su conexión es innegable: nuestros deseos, emociones, dolores y placeres determinan varias de las decisiones económicas. En el siglo XIX se creía que las leyes de la economía podían ser deducidas a partir de los principios básicos de la psicología. Pero al iniciarse el siglo XX, la economía neoclásica intentó despegarse de la psicología individual y asumió en su lugar un homo economicus generalizado, frío y calculador. La justificación la proveyó Milton Friedman, cuya famosa conjetura es que no importa tanto si los supuestos de conducta son realistas o no, siempre que esas simplificaciones produzcan buenas predicciones. De alguna manera, decía que los psicólogos no tienen por qué inmiscuirse en el estudio de la economía…
Esta visión separatista dominó las ciencias económicas durante décadas, hasta que un psicólogo irreverente se animó a escribir artículos académicos de economía que hicieron tambalear el statu quo.
Daniel Kahneman dedicó gran parte de su carrera a entender cómo las personas tomamos decisiones y fue el fundador de la Economía del Comportamiento, reincorporando la psicología al análisis económico.
El punto que destacó es tan sencillo como poderoso. Según él, la economía neoclásica habla de cómo los humanos deberíamos tomar decisiones (lo normativo) y se enfoca en un ser ficticio: el homo economicus. Mientras tanto, uno debería enfocarse en cómo las personas de carne y hueso tomamos decisiones (lo positivo). Kahneman publicó en 1979 un artículo fundacional que terminaría siendo el más citado de la historia de la profesión y, pese a no ser economista, recibió el Premio Nobel en 2002.
Es imposible resumir aquí todos los hallazgos de este autor. Si bien varias de sus ideas se condensan en su famosa clasificación de Sistema 1 y 2 en su brillante libro Pensar rápido, pensar despacio, cada artículo suyo es una fiesta de ideas intuitivas, originales y trascendentes, y no requieren mayor preparación teórica previa. Veamos algunas de ellas.
Desde joven, Kahneman notó nuestras dificultades para racionalizar las estadísticas. Mientras daba una charla en la Fuerza Aérea Israelí, un instructor le indicó que cada vez que felicitaba a un piloto por realizar una maniobra exitosa, al siguiente intento su desempeño era casi siempre peor. Por el contrario, cuando le señalaba a algún cadete que estaba haciendo las cosas mal, al siguiente intento mejoraba notablemente. Por lo tanto, concluía, las recompensas no funcionan, y los castigos sí. Kahneman entendió lo que estaba sucediendo: la regresión a la media. Tras un buen ejercicio, diga lo que diga el entrenador, el siguiente tendrá una gran chance de empeorar, y viceversa. A tener en cuenta cada vez que sentimos que nuestro equipo favorito bajó su nivel tras propinar una goleada, o nos ilusionamos con que los hijos de Messi sean como el padre.
Otra falla que investigó es el efecto marco, la relevancia de cómo se presenta la información: los embutidos “90% libres de grasa” nos atraen más que los que admiten un contenido del “10% de grasa”, una ayuda a entender el funcionamiento de los sellos que vemos en los alimentos. Con esta idea se conecta el llamado efecto anclaje. Nuestras estimaciones son afectadas por anclas numéricas, como por ejemplo cuando nos indican un precio inicial de venta de un departamento. Si ese número es alto, probablemente la transacción se haga a un precio mayor. Los experimentos muestran que nos aferramos a las anclas incluso estas referencias son evidentemente aleatorias.
El mayor aporte a la teoría económica de Kahneman, junto a su colega y amigo Amos Tversky, fue el artículo de 1979 en el que se presentan la teoría prospectiva, que critica la tradicional teoría de la utilidad esperada y aporta una hipótesis superadora sobre nuestro comportamiento frente al riesgo. El trabajo incluye varias críticas, pero aquí va un ejemplo. En la teoría usual la utilidad de un extra de 500 dólares y la desutilidad de perder 500 dólares es exactamente la misma. Pero Kahneman y Tversky descubrieron que la gente no se comportaba así. A la pregunta de si se prefiere recibir 900 dólares seguros o el 90% de ganar 1000 dólares, se tiende a elegir la primera opción. Pero si indagamos sobre si perder 900 dólares seguros o el 90% de posibilidades de perder 1000 dólares, se elige la segunda. Esto se explica solamente porque los humanos somos aversos a las pérdidas: nos duele perder más de lo que disfrutamos ganar la misma suma.
Kahneman dedicó tiempo también al sesgo de exceso de confianza. En 1984, junto con Richard Thaler (otro ganador del Nobel), visitaron a un profesional de Wall Street. Kahneman no sabía nada de finanzas, pero su intuición lo llevó a preguntar: “Cuando usted vende acciones, ¿quién las compra?”. Esta simple interpelación pone en dificultades a la idea de que los profesionales de finanzas saben todos más o menos lo mismo. Para Kahneman, la compraventa de acciones constituye un gran enigma, una industria que parece reposar en gran parte sobre una ilusión de sagacidad, donde cada participante cree que sabe más que los demás. El exceso de confianza lleva, además, a la falacia de la planificación, según la cual las fechas previstas de finalización de un proyecto suelen ser absurdamente optimistas.
Sin embargo, este sesgo, señala Kahneman, podría no ser tan negativo, porque desempeña un rol como motor del capitalismo: si los empresarios comprendieran sus verdaderas chances de fracaso, muy pocos invertirían.
Otra preocupación de Kahneman se refiere a las percepciones sociales de ecuanimidad (fairness) en el funcionamiento del mercado. A veces, las respuestas de mercado no son socialmente aceptables, incluso si son perfectamente racionales. Un ejemplo actual es el precio del repelente, que se fue a las nubes debido a la epidemia de dengue. Aun cuando no exista ninguna asignación alternativa para estos productos faltantes, muchas personas sienten que subir el precio de manera desmedida implica aprovecharse de una situación azarosa y desafortunada. El resultado no es importante solo para entender la moral social: varios estudios confirman que muchas empresas contemplan estas reacciones y las anticipan para cuidar su reputación de largo plazo.
Todos estos hallazgos hoy son parte de las ciencias del comportamiento y ayudan a guiar la toma de decisiones en ámbitos públicos y privados. No por nada la ONU declaró estas ideas como “conocimiento esencial para el desarrollo de las organizaciones”.
Kahneman será siempre recordado como el más original en demostrar, de una y mil maneras, que los humanos no somos totalmente racionales. Nos dejó hace poco, a sus 90 años, pero su revolución silenciosa e interdisciplinaria, reintroduciendo la psicología al análisis económico, tendrá un éxito permanente.
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