En Santa Fe, Alejandra Badino dejó la actividad de un establecimiento que había quedado con 38 vacas; la solidaridad de sus pares en medio de la crisis que atraviesa la producción
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SANTA FE.- Para Alejandra Badino, tambera de varias generaciones, este fin de semana fue uno de los peores de su existencia. Seguramente, las pocas expectativas que la mantenían al pie de sus vacas terminaron por esfumarse. No por un capricho de la naturaleza sino porque el corazón le dio paso a la razón. Cerró el sábado último su tambo en jurisdicción de Cañada Rosquín, departamento San Martín, 146 kilómetros al centro oeste de esta capital.
“El sábado fue el último día que abrí el tambo. ¿Razones? Muchas; muchos años remando y cada vez más pesado”, sostuvo en diálogo con LA NACION esta mujer que dedicó sus últimos casi 30 años a generar desde su puesto de labor en el tambo una fluida corriente de simpatía con sus pares en redes sociales.
Había escrito hace un tiempo en sus redes sociales sobre el tambo: “Mi gran amor, mi familia”. Para ella, era “la distracción más bella”, que nunca descuidó porque sabía valorar “el trabajo, los animales, ‘hacer’ el tambo y ver el amanecer”.
Por eso, su relato de tan difícil momento tiene la solidez de sus posturas. “Créeme que es un momento muy duro” porque “duele mucho, mucho, no poder seguir con lo que amo, que es el tambo”, subrayó.
Escribió en las redes hasta la emoción: “Después de muchos años duele y cómo duele verlas irse a mis vacas lecheras. Sabía qué un día iba a llegar. Con ella me saqué tantas fotos. La llamé y me buscaron. Así es mi hoy. No puedo seguir escribiendo”.
Ante la consulta sobre la responsabilidad de los sucesivos últimos gobiernos en el tema, Badino sostuvo lo que los tamberos conocen: la falta de una política para la lechería que incentive a los productores. Caso contrario, el interior de la Argentina seguirá recibiendo ejemplos de otros productores que van alejándose de la actividad.
“Ya fueron muchos los (productores) qué cerraron sus tranqueras. Lamentablemente, van a seguir cerrándose tambos porque es obvio que la dirigencia política del país no entiende qué se debe hacer con la lechería argentina”, expresó. Y añadió: “Tal vez no les conviene la actividad lechera”.
¿Qué hará a partir de ahora que no tiene lo cotidiano que era madrugar, juntar los animales y ordeñar para luego entregar la leche?, le preguntó LA NACION. “Hoy me levanté temprano, cómo lo hago hace años. Para mí no hay lunes porque para mí todos los días son iguales. Y sabés qué es lo que me causa un mayor dolor: no ver mis vacas; eso duele mucho”, admitió sin ocultar la tristeza por lo sucedido. El último día de ordeñe en el campo de la familia fue con 38 vacas. “Quedaron muy pocas porque por múltiples razones el tambo se fue achicando”, agregó.
La situación de la lechería, y del tambo en particular, se puede explicar con lo sucedido el sábado en jurisdicción de Cañada Rosquín. “Salieron del campo todas las vacas que tenía. Algunas las alquilé a otro tambo cercano. El resto tuve que venderlas para cancelar deudas. Esos animales se llevaron una parte de mi vida”, destacó en un intento para que sus pares entendieran que los imponderables económicos y financieros pudieron con sus sentimientos.
Aunque la decisión de cerrar el tambo fue meditada y evaluada desde los números, muchos tamberos saben que no será fácil mantener operativas sus explotaciones mientras no aparezcan las respuestas que el gobierno debe dar.
Los últimos informes oficiales del Sistema Integrado de Gestión de la Lechería Argentina (Siglea), indican que, con un 3.5% menos de tambos y menos vacas para ordeñe, la curva de producción mantiene la tendencia negativa que arrancó en septiembre del año pasado y se aceleró en 2024. Así, la producción de leche en marzo de 2024 declinó a 22,7 millones de litros diarios marcando un récord en su caída interanual con 14,4% (casi 4 millones de litros), la mayor caída interanual en 42 años de registros.
Badino, casada, cuatro hijos, era tercera generación de tamberos y la explotación a su cargo rendía 1200 a 1300 litros diarios. Su padre, su suegro, y sus abuelos paternos dedicaron muchos años de sus vidas a la pasión por el tambo. “Imposible seguir”, le dijo Badino a un usuario en la red X que lo consultó por la salida de la actividad. “No me quedó otra”, respondió a otro usuario.
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