Roberto Bouzas: “La Argentina se empeña, muchas veces, en complicarse la vida”
El experto plantea que el país no solo tiene “idas y venidas” en sus vínculos sino que hay “confusión” respecto a “cuál es su lugar y qué tiene sentido que haga”
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CÓRDOBA.- El especialista en economía internacional, comercio e integración regional y economía política internacional y docente de la Universidad San Andrés, Roberto Bouzas, define como “confundida” a la Argentina en el escenario internacional. “No solo por este gobierno en particular, sino que hace tiempo que viene confundida respecto a cuál es su lugar y qué tiene sentido que haga”, advierte.
En diálogo con LA NACION plantea que entiende que hay una “visión sobresimplificada de la realidad” que lleva a una “polarización” de los vínculos “impulsada más por los deseos que por un diagnóstico fundado”. “Hay una suerte de megalomanía. La consecuencia más directa es la falta de credibilidad, aunque los gobiernos y los mercados tengan mala memoria estos bandazos generan un pasivo”.
Admite que en un mundo donde abundan las tensiones geopolíticas, la “propia acción” argentina “agudiza la situación; la forma cómo operamos e interpretamos el mundo hace más difícil todo. Hay una dosis de responsabilidad nuestra que es decisiva. Las restricciones se pueden disminuir o aumentar; la Argentina se empeña, muchas veces, en complicarse la vida”.
A lo largo de la conversación, Bouzas también se refirió a la situación que atraviesa el Mercosur, al que califica de “deslucido completamente” por un proceso que no empezó ahora: “Lleva 20 años de parálisis. La pérdida de relevancia se remonta a inicios de la década del 2000. Como proyecto económico no hizo ningún progreso sustantivo en este cuarto de siglo”.
Admite que, incluso, es difícil plantear que el bloque tiene una funcionalidad política, que los países puedan capitalizar: “El Mercosur hace rato que está en una parálisis, en una regresión muy lamentable. Es un espacio económico que nos debería ofrecer las condiciones para una inserción más moderna, para desarrollasr cadenas de valor y nada de eso está ocurriendo”.
-¿Cómo ve hoy a la Argentina en el escenario internacional?
-La veo bastante confundida. No solo por este gobierno en particular, sino que hace tiempo que viene confundida respecto a cuál es su lugar y qué tiene sentido que haga.
-¿En qué fundamenta su opinión? ¿En las idas y venidas con los vínculos internacionales?
-En las idas y venidas, sin dudas.Esa polarización se debe, creo, a una lectura sobresimplificada de la realidad, impulsada más por los deseos que por un diagnóstico fundado. Creo que hay mucho de voluntarsmo respecto a la importancia de la Argentina en el mundo y a las expectativas que genera y eso lleva a una sobreactuación que termina siendo inconsistente, pasa de un polo a otro. Hay una suerte de megalomanía. La consecuencia más directa es la falta de credibilidad, aunque los gobiernos y los mercados tengan mala memoria, estos bandazos generan un pasivo.
-¿Se debe a que hay una ideologización de los vínculos internacionales?
-Creo que es así. Esa ideologización en los vínculos internacionales también lleva a tener una mirada simplista de lo que pasa y de lo que va a pasar a partir de lo que la Argentina haga. Megalomanía teñida de ideologización.
--Jorge Luis Borges ironizaba cuando le preguntaban qué se decía en el mundo de la Argentina, porque no hablaban….
-En buena medida es así. Creemos que el mundo presta mucha atención a lo que decimos, y que presta mucha atención seriamente. Una cosa es lo que pasa en un evento protocolar, donde los que están se consideran, se hablan, se responden y, otra, cómo esas situaciones se traducen en hechos.
-Habló de la generación de “pasivos”, ¿lleva mucho tiempo desandar el camino?
-Es un punto central. Va a requerir tiempo y algo que es escaso en la Argentina: algún tipo de consenso que permita tener cierta estabilidad en la mirada y en las políticas que tenemos, en que consigamos vincular lo que decimos y hacemos en el plano internacional con la consistencia de lo que hacemos en el plano interno. Muchas veces las demandas, las peticiones y las posiciones que esgriminos hacia afuera no guardan relación con lo que hacemos puertas adentro.
-¿Es este un mundo más complejo que el de hace unos años? ¿Se complican más los vínculos internacionales?
