Ajzenman y Lopez Boo: “Entender de qué forma tomamos decisiones es fundamental para que el diseño de las políticas”
Los economistas son autores del libro La ciencia de los detalles, que brinda ejemplos para mostrar la importancia de analizar el contexto y las características de la población antes de aplicar estrategias públicas, con el objetivo de que sean lo más eficientes posibles
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Hace unas semanas falleció el académico israelí-estadounidense Daniel Kahneman, conocido mundialmente por ser el psicólogo ganador del premio Nobel de Economía, que dio el puntapié inicial para desarrollar el campo de la economía del comportamiento, junto con Amos Tversky. Si bien sus primeras publicaciones académicas ya tienen 45 años, todavía se trata de una disciplina que no está masivamente incorporada en la forma de pensar políticas públicas en la región.
La economía del comportamiento se encarga de “humanizar” los tradicionales modelos económicos, que parten de la creencia de que todas las personas son racionales en su toma de decisiones y buscan siempre maximizar su bienestar económico.
“La forma en la cual los economistas solemos modelar a las personas como seres hiperracionales (Homo Economicus) va a evolucionar a algo más alineado con la idea conceptual de Kahneman y Tversky: hombres y mujeres que tenemos sesgos, que nos equivocamos en cómo pensamos, cómo percibimos y cómo tomamos decisiones. En personas más parecidas al Homo Sapiens. Entender mejor cómo tomamos decisiones los seres humanos no es otra cosa que eso: usar supuestos más realistas en nuestros modelos económicos”, dicen los economistas Nicolás Ajzenman y Florencia Lopez Boo, en el libro que escribieron sobre este tema, La ciencia de los detalles: herramientas simples para mejorar tu comportamiento y el de la sociedad.
A lo largo de ocho capítulos, los economistas brindan una variedad de ejemplos que muestran cómo con cambiar la manera en que se implementa una política pública, su resultado puede ser mucho más eficiente. Por ejemplo, a veces no alcanza con solo entregar de manera gratuita un suplemento con hierro y micronutrientes para combatir la anemia en un país, sino que también hace falta enviar un recordatorio a las familias para que tomen el hierro y explicar variar veces sus beneficios.
“La economía del comportamiento hace la diferencia en la última milla. Los detalles importan”, dicen los autores del libro, en una entrevista con LA NACION.
“Entender de qué forma tomamos decisiones los seres humanos es fundamental para que el diseño de nuestras políticas sea, al menos, un poco más efectivo”, agregan.
–Ustedes cuentan en el libro que la economía del comportamiento atraviesa un desafío: ¿cómo hacer que determinados experimentos en el campo puedan ser fácilmente replicados en otros contextos para implementar políticas públicas?
–Ajzenman: Me da la impresión de que siempre va a ser necesario testear y entender el contexto, antes de tomar una medida. Esto es válido no solo para la economía del comportamiento, sino para todo. Es cierto que hay regularidades, pero finalmente hay cosas que funcionan mejor en ciertos contextos y cosas que funcionan mejor en otros. Por otro lado, los patrones refieren a sesgos en un sentido abstracto, en el sentido de que, si uno tiene cierto tipo de sesgo, vas a reaccionar de esta forma, pero no es obvio que tenga ese tipo de sesgo. No es una cosa de la condición humana que todo el mundo tiene lo mismo al mismo tiempo, con lo cual creo que va a ser necesario seguir testeando. Obviamente que es muy útil saber por dónde ir y hacerlo de una forma estructurada, que es lo que intentamos mostrar en el libro. No es que se implementa un recetario, pero sí se entiende por dónde puede estar el problema y no se empieza de cero.
–Lopez Boo: Voy a dar un ejemplo que vimos en la pandemia. Al principio, cuando no había vacunas, lo único que había que hacer era cuidarse, usar el barbijo y aplicar el distanciamiento. Ahí veíamos que muchos de los economistas del comportamiento en Europa y en Estados Unidos apelaban al deber cívico. Hay una cosa de las normas sociales, que cambian entre las culturas. Ahí es donde vale la pena hacer estas investigaciones, que son un poco caras, pero que valen la pena. Haciendo una investigación en Europa se dieron cuenta que, cuando apelaban a que es tu deber quedarte en tu casa, cuidarte, usar el barbijo y no estar con ancianos para no propagar el virus, funcionaba mejor que apelar a otros temas, como cuidate por tus hijos o por otras cosas. Cuando hicimos el mismo estudio en países de América Latina, con Joaquín Navajas, veíamos que el deber cívico no funcionaba con estas poblaciones. Lo que funcionaba mejor era el cuidado de sus familias: decir no lo hagas por vos, hacelo por los que te rodean, por tu comunidad. Imaginemos todos los ministerios de salud pública que en ese momento estaban saliendo con baterías de campañas de información: apelar a un mensaje X versus un Y cambiaba totalmente. Es muy marginal, es un épsilon, pero eran cambios bien grandes de apelar a determinadas normas sociales o más culturales. Eso requiere investigación. No es que cada vez que se implementa un proyecto haya que hacer un estudio antropológico, pero sí hay que leer lo que otros han aprendido, y eso es lo que está bueno del libro, lo interdisciplinario. Somos economistas, leamos lo que dicen sociólogos, psicólogos de la conducta, sobre cómo la gente toma las decisiones, porque ahí vamos a entender mejor cómo diseñar políticas.
–Ustedes muestran en un montón de ejemplos cómo, a veces, cambiando un pequeño detalle se define el éxito o no de una política pública. ¿El Estado está capacitado para hacer ese tipo de análisis o eso funciona mejor cuando se pide el asesoramiento de bancos de desarrollo, como el Banco Mundial o el BID?
–Lopez Boo: En los países del hemisferio norte ya llevan 20 años con estas ideas, desde David Cameron en Inglaterra, o la administración de Barack Obama en Estados Unidos. Esto llegó bastante más tarde al hemisferio sur, y ahí es donde el Banco Mundial y el BID tuvieron un rol en ser embajadores de estas ideas, que no son boutique o la última moda, sino que aportan a la eficiencia del gasto público. Hacen que el peso invertido valga más y tenga un retorno de mayor impacto. Por eso es que en el BID hemos apoyado la implementación de Unidades de Ciencias del Comportamiento. De hecho, las primeras de América Latina a nivel gubernamental fueron en la Argentina y en Uruguay. Pero creo que todavía queda mucho camino por recorrer para que estas ideas se expandan en la región.
–Ajzenman: Un punto que intentamos enfatizar en el libro es que el gasto o la inversión en esto no es muy grande, sino que solo se necesitan algunas personas pensando en lo que ya existe. No es que se necesita un presupuesto para [saber cómo] construir una escuela; tal vez es necesario un par de personas que te digan cómo hacerla. El costo adicional es muy bajo, porque precisamente la idea es no meterse con cosas demasiado estructurales.
–Da la sensación de que el sector privado aplica este tipo de investigaciones en sus estrategias de marketing o hacen focus groups y que sobre la base de esos resultados implementan sus campañas publicitarias.
–Lopez Boo: El sector privado está 20 pasos adelante del sector público en el uso de estas metodologías y ya empleó, no sé si economistas del comportamiento, pero sí especialistas de comportamientos sociales que saben de toma de decisiones y de la psicología de las personas. Eso que el sector privado tiene hace tantísimos años, en el sector público recién con este nacimiento del Behavioural Insights Team de Inglaterra y lo de Obama empezó a ser usado. No me queda tan claro por qué fue más lenta la adopción. Mi sensación es que el sector público tendría que tener una batería de economistas del comportamiento, porque estos especialistas de marketing que trabajan en el sector privado tienen como objetivo vender, y no necesariamente mejorar la vida de la gente. En cambio, en el sector público hay un doble objetivo. El sector público incorpora políticas.
–Ajzenman: Hay empresas que tienen sectores de comportamiento específicamente, como el BBVA, en España, o Google. Sin duda también las empresas privadas de salud tienen gente específicamente trabajando con economistas del comportamiento.
–Hay dos universidades privadas, Di Tella y San Andrés, que lanzaron sus carreras de comportamiento. ¿Creen que se vienen más de estas alternativas de estudio?