-Sí, pero hacemos un gran esfuerzo por hacer más complicada aún nuestra posición. Sin dudas es un mundo más difícil que algunas veces lleva a tener que tomar decisiones determinantes, para algunos países de alineamiento. La Argentina debería tratar de preservar la mayor independencia posible de esos conflictos. Digo posible porque es evidente que las restricciones internacionales existen. Pero, a veces, nuestra propia acción agudiza la situación, la forma cómo operamos e interpretamos el mundo hace más difícil todo. Hay una dosis de responsabilidad nuestra que es decisiva. Las restricciones se pueden disminuir o aumentar; la Argentina se empeña, muchas veces, en complicarse la vida.
-Las diferentes gestiones, incluso desde posiciones ideológicas diferentes, repiten que hay que “abrir la Argentina al mundo”, ¿cómo se materializa esa definición?
-Decir que la Argentina no está abierta al mundo es un poco una fantasía; hay momentos en que está más abierta y otros en que está más cerrada, pero aun en estos últimos sigue conectada al mundo. No tiene más remedio que sufrir las consecuencias de los cambios en el precio de los commodities, las tasas de interés, la disponibilidad de financiamiento. Por eso decir que está “aislada” y nos tenemos que integrar es una simplificación. En el campo del comercio y la inversión directa, por ejemplo, es claro que nuestra inserción está muy por debajo del potencial y de lo que sería deseable. Pero en el ámbito financiero ha habido períodos de gran integración, de hecho mas de la que sería deseable, cuyas consecuencias hemos pagado más adelante. La intensidad de la integración sin duda es un factor importante, pero tanto o más importante es la forma en que esa integración se produce.
-El presidente Javier Milei mencionó, por ejemplo, a Irlanda como un posible modelo, otros apuntan a Australia, ¿hay alguno que le parezca que se puede tomar?
-En el caso de Irlanda hay un pequeño detalle que no hay que olvidar, es miembro de la Unión Europea y nosotros lo somos del Mercosur. Claro que hay experiencias de las que se pueden hacer aprendizajes, pero es clave no idealizar los modelos. De hecho, la Argentina debe ser uno de los países en los que más se habla del “modelo”. Hay países que no tienen más alternativa que tener un alineamiento absolutamente claro a nivel internacional, por ejemplo, Taiwan, Corea del Norte o Lituania, pero hay otros a quienes la geografía les abre mas oportunidades de relativa independencia. No debemos olvidar que la polarización y las posiciones extremas muchas veces también responde a enviar señales al público interno. Cuando la política de vinculación externa se transforma en una consigna vinculada a la agenda doméstica se convierte en un problema y eso sucede con frecuencia en un sistema polarizado.
-¿Cuánto más pueden tolerar otros Estados estos bandazos?
-Depende de cuánto consigamos molestar con nuestras acciones y del horizonte de tiempo. Si es a 15 o 20 años puede que se olviden, pero si estamos pensado en períodos más cortos, los Estados responden por acción o por no acción a lo que consideran lesivo de sus intereses. Entonces hay un precio que puede no pagarse o puede pagarse muy caro. A veces se toman iniciativas para congraciarnos con alguien y, después, tratamos de compensarlo al que fue implícitamente agraviado. Un ejemplo es el debate absurdo sobre la base china en Neuquén. Pareciera que de repente nos dimos cuenta de que hay una instalación militar con inmunidad diplomática porque lo puso en el tapete un funcionario extranjero. El problema es que el gobierno no tenga una respuesta clara y terminante.
-Mencionó al Mercosur, ¿cómo está?
-Deslucido completamente; es un proceso que lleva 20 años de parálisis. La pérdida de relevancia se remonta a inicios de la década del 2000. Como proyecto económico no hizo ningún progreso sustantivo en este cuarto de siglo. Es difícil, incluso, decir que tiene una funcionalidad política, que los países puedan capitalizarla. Por ejemplo, para Uruguay es evidente que es disfuncional, al menos para su gobierno actual. El Mercosur hace rato que está en una parálisis, en una regresión muy lamentable. Es un espacio económico que nos debería ofrecer las condiciones para una inserción más moderna, para desarrollasr cadenas de valor y nada de eso está ocurriendo.
-¿Se puede salvar?
-La pregunta es qué, qué queremos salvar. Si se trata de la eliminación de aranceles, parece relativamente está asegurado. Como unión aduanera, no le veo hoy ningún futuro.