–Lopez Boo: A mí me encanta que estén surgiendo estas cosas en la Argentina. Me parece buenísimo. Me hubiera encantado tener esta disciplina en la universidad a nivel de grado o maestría. Esta es una disciplina que es relativamente joven. Me parece que hay tantos eventos que no parecen seguir el homo economicus, que tenerla en la currícula me parece clave. Me parece que es un avance de la disciplina económica, que a veces es medio estructurada. En los países del norte ya está incorporado.
–Ajzenman: No veo estas carreras como un sustituto de la economía, sino como algo un poco diferente. No me gusta usar la palabra irracional, porque creo que los modelos económicos funcionan bastante bien. La economía tiene un método que es muy bueno y que es bastante único, bastante estructurado. Me parece que la forma en la que pienso la economía del comportamiento no es para suplantar nada, sino para complementar lo que ya existe.
–¿Creen que a un país como la Argentina, que en los últimos años quedó rezagada con relación a otros países, esta forma de implementar políticas públicas puede ayudarlo a hacer un catch-up más rápido, o no necesariamente?
–Lopez Boo: Trabajo con los gobiernos de toda la región, inclusive el de la Argentina. Y hacemos trabajos con temas de primera infancia. Analizamos las visitas prenatales para las embarazadas, los controles de salud para el niño de cero a dos años. En general pasa que existe el centro de salud, la escuela y la campaña para explicar que es importante vacunar a tus hijos porque les salva la vida, y que son importantes los controles prenatales, porque si no el chico nace cinco semanas antes y un parto prematuro genera secuelas de por vida y genera costos para el sector salud. En la Argentina, un servicio natal cuesta US$200 por día. Por eso, un gobierno quiere que la embarazada llegue lo más cerca de estar a término que se pueda. Hay una cantidad de cosas referidas a decisiones que nos preguntamos. ¿Por qué no vino la embarazada? ¿Por qué el papá no trajo a este chico a la escuela? ¿Por qué no se toma la presión el que tiene más de 50 años, que se puede morir de un infarto? Cuando la política pública ya existe, esta parte vinculada más con la decisión individual no resuelve los problemas de la Argentina, que son más macros y van por otro lado, pero sí pueden ayudar en la última milla. La economía del comportamiento no es la solución radical, pero puede hacer una gran diferencia en políticas específicas.
–Ajzenman: Hay sociedades a las que les gusta que los Estados sean más grandes o que sean más chicos. Para eso se vota. Pero una vez que se elige una forma de gobierno, la pregunta que nos hacemos es cómo hacer para que cada peso que gastamos funcione lo mejor posible. No lo veo como una invitación a que los gobiernos intervengan más, sino como una invitación a que, con lo que deciden hacer, entiendan mejor cómo la gente toma decisiones, y de esa manera, maximicen el efecto que tiene cada peso que gastan. Me da la impresión de que en el gobierno actual hay como cierto estigma hasta discursivo sobre lo que hace el Estado, que termina opacando cualquier discusión interesante sobre cómo hacerlo mejor. Un poco la invitación del libro es que si el Estado existe y queremos que haga cosas, hay ciertas herramientas que lo ayudan a entender mejor cómo la gente va a reaccionar ante las distintas políticas públicas. Esto vale para todo. Si finalmente se quiere reemplazar el sistema de financiación de la educación por vouchers, hay un montón de herramientas de economía de comportamiento que van a ayudar a que ese sistema funcione mejor.
Nicolás Ajzenman
Estudió Economía en la Universidad de Buenos Aires y tiene una maestría en Economía en la Universidad de San Andrés. Continuó sus estudios con una maestría en Administración Pública y Desarrollo Internacional en la Universidad de Harvard y un doctorado en Economía en Sciences Po, en París. Trabajo actual. Es profesor e investigador en la Mcgill University, en Montreal, e investigador afiliado a Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab (J-PAL).
Florencia Lopez Boo
Estudió Economía en la Universidad de Buenos Aires y tiene una maestría en Economía del Desarrollo de la Universidad de Namur, en Bélgica. Obtuvo también un doctorado en Economía de la Universidad de Oxford. Trabajo actual. Es economista líder en la División de Protección Social y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), donde dirige el área de primera infancia. Asesora regularmente a los gobiernos de la región en variadas temáticas del área social.
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